Puede que alguna vez hayamos pensado que no tuvimos mucha suerte al aparecer en un mundo en el que la guerra y la violencia están a la orden del día. Uno de los motores que parece impulsar hoy la violencia a nivel planetario es el fanatismo religioso. Pero no, lo del fanatismo no es una cosa inventada en el milenio que hemos inaugurado. Ya venía de atrás.
Para empezar, el fanatismo no es exclusivamente religioso; hay fanáticos religiosos y fanáticos antirreligiosos. Y también hay fanáticos de un equipo de fútbol o de un cantante de moda. O sea, que el fanatismo es una actitud que se toma hacia el mundo que nos rodea.
Lo que pasa es que los grandes fanáticos, o sea, los fanáticos que son peligrosos, suelen venir de la mano de un determinado credo, porque están guiados por dirigentes que se autoadjudican un poder que al parecer les ha otorgado el mismísimo Dios.
No nos ceguemos pensando que son siempre los mismos. Qué va. Lo que hoy hacen los de un color y unas creencias, ayer lo hicieron los de otro color y otras creencias; lo que hoy se origina a miles de kilómetros, hace no tanto lo teníamos en casa; así que todos los humanos nos movemos básicamente por los mismos resortes, y para comprobarlo no tenemos más que estudiar un poco de Historia (¿será por eso que no interesa mucho que se estudie Historia?).
Todas las religiones contienen joyas de sabiduría válidas para todos, que podemos descubrir si no nos dejamos enredar por la letra muerta y por los fanáticos que lo estropean todo con su actitud ciega.
Ya lo explicó y argumentó inteligentemente Hannah Arendt: el mal no necesita de grandes malvados para manifestarse. Lo que necesita son seres que no se detienen a reflexionar, que aceptan sin condiciones lo que algunos les señalan, que ahogan su cuota natural de amor y generosidad reservándola solo para el círculo de lo que les toca personalmente.
Hay una considerable distancia entre un fanático y alguien convencido de sus ideas, como explica magistralmente Delia S. Guzmán en su artículo Convicción y fanatismo. Una persona con convicciones es tolerante; un fanático no lo es.
El fanatismo, como no requiere reflexionar (mejor dicho, requiere no reflexionar), nos convierte en obediente rebaño fácil de conducir hacia el aprisco. Quien pone en movimiento la manada es el que decide si el objetivo será una sangrienta guerra o una simple pelea callejera con los que son de otro color político o deportivo. Hay una amplia gama de intensidades, pero la raíz de esta actitud es la misma: yo tengo mi verdad, que es la única, y todo el que no la tiene es mi enemigo. Y además, no tiene derecho a compartir el mismo espacio que yo ocupo.
Nada más lejos de la posición humanística de todos los filósofos que en el mundo han sido, que siempre han ejemplificado y promovido la decisión individual de ejercitar la cualidad más propia que como humanos nos corresponde: utilizar la razón, argumentar, tratar de entender, analizar una situación desde varios ángulos y tratar de encontrar la verdad; mi verdad.
El fanatismo va siempre al lado de los prejuicios, la falta de discernimiento, el egoísmo y la violencia.
Así que, como nosotros no queremos eso, hace falta filosofía. Nosotros lo que queremos es generosidad, tolerancia y discernimiento. Y un mundo mejor en el que el ser humano sea mejor.
Empecemos por nosotros mismos. No descuidemos esa capacidad de reflexionar que nos permite ser conscientes y responsables de nuestras decisiones.
No queremos ser fanáticos. Ni siquiera a la hora de juzgar a los fanáticos.
También hay «fanatismos» buenos. O quizás no haya que llamarlos así, más bien hablar de mucha pasión o entusiasmo, En el ambito religioso de este «fanatismo» bueno estarían, por ejemplo : Santa Teresa de Jesús, la Madre Teresa de Calcuta, tantos y tantos misioneros y monjas, Martin Luther King…Y en otros ambitos tantos inventores, médicos, científicos, escritores, músicos…que nos han dejado, y nos están dejando, un muy buen legado. Gente entregada «fanaticamente» o entusiasticamente a su trabajo. Es cuestión de palabras. Y ya en un plano quizás más egoísta, o no, también se puede disfrutar «fanatica» o entusiasticamente de los llamados placeres de la vida. Aunque conviene tener un cierto control, creo. También se puede disfrutar del mismo modo del trabajo, claro.
Es un asunto de utilización de las palabras correctas. A lo que usted llama «fanatismo bueno» es lo que describe el artículo http://biblioteca.acropolis.org/conviccion-y-fanatismo/ como «convicción». Allí se dice que «La convicción es un alto compromiso psicológico, intelectual y moral que surge de un convencimiento progresivo y fundado en buenas razones, en pruebas, en experiencias, en modelos y bases de apoyo.»
Y sin embargo «Una persona fanática, en cambio, piensa poco y nada (…) El fanático sólo conoce una idea (…) El fanático es intolerante por definición (…) El fanático no escucha, es incapaz de dialogar (…)
Seguramente las personas que usted menciona tienen auténticas convicciones, y no son fanáticas.