Sectas

Detalle de “La calumnia de Apeles”, de Sandro Botticelli

La sectología podría definirse como la ciencia que consiste en identificar, clasificar, etiquetar y hacer correr la voz sobre grupos de personas que se dedican a actividades que no cuadran con lo que los rastreadores de sectas consideran que deberían ser sus actividades.

Digo “podría definirse” (en condicional), porque “no se puede” (en presente).

No es ciencia. Es bulo, trama de novela, argumento de historieta humorística y otras cosas. Pero ciencia, no.

Es un arte antiguo (lo de la sectología). La sectografía histórica nos muestra que ya en el siglo V a. C., los vecinos de Pitágoras se empeñaron en tildarlo de “sectario” porque dirigía una comunidad que pretendía vivir según unas normas de ética y convivencia que no eran exactamente las que regían por aquellos contornos. De Pitágoras, algo sabemos. De sus vecinos, ni rastro.

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El fanatismo que vino

Puede que alguna vez hayamos pensado que no tuvimos mucha suerte al aparecer en un mundo en el que la guerra y la violencia están a la orden del día. Uno de los motores que parece impulsar hoy la violencia a nivel planetario es el fanatismo religioso. Pero no, lo del fanatismo no es una cosa inventada en el milenio que hemos inaugurado. Ya venía de atrás.

Para empezar, el fanatismo no es exclusivamente religioso; hay fanáticos religiosos y fanáticos antirreligiosos. Y también hay fanáticos de un equipo de fútbol o de un cantante de moda. O sea, que el fanatismo es una actitud que se toma hacia el mundo que nos rodea.

Lo que pasa es que los grandes fanáticos, o sea, los fanáticos que son peligrosos, suelen venir de la mano de un determinado credo, porque están guiados por dirigentes que se autoadjudican un poder que al parecer les ha otorgado el mismísimo Dios.

No nos ceguemos pensando que son siempre los mismos. Qué va. Lo que hoy hacen los de un color y unas creencias, ayer lo hicieron los de otro color y otras creencias; lo que hoy se origina a miles de kilómetros, hace no tanto lo teníamos en casa; así que todos los humanos nos movemos básicamente por los mismos resortes, y para comprobarlo no tenemos más que estudiar un poco de Historia (¿será por eso que no interesa mucho que se estudie Historia?).

Todas las religiones contienen joyas de sabiduría válidas para todos, que podemos descubrir si no nos dejamos enredar por la letra muerta y por los fanáticos que lo estropean todo con su actitud ciega.

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Ser o tener

«Govinda, el gran Maestro, leía las Escrituras sentado en la roca cuando Raghunath, su discípulo, orgulloso de sus riquezas, llegó hasta él y le dijo inclinándose: “Te traigo un pobre regalo indigno de ser aceptado por ti”. Y lució ante su maestro un par de brazaletes de oro y piedras preciosas.

Cogió el Maestro uno de ellos y lo hizo girar en su dedo, y las piedras lanzaban flechas de luz. De pronto se le escapó del dedo el brazalete y cayó, saltando por la roca al agua.

Raghunath dio un grito y se arrojó al río. El Maestro volvió sus ojos al libro. El agua aprisionó y ocultó su robo y siguió su curso.

Cuando Raghunath volvió, cansado y chorreando hasta su Maestro, el día se estaba ya apagando. Anhelante, le dijo: “Si me dices dónde cayó el brazalete, quizás pueda encontrarlo todavía”.

El Maestro cogió el otro brazalete y, tirándolo al agua, le respondió: “¡Allí!”».

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El efecto arrastre

Estaba esperando al autobús 23. Se retrasaba un poco y alguien me preguntó si ya había pasado. Contesté que no (yo era la más “antigua” en la parada), pero eso permitió a un señor recién llegado saber que el autobús 23 era, de momento, el más deseado.

De repente, este señor que permanecía en el anonimato, levantó en horizontal su brazo señalando adelante y voceando con toda convicción: “¡El 23 viene por ahí, hay que cruzar a la parada de enfrente!”.

Sentí el tirón de mi cuerpo que se giraba en dirección a él, que ya estaba cruzando la calle (ni paso de cebra, ni nada) sin bajar su brazo y seguido muy de cerca por el hombre que me había preguntado. Frené y pensé: “pero si la parada del 23 es aquí…”.

