Tengo cuatro mil millones de años

Hablando de nada con mi hijo de cuatro años, ayer me dijo:

–Cuando yo nací, hace cuatro mil millones de años…

No pude escuchar nada más. Me puse a mirarle encantada, no sé qué gesto mostraría mi rostro, pero lo que sentía era eso de «has dado con la clave de la vida, me acabas de enamorar, chaval, serás espontaneo y… ¿a que te lleno de besos?».

Qué idea tan torpe tienen los críos de las cosas importantes, ¿no? ¿O es al revés? ¿Son los críos los que tienen claras las cosas importantes y los torpes somos nosotros? Es posible que hasta tenga más razón él sintiendo todos esos millones de años que lleva vivo… Está claro que su sentimiento es de que hace mucho que anda por aquí. Pero, en realidad, ¿qué es mucho y qué es poco? ¿Qué es el tiempo en sí mismo sino una medida que utilizamos para intentar manejar la realidad, alejándonos cada vez más de ella, ya que su verdad dice: soy eterna?

¿Qué es lo lógico: sentirse uno con todo, sentirse un desde siempre o sentirse finito? ¿Qué más sabio: creer que lo que somos y lo que sabemos tiene que ver con el tiempo que hace que salimos del lugar más calentito del mundo o es justo desde entonces desde cuando intentamos recordar?

Porque igual uno nace con todo aprendido y es aquí donde se confunde, en este mundo de matrix y dualidades que definen conceptos a los que no alcanzamos. Igual, mi hijo hace cuatro mil millones de años que nació, ¿por qué no?

Y qué le voy a hacer…

…si yo… nací romántica perdida, hasta para los muebles.

Bueno, bueno, todo empezó por un sofá viejo. En realidad no era tan viejo, tenía… unos ocho años. Era un buen sofá, encargado a medida y hecho a mano, tapizado en rojo aframbuesado; quedaba bonito. Tenía el respaldo un corte a la altura de los riñones para resultar más cómodo, cojines de pluma, brazos anatómicos… un buen sofá.

Lo encargamos a imagen y semejanza de los que más nos gustaron, llenos de ilusión, y resultó… el sofá más incómodo del mundo. No había quien lo transportara de lo que pesaba. Ese corte a la altura de los riñones hacía que la parte de arriba del respaldo, llena de pluma, se apelmazara contra la de abajo y se te echara encima, haciendo imposible apoyar bien la espalda, se hundía según te sentabas de lo blando que resultaba… En fin.

Un día, tras mucho pensarlo, tras ocho años pensando, compramos otro sofá. Este estaba de oferta, la tela que escogimos fue la más oscura y rebajada de precio para que el destroce que los niños provocaran en él no se notase demasiado. Resultó que, a pesar de la oferta, tenía los asientos desplazables hacia delante y los respaldos reclinables. Era comodísimo hasta más no poder. La pena que nos dio quitarnos el otro de encima… y el trabajo, se nos fueron en unos días. ¡Qué frivolidad!

Pues fue así que mi sofá me enseñó algo, no sé si bueno o malo, y es que en ocasiones estás demasiado tiempo soportando lo que no te gusta, lo que no es cómodo, lo que no es agradable, y cuando te decides a cambiarlo, las cosas pueden resultar mucho más fáciles y placenteras, sin pensarlo. Se termina ese extraño esfuerzo del día a día por encontrar tu sitio en unsofá que no está hecho para ti, aunque pusiste toda tu ilusión al encargarlo.

Y te das cuenta de que las cosas pueden ser simplemente fáciles, pero tienes que decidirte a cambiar.

Continue reading

De vez en cuando, la vida…

¿Se puede realmente aprender a vivir, de modo que lo que quede, solo sea vivir? A veces me lo pregunto. ¿Y si solo hay una verdad? ¿Y si, a grandes rasgos, ya la conocemos, y solo queda “ser con coherencia, sinceridad y placer”?

