En una de esas ciudades casi urgentes de puro estresantes, iba a paso ligero retando a la física, enredado el pensamiento en varias ideas, cuando algo imperceptible, agradable, interesante, tranquilo fue tocando a la puerta de mi atención. Saliendo de la prisa con recelo, me concentré en reconocer qué me estaba tan sutilmente desconcertando. Los sentidos, cual chiquillos espectantes, se me iban escapando furtivos para centrarse, de uno en uno, sobre un personaje que apoyaba su brazo en la boca del metro, aún lejana. Era un hombre de edad la suficiente, de altura la justa, de constitución perchera, por lo delgada, y tocado con coleta aún no lo bastante gris. Llevaba ropa de lino claro, bien usado y casi amigo. En la mano sostenía, a media altura, unos libros pequeños con portada roja. La serenidad se adueñó de mi estado interior. Al pasar frente a él no pude evitar sostener su mirada, que mostraba unos ojos que hablan del mar, de la luz, del ayer padre del hoy, enmarcados en más vida que arrugas. El eco de una pregunta me golpeaba: ¿qué hace aquí? Se ha equivocado de escenario.
La respuesta a mi pensamiento no se hizo esperar.
–Vendo poesía –me susurró sonriendo con seguridad, mostrando uno de esos libros de tapa roja. Como respuesta, mis comisuras no encontraron rostro suficiente para plasmar la felicidad que me había provocado esa frase, felicidad que comenzó a escapárseme por los ojos y el semblante…
Esta verídica imagen de un Madrid cualquiera no es solo peculiaridad, ni cursilada de poeta.
Lo que alegró mi día de ayer tan fácilmente es comprobar que los guerreros existen, aun contracorriente, aun disfrazados con lino… que una creencia puede más que mil hambrunas, que un rato escribiendo trae más riqueza que un mes trabajando. Ya lo sabía, y vivo por ello y por muchas ideas como estas que son más de idealistas que de realistas, o quizás no.
No seguir la corriente sino a ti mismo, a esas verdades que nos hablan desde dentro, convierte a un viejo soñador en una flor, en medio de un prado seco. Es una llamada a la consciencia que nos recuerda que debemos ser lo que somos y no dejarnos llevar por los segundos, llámalos días, llámalos vidas.
A un desconocido dedico mi espacio, por haberme recordado un sueño que lleva mi nombre.