Hace algún tiempo, una señora a la que no conocía me dijo: «¿Puede alcanzarme ese papel, porfa?».
Lo que más me llamó la atención fue el «porfa», tan común entre los niños. Me pregunté si no era un poco forzado entre personas adultas que no se conocían de nada. No le di mayor importancia.
Desde entonces, y coincidiendo con algunas gestiones burocráticas en las que uno espera su turno y escucha para entretenerse lo que dice la persona que va delante, he tenido ocasión de oír frecuentemente el «porfa» susodicho para dirigirse a un funcionario detrás de un mostrador o para pedir una prenda de vestir a la dependienta de una tienda de ropa.
Después de aquel primer asombro por el acortamiento inmerecido de una expresión tan antigua y respetable como «por favor», empecé a darme cuenta de que dicha epidemia de la abreviación-sin-venir-al-caso se había extendido entre palabras y hablantes.
De pronto noté que en la oficina una compañera me deseaba un buen «finde» (este ya plenamente aceptado por la RAE) y que otra comentaba la agradable conversación que había tenido con la «seño» de su hijita pequeña.
Una vez puesto en marcha mi radar sin yo quererlo, advertí que los adultos pedían con frecuencia «info» en algún sitio web de vacaciones, aprovechaban una «promo» de su tienda preferida o iban a ver una «peli» porque les gustaba el «prota». Un lenguaje de adultos lleno de acortamientos sin compasión.
¿Será que es muy trabajoso pronunciar las palabras enteras? ¿Será que ya hemos olvidado, sin más, la palabra adecuada para cada concepto? ¿Será que creemos que no tiene nada que ver el cuidado y desarrollo del lenguaje con la amplitud y profundidad de lo que pensamos?
No se me ocurre una buena razón para amputar sin consideración palabras que han permitido mantener ordenado el mobiliario mental de varias generaciones. A fuerza de cortar y eliminar vocablos y expresiones (¡ah, cuánto daño inadvertido están causando los móviles con sus “SMS”, sus “Was” y sus criptoabreviaturas!) nos estamos volviendo tontos. Dicho sin acritud.
Y luego nos extrañamos de que hay algunos jóvenes a los que le cuesta entender lo que pone un libro.
La precisión no está reñida con la brevedad. La claridad no es enemiga de la sencillez. Cuidemos nuestro lenguaje si no queremos perderlo, y con él, toda la herencia escrita de los que nos precedieron transportada por las palabras.
Si la prisa que nos hace abreviar al hablar o al escribir la tuviéramos para algún trabajo útil que nos propusimos abreviando las dilaciones innecesarias, sería la pera.
No puedo evitar el preguntarme si usted va al cine o al cinematógrafo. Y sí, me resultó extraño cuando la RAE aceptó finde por fin de semana. Hablándolo con un amigo, me hizo notar que si no aceptamos los cambios en el idioma, por extravagantes o perezosos que nos parezcan, seguiríamos hablando en latín.
Las cosas extrañas de hoy son la normalidad de mañana, por mucho que nos cueste asimilarlas