Por aprender a vivir quiero decir intuir la relación con todo lo que existe, la capacidad amorosa global-macro de la que estamos hechos, la comprensión-compasión-no ego, que nos permite relacionarnos con los demás y con las circunstancias, sabiendo que son pasajeros, y que sus actos incómodos, si los hay, son provocados por situaciones emocionales igualmente temporales, que sus fondos son normalmente dignos y confiables y solo están enredados en un «ahora» determinado. Una verdad que nos recuerda tanto la dimensión del enorme universo que nos rodea como la de los microcosmos que nos conforman. Una que te hace tranquilo, aunque entusiasta. ¿Cómo no sentirse entusiasta formando parte de esta grandeza? Esa verdad que es solo una y la misma, que te recuerda dibujando la vida, poco a poco, como si fueses un papel en blanco cuyo boceto puedes ir perfilando, contorneando su cintura tal cual un alfarero, con un poco más de sabiduría, un poco menos de egolatría, y en consecuencia, un poco más de saber quién soy y un poco menos de no escucharme. Así se hace la vida, así se elige uno un trabajo que le va gustando, o que acepta por ser lo «suficientemente satisfactorio» (expresión que utilizan los psicólogos y que me hace mucha gracia, por cierto). Así se crían hijos, hablándoles desde lo que sabes, y sabes muuuchas cosas, así se forman alumnos, así se pasea por la calle o el campo, o el pueblo… o por ti. Así se ama, porque si no es con amor, no merece la pena ni echarse un té (o cualquier otra cosa), por amor a la vida, cuando menos, a su belleza, a sus posibilidades que son las nuestras. Así es como se escribe y se compone, así como se guiñan los ojos al amigo. Me refiero, por tanto, a que la verdad la sabemos, la verdad vivible, sin matices extremadamente científicos que me sobran, si es que no es más que una y la misma. Y entonces, aunque nos falte cultura, pasos que dar, libros que leer y tropezones varios, ¿se puede saber ya vivir y no más quedar hacerlo (así lo diría mi amigo Floro)?

Pues miren que creo que sí. Que como Serrat cantaba ese «de vez en cuando la vida nos besa en la boca», yo creo que cuando no, también sabemos qué hacer. Es como si ese día la vida tuviera diarrea, o un esguince, como yo hoy. ¿Y es que por eso la vida no es igual de bella, y es que por eso nosotros no sabemos curarla o dejar de verla la barriga hinchada? La vida es la vida y es bella de por sí, y cuando se nos brinda en cueros o toma con nosotros café, para cuando no. La vida está en nuestros ojos, en nuestro saber. Y la verdad es que yo creo, que siempre, siempre, la vida va en cueros por ahí, sólo es que nosotros creemos que hoy le duele la cabeza. Pero, ¡qué va! A ella, jamás le vendrá mal un piropo lleno de confianza que diga: tú siempre tan bonita, ¿bailamos?

Bendita locura

Nunca he tenido claro, nunca entiendo,
quién es realmente el loco, y quién el cuerdo.

Aquí bajo mi manta escribo versos,
me cobijo del sueño de los vivos,
uno que pide valor por los codos,
uno que pienso pero poco más.

Y es que en el fondo, aunque loca, soy cuerda,
y es que soy perezosa y embustera,
con mi corazón que habla bien clarito,
pero al que yo no escucho suficiente.

Nunca he tenido claro, nunca entiendo,
quién es realmente el loco, y quién el cuerdo.

Veo gente golpeada por airosa,
escucho historias ciertas aunque injustas,
abusones que abuchean al valiente,
al sabio, al creativo, al reluciente.

Hablo con amigos alma con alma,
gente a quien les llueve sobre mojado,
guerreros desterrados, olvidados,
ignorados por sentir lo suficiente.

Continue reading

Amigos míos

Descubro que, poco a poco, uno se va haciendo amigo de sus cosas. No es exactamente apego; más bien, es que vas encontrando lo que te gusta, lo que eres, lo que se te aproxima en la vida y lo eliges; te quedas con ello. Son casi amigos tuyos.

Me refiero a cosas como la lectura, la música, la escritura, la pedagogía, la reflexión, la imaginación… en mi caso concreto. Estos nombres serán sustituibles por otros en cada persona.

Estas pequeñas cosas, en realidad son fundamentales y van conformando nuestro día a día. Con ellas pasamos grandes momentos. Reconozco que me sería muy difícil si alguien me dijera: «ya no puedes volver a leer, nunca más». ¡Disfruto tanto con ello…!

Eso mismo me ocurre con algunas personas. Te identificas con ellas, se aproximan a tu modo de entender el mundo, no son amigos y punto, sino que son como los libros, puedes ir a ellos, elegir el momento y estar seguro de que van a darte una mirada, palabra o abrazo adecuado, siempre placenteros; entrañables, sinceros. Existen grandes disciplinas que nos resultan fundamentales. Existen grandes personas que nos resultan igualmente imprescindibles.

