En varios blogs me ha parecido entender que se habla de la humildad haciéndolo sinónimo de debilidad, y no digo que en algunos casos sea así, pero no lo es en el sentido en que os lo quiero presentar hoy. Entiendo que la humildad es una actitud que se conquista tras una, nada fácil, lucha interior. ¿Lucha? ¿Con quién? ¿Para qué?, os preguntaréis, y esa es la cuestión, la terrible, vieja y difícil de comprender cuestión. Y para entenderlo no es suficiente con estudiar filosofía, leer el Bhagavad-Gita, venerar a los estoicos o conocer las tríadas de los nodos egipcios, aunque sin duda ayuda. Aquello contra lo que luchamos en nuestro interior puede saber todas estas cosas y hacernos creer que “todo está bien”, puede decirnos “yo sé” y demostrárnoslo en un alarde de ingenio y erudición, y sin embargo, la humildad seguirá sin besar nuestra frente, y si lo hace será algo fingido, algo que, justamente, hemos estudiado y sabemos que es propio del sabio, pero lo desmentiremos con los actos en la primera ocasión en que nos veamos en “peligro”.
El libro de Jung “Recuerdos, sueños y pensamientos”, que escribió al final de sus días, recoge muy bien la idea de esta otra humildad en sus últimas páginas, que es grande porque vence al sabelotodo que llevamos dentro y nos permite asomarnos a… otra cosa. Dice así:
“Existe una antigua vieja hermosa leyenda de un rabí ante el que acudió un discípulo y le preguntó: «Antiguamente hubo hombres que vieron a Dios: ¿por qué hoy no los hay?» El rabí respondió: «Porque hoy nadie puede humillarse tanto». Hay que humillarse algo para sacar agua del torrente”.
Humillarse en el sentido de ser el humilde vencedor de don poderoso ego. Y en ese sentido apunta la conocida frase: “Conócete a ti mismo”, y también las técnicas de meditación, ese esfuerzo por calmar los pensamientos, por hacer el humilde y creativo silencio.
Recuerdo haber oído en el programa “Negro sobre blanco”, de Sánchez Dragó, una enseñanza zen: cuando el discípulo trepa al palo de la bandera y no puede seguir subiendo, ¿qué debe hacer? La respuesta del maestro es clara: hay que dar un paso en el vacío. En el valor de dar ese paso en el vacío está la grandeza de la humildad, en un reconocimiento íntimo de que a pesar de todo lo que sabemos, poder decir aquello de “Sólo se que no sé nada”. Es como si ese reconocer nuestro límite nos permitiera conectar con… lo infinito.