
Si busca persuadir a alguien de que hace mal, actúe bien. Que no le importe si no le convence. Los hombres creen en lo que ven. Consigamos que vean (Henry David Thoreau).
El «para qué» nos da una finalidad, y el «hacia dónde» nos indica los pasos a recorrer y el sentido en que habrá que recorrerlos para que nos conduzcan hacia la meta propuesta. Sin dirección, nuestros actos corren el riesgo de diluirse en cualquier hueco del espacio y del tiempo, acrecentando la angustia al comprobar que no podemos conseguir objetivos concretos (DSG Qué hacemos con el corazón y con la mente).
Hace algún tiempo, una señora a la que no conocía me dijo: «¿Puede alcanzarme ese papel, porfa?».
Lo que más me llamó la atención fue el «porfa», tan común entre los niños. Me pregunté si no era un poco forzado entre personas adultas que no se conocían de nada. No le di mayor importancia.
Desde entonces, y coincidiendo con algunas gestiones burocráticas en las que uno espera su turno y escucha para entretenerse lo que dice la persona que va delante, he tenido ocasión de oír frecuentemente el «porfa» susodicho para dirigirse a un funcionario detrás de un mostrador o para pedir una prenda de vestir a la dependienta de una tienda de ropa.