Ya sé que el título es un gran tópico. En España se dice que algo es una playa cuando es muy fácil, descomprometido y sin demasiada importancia. Pero aun así, dentro de esta sección de «filosofía cotidiana» hoy me ha parecido apropiado decir que la vida es una playa.
Para los que vivimos en una zona costera (somos la mayoría, no solo en España, sino en el resto del mundo), es fácil comprobar que no solo «la vida es una playa», sino que «la playa es la vida». Esto ocurre sobre todo en el sur, donde la vida es «exterior y con vistas». Y en verano, la vida es una playa.
Pero sin querer seguir con los juegos de palabras, durante el fin de semana pasado meditaba sobre este asunto, obviamente en la playa. En la playa todos nos mostramos de una manera más directa, sin tantos ropajes que ocultan no solo nuestra parte física, sino también nuestra personalidad, que el resto del tiempo tenemos blindada para aparentar ser lo que no somos o lo que nos gustaría que los demás pensaran de nosotros. En la playa nos mostramos más abiertamente, y lo que no nos atreveríamos a hacer unos cientos de metros hacia el interior, en la ciudad, lo hacemos en la playa.
¿Filosofar en la playa? Pues sí, hay mucho en lo que pensar: el ir y venir de las olas, incansable, perseverantemente; el subir y bajar de las mareas llevando y trayendo la actividad y la vida; los niños construyendo efímeros castillos de arena o empeñados en abrir agujeros para llenarlos fugazmente de agua; la inconmensurable arena que no podemos asir con la mano, y cuanto más apretamos más se nos escapa; las huellas que en la orilla dejan nuestras pisadas, como impronta de nuestro caminar…
Sí, los «filósofos cotidianos» no lo somos entre libros y eruditos estudios teóricos, sino que tratamos de hacer filosofía de nuestro vivir.