No había pasado un minuto cuando el enigma quedó resuelto: el autobús que llegaba enfrente era el 19; el del brazo estirado se subió y también el hombre que le seguía, pues ya no tenían tiempo de volver a cruzar para coger el 23, que había llegado mientras tanto al sitio que correspondía.

Resultado: la persona que creyó estar en lo cierto arrastró a alguien que no tuvo o no se tomó el tiempo para reaccionar a la información; ambos subieron a un autobús que no era el que querían. Yo “sentí” el tirón de seguirle ante su convicción, y aunque mis pies no se movieron del sitio, mi cabeza tuvo que hacer el esfuerzo de “parar”.

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Sócrates perplejo: la posverdad

Cuántas veces nos habrán repetido siendo niños: “No se dicen mentiras”.

Pues, hala, llegamos a adultos y lo de decir mentirijillas se nos queda pequeño.

Acabamos de inventar las macromentiras, o sea, las mentiras a nivel planetario, que incluyen todas las variedades de este producto: calumnias, patrañas, medias verdades y bulos. Con ellas, hemos generado la posverdad, que significa que el discurso emocional y los prejuicios se imponen a los hechos objetivos en los estados de ánimo de la opinión pública.

Nos quedamos tan campantes siendo aplastados por la avalancha de falsedades que nos echan encima.

No se trata de inofensivas mentiras que no nos afectan. Al contrario, nos incumben y mucho, pues determinan la marcha de la sociedad en que vivimos y, por tanto, nos incluyen en la corriente que arrastra nuestro mundo en una determinada dirección.

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Vivir o sobrevivir, esa es la cuestión

En realidad, la cuestión es vivir y sobrevivir.

O, en su orden natural, primero sobrevivir y, luego, vivir.

Es obvio que necesitamos tener cubiertas las necesidades básicas para que nos planteemos cuestiones más profundas, aunque no menos importantes. Acongojados por las cuestiones cotidianas, nos falta a veces la perspectiva que nos permita encontrar el equilibrio interior. Y, sin embargo, ¿no es eso lo que pretendemos tener conquistado cuando lleguemos al final del camino?

El no tener preocupaciones materiales, sin embargo, no garantiza tener una vida interior satisfactoria. Hace falta descubrir por qué vivimos, para qué estamos en el mundo que nos ha tocado, cuáles son las acciones que nos ennoblecen y cuáles las que nos alejan de nuestra condición humana.

Importa lo material: el alimento, el albergue, el arroz.

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Consumir violencia

El otro día viajaba yo en el tren, y como cuando viajas siempre hay una pantalla donde puedes ver una peli para pasar el rato, me puse a ver la que tenían programada. Se parecía mucho a la que vi el mes pasado en el bus, aunque no tenía nada que ver. Era una película de violencia. Bueno, ahora las llaman “de acción”.

Era muy realista en lo que se refiere al tipo de armas empleado, cantidad de sangre en proporción a los golpes, nivel de estruendo según la cantidad de bombas, variedad de maneras de causar daño a otro, etc.

Lo de los valores éticos del protagonista dejaba un poco que desear para mi gusto. Yo estoy de acuerdo con Platón en que no hay información aséptica cuando se recibe sin poner la conciencia: o te hace bien, o te hace mal; y eso es un problema con algún tipo de cine. Que por cierto se parece mucho a la puesta en escena de algunos videojuegos que descubro mirando por encima del hombro de algunos chavales cuando juegan cerca de mí.

“Consumimos” violencia a tutiplén sin venir a cuento en los productos televisivos y jolibudienses en los que un “bueno” con pinta de sucio, con una metralleta en una mano y un móvil en la otra se carga a 5 “malos”.

¿De qué nos sirve?

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Lo importante

A pesar de que todo lo que nos acontece cobra para nosotros una tremenda importancia, cuando damos un momento al «stop» de nuestras prisas, vemos que hace apenas un rato que hemos llegado a la vida, y posiblemente dentro de un ratito nos hayamos ido.

El escenario sigue en pie, con pequeños cambios de decoración, y otros actores llegarán a cubrir los puestos vacantes.

El rítmico latir de la naturaleza volverá a arropar con su frío y su calor a los nuevos caminantes. La belleza y la armonía volverán a inspirar a los nuevos buscadores.

Y otra vez resonará la misma pregunta: ¿qué es lo que verdaderamente importa?

Ellos encontrarán su respuesta.

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