Y, sin embargo, te pueden contar que se van a un lugar lejano a iniciar una nueva vida con tan buena carga que sabes que no volverás a verlos. E incluso aunque mirando atrás te digan que te quieren, según se marchan, tu vacío es similar al de quien le impiden volver a leer… o a pintar o a escuchar música. Algunos seres son completas disciplinas en sí mismos… personas de alma limpia y sabia, a las que te va a costar no poder acudir a reflejarte.

Continue reading

Amor a solas

Hay días que uno no tiene mucho que decir, quizás porque está sintiendo lo suficiente.

Hoy he recordado que se puede amar sin ser amado, o sin saber si serás amado o si lo harán en la misma medida.

¿Acaso es eso una barrera para que fluya la fuerza de todas las fuerzas, la que nos crea, nos mantiene, nos hace dar y sigue ahí más allá de nosotros, en todo lo que hayamos hecho… por amor?

Hoy he tenido que comprobar el precio de la libertad ajena, el que nos cuesta dejar marchar. Y nada es lo bastante caro si la felicidad del otro es la moneda de cambio.

Hoy he recordado que el amor es valiente, porque si no, no es amor. Y el valor no consiste sólo en hacer, sino también en dejar ser.

Clases de apoyo

Acabo de comenzar a impartir unas clases de apoyo a un grupo de chavales de 17 años, para que puedan pasar un examen que les da acceso a FP. Entre ellos abunda el fracaso escolar y la desgana por el sistema educativo en general. Es posible que cuando a uno le hablan del “grupo de alumnos que no va a pasar la E.S.O.”, asocie esta frase con el hecho de que tengan pocos conocimientos o poca capacidad.

Ninguna de ambas cosas es cierta en este caso, son chicos inteligentes, mucho más avispados que la media, que tiran para adelante… con lo que les motiva y solo con ello. Tienen los conocimientos adquiridos de modo mecánico, aunque eso no les libra de cometer errores que delatan su falta de concentración y su atención dispersa.

Lo que veo en ellos, lo que me enseñan, es que un fracaso escolar, oficialmente reconocido, no es un fracaso personal. Las condiciones de base son las adecuadas, estos chavales y muchos como ellos podrían estar entre los primeros de la clase. El punto está en descubrir qué les ha puesto en el último lugar. Incluso si no tuviesen tanta capacidad intelectual también podrían estar entre los primeros de su grupo o de su propia vida.

Cada caso tendrá un motivo para haberse “salido del carro generalmente aceptado”. Aunque por supuesto aún están a tiempo de subirse a muchos otros carros. Lo que importa no es cómo se comienza sino a dónde se llega, dice un amigo mío, claro ejemplo de chaval aparentemente sin futuro que hoy por hoy, ya adulto, gana un pastón realizando una profesión en la que es muy reconocido y admirado.

Por tanto, lo que realmente condiciona la existencia o no, y el resultado de nuestros esfuerzos es la actitud que tengamos ante las cosas. Todos valemos tanto como los demás; lo que distingue a unos y otros es su gana de hacer algo, su propio compromiso personal, en definitiva su motivación. En ella tiene mucho que ver lo que nuestras personas de referencia piensan de nosotros. No podemos olvidar el “efecto Pigmalión”, según el cual, nos vamos a comportar según notemos que nos tratan –con usted sí me siento una señorita–, decía Audrey Hepburn en My fair lady, haciendo claro eco de esta realidad. Podemos influir en que una persona crea en sí misma, siendo nosotros los que creemos en él, comprobando su valía y transmitiéndosela en el modo de tratarla y de confiar en sus capacidades y sus actos.

Continue reading

Va por ellas

No quiero tardar más en dedicarle un texto a la mujer. Acaba de ser el día de la mujer trabajadora, y ya estoy retrasándome en recordar lo que vale la fémina. Aunque, como dice un amigo mío, no estaría de más que alguien dedicara unas líneas a resaltar lo que valen ellos, que con esto de las reivindicaciones por la igualdad se han quedado un poco de lado. Todo tendrá su momento.

Ahora lo que toca es recordar cómo son «ellas». Siempre me han recordado, no sé si por lo que les tocó ir contracorriente, a la gente de raza negra en Norteamérica. Son dos grupos sociales que respeto hasta lo más alto, como a otros que no vienen al caso. Todo aquel que ha conseguido lo que tiene luchando por sus creencias contra viento y marea nos tienen de su lado inevitablemente, ¿verdad?

