«No son las malas hierbas las que estropean una buena cosecha, sino la negligencia del agricultor» (Confucio),
¡Qué bello es vivir!
¿Es esto el título de una película o es una afirmación filosófica?
Las dos cosas.
Por estas fechas en que cambiamos de año, solemos tener la ocasión de ver la reposición del clásico del cine Qué bello es vivir. Para los que no lo conocen, es de libre acceso en Internet desde que a alguien se le olvidó renovar el copyright hace muchos años.
Séneca ya nos lo advirtió: el espacio que vivimos no es vida sino tiempo. Y es esta una diferencia interesante si realmente queremos extraer el jugo a la vida.
El hecho de vivir requiere aprender cómo se hace eso de vivir, y obligatoriamente, qué significa morir. Solo teniendo en cuenta que hay un principio y un final, podremos dedicarnos adecuadamente (y es nuestro deber hacerlo) a extraer de cada circunstancia, de cada etapa vital, de cada error o de cada acierto, una pieza más para resolver el enigma que a todos nos es planteado: ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿para qué estamos aquí?, ¿cómo fuimos lanzados a la existencia?, ¿qué es lo que hace que nos preguntemos estas cosas?
Ver nuestro tiempo de vida como una oportunidad de aprendizaje nos permitirá diferenciar (con mayor claridad a medida que practicamos) lo que es realmente importante de lo que no lo es, mientras navegamos entre alegrías y dolores, y a veces empujados por circunstancias que parecen decidir por nosotros.