El dilema del avestruz

Me levanto de la mesa. Después de rebañar el plato, me dirijo a la cocina para dejarlo; ya fregaré más tarde. ¡Humm… qué bueno estaba! Después de siete horas en la oficina sin probar bocado, había llegado a casa muerta de hambre.

¿Muerta? ¿De hambre? Las palabras, sin querer, retumban entre mis neuronas.

¿Tengo yo idea, aunque sea de lejos, de lo que significa morirse de hambre? ¿Puedo imaginar la cara de un niño viviendo esa situación? ¿Y la de su madre?

Siento un escalofrío. Yo, desde luego, no puedo imaginarlo. Solo el intentarlo me hace huir hacia otras imágenes menos terribles.

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Si yo aprendiera a leer…

A veces pienso cómo sería el impacto de encontrar un elefante, así, de pronto, sin haber oído hablar nunca de semejante gigante. ¿Un bicho que pesa toneladas y mide el doble que yo de altura? ¿Con unos sables afilados que le crecen sobre la boca? ¿Con una nariz descomunal pegada a la cara con la que, encima, agarra lo que pilla? ¿Cómo sabría yo que no me aplastaría (que es lo primero que haríamos nosotros en su lugar, por si acaso)?

Bueno, lo cierto es que yo no razonaría tanto de primeras. Me quedaría patidifusa, sin más.

Siempre me he preguntado por qué se dudaba de la existencia de unicornios. ¿Porque tienen un cuerno en la cara? ¿Y qué tiene un rinoceronte en la suya? ¿No os resulta curioso ver, por ejemplo, caballos con rayas, digo, cebras?

Realmente, yo tengo mucha suerte. Vivo en una época en que puedo ver cómo se expresa la Naturaleza sin moverme de mi casa. Y además a cámara lenta, o comprimiendo semanas en segundos a cámara rápida. A veces creo que es una compensación por vivir en una vorágine donde la gente va muy deprisa y, de tanto correr, se ha olvidado de hacia dónde va.

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Los indignados que mejoraron el mundo

¡Cuántas cosas ha movido la indignación en la Humanidad!

A Gandhi lo encarcelaron por alborotador, indignado en un país donde política era sinónimo de corrupción.

Luther King se indignó porque el color de su piel servía como disculpa para que le negaran su condición humana y se enfrentó a todo el sistema (que se dice pronto). Decía que el valor de un hombre no se mide por su cuenta bancaria ni por el tamaño de su coche, sino por su compromiso con la justicia, y movió con su ejemplo a millones de personas, incluso después de muerto.

Nelson Mandela se pasó 27 años de su vida en una celda y, como él mismo diría más tarde, nunca pudo oír en ese tiempo la risa de un niño. Su indignación le llevó a ser presidente de un país en el que se borró pacíficamente la línea de odio que había separado a blancos y negros. Y lo consiguió con su ejemplo.

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Tiempo de elecciones

Estamos en tiempo de votaciones y me viene a la memoria algo que me llamó la atención al ver el documental “Fábrica de famosos”, de Chris Atkins. Está relacionado con nuestro sistema político y, visto con los ojos de un antiguo griego –ya que a Grecia se le considera la cuna de la democracia–, resultaría peculiar; y es que, en nuestra concepción moderna, cualquiera puede regir los destinos económicos, sociales y culturales de un país. Literalmente.

No hace tanto, vimos en las pantallas de televisión cómo se proponía la posibilidad de que una “princesa del pueblo” se presentara a las elecciones, y fuimos testigos de un espectáculo-sondeo para ver qué respaldo popular tendría. La protagonista en concreto no era economista, socióloga o ingeniera, sino que, más bien, tenía la formación mínima que se exige obligatoriamente a cualquier ciudadano.

Lo que me resulta curioso es que, efectivamente, en muchos sistemas democráticos occidentales se puede dar el caso de que cualquiera conduzca y represente los destinos de millones de personas, independientemente de que sepa o no conducir el suyo propio.

