Nuestro bien y nuestro mal

Hace unos días, y a raíz de un comentario de una compañera en este blog del filósofo cotidiano, me vino a la mente el pensamiento básico de Epícteto, filósofo estoico, sobre nuestro bien y nuestro mal.

Nuestro bien y nuestro mal dependen solo de nuestra voluntad, decía. Y en nuestra vida hay cosas que dependen de nuestra voluntad y otras que no dependen de nuestra voluntad. De nuestra voluntad dependen nuestros actos, físicos, psíquicos y mentales. Todo lo ajeno a nuestros actos es territorio donde lo que ocurre no depende de nosotros.

A continuación dijo que si nos equivocamos al discernir entre el bien y el mal para nosotros mismos, mal andamos. Y aún peor andaremos si, distinguiéndolo, nos empeñamos en cifrar nuestra felicidad en lo que nos es ajeno, y dejamos de ocuparnos en lo que de verdad depende de nosotros. Y me parece que hoy día, bastantes siglos después de las palabras del estoico, en que todos nos obsesionamos con ser felices, como por otra parte ha ocurrido siempre a los seres humanos, buscamos la paz y la felicidad en lugares equivocados. La riqueza, la salud, el ser amados y considerados socialmente, etc.

No es que estas aspiraciones sean malas en sí, ni imposibles de conseguir, ni tampoco que hayamos de despreciarlas. Pero lo que parece que olvidamos es que nuestra vida depende de lo único que puede depender, de nuestros actos. Somos nosotros, y no nadie más, quien puede construir nuestra propia vida, y lo podemos hacer por medio de aquello que depende de nuestra voluntad, nuestros actos. De ninguna otra manera es posible.

Cambiar el mundo, cambiar las costumbres, cambiar a nuestro hijo, a nuestra pareja (se entiende que cambiar a mejor, claro)… ¿Es posible? Pues yo creo que sí, naturalmente, pero comenzando el camino en nosotros mismos, que somos lo que en realidad podemos cambiar. Y luego, de la mejor manera que descubramos, podemos hacer algo por el bien de los demás.

¿Y cómo? Pues se me ocurre que existen muchas maneras, pero desde luego la mejor manera de enseñar algo de lo que de verdad somos dueños es el ejemplo de nuestra vida.

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