Se me acabó la inspiración, el goteo azul de mi bolígrafo se ha detenido y miro desalentada la página en blanco.
A mi alrededor los cuadros cuentan sus historias, y los lápices pujan por destacar en el lapicero, deseando ser elegidos. Y en las estanterías, en ordenada rebujina, mis libros esperan…
Mis libros que ofrecieron caminos, me abrieron puertas, me aportaron sueños, me propiciaron victorias, me castigaron con derrotas y narraron batallas y romances, intrigas y viajes, escondites y memorias, olvidos y recuerdos, verdades y mentiras.
Mis libros, que siento que no son realmente míos, que no son de nadie, que se pertenecen a sí mismos, que son libres. Que ni siquiera quienes los pergeñaron los poseen, porque nacieron de alguien, pero al nacer fueron liberados.
Los libros nacen y renacen cada vez que son leídos, reposan serenamente en las bibliotecas, y despiertan la imaginación de quienes los abren. Todos los libros cuentan historias, hasta los libros perdidos o quemados, hasta los libros olvidados. Sí, incluso aquellos libros que el tiempo o los hombres nos hurtaron.
¿Hay algo más sugerente que el libro perdido? Tal vez el nunca escrito. Es posible que en el alma de cada amante de las palabras duerma un libro por despertar, pero su sueño es más profundo que el de los libros recostados en los estantes y a veces no llegan a nacer…
Se me acabó la inspiración, el goteo azul de mi bolígrafo se ha detenido, pero ya no miro la hoja en blanco, sino que me dejo llevar por la fascinación de los libros liberados y liberadores, alargo el brazo y despierto un libro para que a su vez me sume en su magia.
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