Esto ya ocurrió en Lituania en 2008. Aparte de la valoración moral o personal que se haga de los personajes en cuestión, es de general aceptación que se trata de productos mediáticos, que es la forma de catalogar a aquellos personajes prefabricados que se meten en el salón de estar de nuestras casas a todas horas insistentemente (salvo que apaguemos el televisor, que es una medida muy saludable, aunque difícil para los teleadictos), sin otro mérito que contar sus “cosas” sin ninguna vergüenza, ni recato, ni pudor, ni medida, ni elegancia, ni…

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Una barbaridad, don Hilarión

(Tachín, tachín, música de acompañamiento): «Hoy las ciencias adelaaantaaaan que es una barbaridaaaaad!». ¿Recordáis esta canción de don Hilarión en La verbena de la Paloma?

¡Ay, si este hombre viviera ahora! ¡Le daba un patatús!

Podría parecer que la física es una ciencia seria y rigurosa, que se basa en hechos comprobables experimentalmente, que verifica hipótesis acerca de las leyes de la materia a través de complicados teoremas y sofisticados laboratorios.

Efectivamente, así es.

Nada más lejos del rigor científico que pensar que la vida y lo que le ocurre a una persona se pueden explicar según un modelo físico y, por tanto, que el mundo en que vivimos se puede cambiar.

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Por un mundo mejor

¡Insoportable y desolado mundo! ¡Infinitamente ruin y corrupto eres! ¡Pero mi destino me llama y yo acudo para que la virtud triunfe por fin!

Es la voz de Don Quijote en la película El hombre de la Mancha, que tuve la oportunidad de ver una vez más en una de esas ocasiones en que la televisión rescata viejas glorias del cine. Y nuevamente volví a ver a un Don Quijote indignado ante la visión del mal extendiéndose impunemente entre los hombres.

¿Cómo puede ser que el fraude y la corrupción den más beneficios que la virtud y la verdad?, se pregunta el Caballero de la Triste Figura.

Ante tal estado de cosas, no puede soportar la inacción y se lanza a luchar por la justicia y defender a los desprotegidos, proponiéndose como misión convertir un mundo de hierro en un mundo de oro.

Siempre le acompaña la opinión práctica y simple del que vive con los pies en la sólida tierra: “Es curioso que este sendero para la gloria es clavadito a la carretera del Toboso, famoso por lo barato de sus pollos”, le dice Sancho. “Eso refleja que tienes poca experiencia con la aventura”. Claro. Ahí le duele.

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Nos han robado nuestro silencio

«Nos han robado nuestro silencio». Guardo en la memoria esta reflexión de un monje budista de la película Kundum al escuchar en su monasterio las consignas de Mao, repitiéndose machaconamente por megafonía.

El otro día salí del cajero después de haber calculado cuidadosamente lo que me hacía falta para llegar a fin de mes. Mientras fijaba la vista en los números de la cartilla, una moto rugió justo a mi lado, sacándome de mis preocupaciones.

La causante del ruido no fue la moto, claro. Fue el ser humano que estaba metido dentro de aquel enorme casco, y del que no puedo decir si era hombre o mujer. Y fue tal el estruendo que armó que la pobre señora que estaba a mi lado casi salta a la calzada como un resorte.

–¡Hay que ver! Estos jóvenes no tienen respeto por nada –decía la buena mujer.

–Sí, señora, sí, qué razón tiene –la consolé.

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La felicidad interior bruta

Hace poco pusieron por la tele un documental sobre Bután. La verdad es que sabía que era un país asiático, pero si me llegan a preguntar dónde está, no lo hubiera podido responder.

El caso es que ahora sé que está a los pies del Himalaya, entre el Tíbet y la India, en medio de las montañas y la selva, y que tiene menos habitantes que Alicante, por ejemplo (distribuidos más espaciosamente, eso sí).

Lo que me llamó la atención no fue la geografía ni el paisaje (una maravilla, por cierto), sino cómo medían ellos el progreso de su país, que fomentaban desde el Gobierno.

En vez del PIB (Producto Interior Bruto), que es el indicador que nos enseñan a nosotros ya en el colegio desde hace décadas como medidor del grado de desarrollo de un país (o sea, qué grado de bienestar material hemos alcanzado), ellos hablan de la FIB (Felicidad Interior Bruta), que consideran la verdadera fuente de riqueza del mundo. Y, ¡caramba!, me gustó el cambio de medidor.

Contaban que la Felicidad Interior Bruta (que no es un concepto nuevo aunque yo me haya enterado ahora, pues lo lanzaron en los años 70) se fundamenta en cuatro pilares:

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