A veces, en esos raptos de heroísmo de sofá que nos arrebatan de vez en cuando, pensamos que tendríamos que mejorar el mundo, y ¡zas!, en nuestra imaginación ya lo cambiamos: antes era rojo, y ahora es verde; o antes era azul y ahora es morado. Así, todo de golpe.
Pero la realidad es que no podemos pretender que un muro sea de piedra si está hecho con ladrillos.
Cada uno de nosotros es un ladrillo (sin ánimo de ofender) y deberíamos conseguir llegar a ser una buena piedra (por lo del muro, se entiende). Y si llegamos a aprender cómo se hace esa transformación, seremos capaces de enseñar a otros cómo hacerlo. Sin dinamitar los ladrillos, ni las piedras, ni nada, que lo dejan todo hecho un asco.
Reflexionemos y actuemos sin alejarnos de los principios éticos que reconocemos como valores, y lo demás irá llegando.
El mundo empezará a mejorar transformando el primer ladrillo.