Ellas son bonitas sin excepción, fíjate bien, pocas hay a las que no encuentres un encanto especial; o son seductoras o son encantadoras, o son simpáticas o son tiernas o inteligentes y espabiladas o soportan lo que no deben…

Nos sacan de nuestro tedio con un par de guiños, un buen guiso o una reprimenda merecida, según el rato. Si las ponemos a gobernar, su feudo o su país, suelen dejarnos claro que deberíamos darles alguna oportunidad más. Lo normal es que sean más bondadosas, más comprensivas y más justas. Lo normal, digo. No necesitan pavonearse ante el anfiteatro, es más su motor no ver sufrir a sus semejantes.

Continue reading

IV certamen internacional por las víctimas del terrorismo

¿Qué ha pasado ayer, tantos ayeres? ¿Qué es esto? Me duele mucho por dentro.
¿Cuántos de mis hijos han muerto? ¿Cuántos de mis yos?
Sangre por un pedazo de tierra, no lo entiendo.
¿Merece la pena cultivar tierra manchada?
¿Merece la pena manchar tierra trabajada?
Cuando todo es sencillo, ando pero no veo.
Cuando toca lo negro, veo, y si comprendo, ando. Aprendo un idioma nuevo, uno que mira lo que ocurre desde más dentro, uno que une, porque entiende.
El sufrimiento ofrece mayor intensidad a los momentos posteriores, sean buenos o malos.
El sufrimiento ajeno aporta comprensión hacia los demás, acercamiento.
El sufrimiento ajeno, en masa, hace comprender la debilidad del ser humano, vulnerable como pocos; todos igual de vulnerables.

Por eso, cada vez que alguien intenta hacerme sufrir, matando a los que aprecio, y aprecio a todos los que se me parecen, en especie, oficio, idealismo o cansancio vital…
Cada vez que alguien consigue hacer sufrir a los que aprecio, me acerco mucho más a ellos, sigan o no vivos. Y me acerco mucho más a todos los que conozco y no conozco.
Por eso os escribo, porque quiero que sepáis, hermanos de esta extraña especie mía, que hoy estoy aún más cerca de vosotros.
Hoy me siento vosotros mismos; hoy me siento cualquiera de ellos…
Y no voy a olvidar, porque la herida siempre deja una marca en la piel, en la memoria y en el corazón.
Pero no voy a dejar crecer infección en la brecha abierta. La marca será limpia, será sana.
Entiendo el error que existe en las mentes ejecutoras, y entiendo que no deben transmitírmelo.
Por eso, no los odio, los compadezco.

Las cosas como son

Estoy rebuscando entre apuntes y libros de esos que vas guardando porque piensas: “algún día me vendrán bien, dicen cosas interesantes”. Y es que me han ofrecido echar una humilde mano en la preparación de un curso dirigido a aquellos que han sufrido mobbing. Mi objetivo se basa, principalmente, en la reconstrucción de la persona.

Han surgido textos que hablan de autoestima, de metas, de voluntad y discernimiento, de comprensión sobre cómo funciona el mundo, y todo viene bien, la verdad. Pero me quedo con este último “comprensión-aceptación”, o compasión positiva, como lo llaman los budistas.

¿Quién no ha pasado alguna vez por una gran decepción en la que no conseguía entender el comportamiento de las personas? La mejor herramienta que yo encontré para seguir adelante ante una situación así fue un curso de meditación de un lama, que me ayudó a “comprender” que los demás tienen motivos propios cuando actúan. Son motivos determinados por su pasado, por sus circunstancias y por sus creencias personales. Son vidas, como la nuestra, que no conocemos, y puede llegar a ocurrir que hagan cosas que no nos encajen. Pero casi siempre, si buscas un poco, los acabas viendo tan normales como tú, han hecho una burrada, o han cometido un error menor, y para ello tenían algún motivo, veían la situación desde algún lugar en el que tú no te encuentras, tienen un carácter determinado que les ha marcado y ahora son como son… tantas cosas influyen. No se trata de exculpar a nadie, ni de quitar hierro a las situaciones. El tema está en que, si comprendes por qué actúan las personas, dejas de relacionar esa decepción con la culpa (tu culpa o la del otro). No unes lo ocurrido contigo, sino con los motivos que a esas personas les ha llevado a actuar así.

Esto que cuento es muy ampliable al resto de nuestra vida, no solo a las grandes decepciones, incluso a la cotidiana y más real que ninguna. A veces, vivimos esperando que ocurra algo, hacemos imágenes sobre cómo deberían ser las cosas, y puede que eso sea un pequeño error que nos lleva a las desilusiones, daños, distancias.

Continue reading