Dedicado a Enrike, por su comentario a Héroes de hoy.
En términos generales somos inteligentes, no todo lo que nuestro cerebro da de sí pero… nos definimos como seres que se distinguen de otros por cómo utilizan las neuronas y la mielina que las cubre y que acelera la sinapsis.
Esta cuestión de la inteligencia nos lleva a varios caminos acabados en interrogante, algunos de ellos más cerca de respuesta que otros. Por ejemplo, ¿es mejor ser terriblemente inteligente o simplemente normal? Tener una herramienta que se comunica con nosotros a través del pensamiento y que sea tremendamente poderosa nos tendría todo el día como locos. ¿Realmente podríamos soportar una mente que no cese de hablar?
Se podría dar el caso de que la mente nos venciese, es decir, que acabásemos siendo un sujeto de su fuerza. No hablo de que posea vida propia, aunque sí potencia. Imaginemos que nosotros marcamos un camino, una duda, algo que nos intriga, y ella, en lugar de mostrarnos las posibles respuestas, sigue y sigue trabajando, hasta llegar a pensamientos insospechados, incluso peligrosos para nosotros mismos. ¿Qué es peligroso para nosotros mismos? El aislamiento, el resultar personas «raras» a los demás, el pensamiento circundante que no nos deja avanzar en nuestra sana cotidianidad, el imaginar involuntariamente consecuencias o «más allás» a las situaciones que nos ocurren…
En realidad, no hace falta ser tan «listos» para que esa cabecita que sostenemos nos sostenga.
Y sin embargo, vivimos, y sin embargo, sentimos. ¿Cómo podemos conjugar todas esas facetas al ser nuestra mente o uso de la misma muy elevado?
Pues conociéndonos, como todo en esta vida. Sabiendo que no somos lo que pensamos, como no somos lo que sentimos. Somos ambas cosas y somos mucho más. Es decir, porque algo insista mucho en hacerse presente en nosotros no implica que se convierta en nosotros, un pensamiento, un sentimiento…
Si un vendedor llamase a nuestra puerta cada cinco minutos, ¿haría eso que creyésemos que somos ese vendedor? Pues no, más bien haría que nos irritásemos con él y le mandásemos a la porra. Eso mismo se puede hacer con los pensamientos que no nos convencen, y los sentimientos que nos entristecen o disgustan… controlarlos.
La conclusión a la que quiero llegar es a que nuestra mente, nuestras emociones, nuestro cuerpo, nuestros sentidos, etc., son todos elementos que tenemos a nuestro alcance para Ser. Ninguno de ellos nos define absolutamente, ni nos gobierna, ni nos aísla de los demás, ni nos hunde en la miseria, ni nos lleva a la gloria, por sí mismos. Nosotros permitimos que ello ocurra si cedemos las riendas de nuestra vida al ojo que no ve, a la apatía que llama, a la mente que desea espacio único y es arrogante frente al resto de nosotros.