Se quedó a pesar de haberse ido


Los grandes filósofos de otras épocas ya no están físicamente en este mundo y, sin embargo, permanecen eternamente presentes con su legado de ideas, válidas para todo aquel que quiera acercarse a ellas.

Si uno de ellos aparece en nuestra vida (porque siempre hay filósofos que predican con el ejemplo, incluso en momentos de escasez moral como los nuestros), nos queda además la constatación de que sí es posible concebir un ideal de vida y ajustar el trabajo y la conducta, o sea, toda la existencia, a él.

Una gran filósofa acaba de marcharse y algunos hemos tenido la suerte de conocerla. Vivió en perpetuo ejemplo, repartiendo generosamente las perlas de sabiduría que había conquistado.

¿Sus señas de identidad?
* su sonrisa, en la salud y en la enfermedad, en el trabajo y en el descanso;
* una mirada acogedora, nunca desafiante, siempre sincera, animando a todo aquel que quisiera acompañarla en el objetivo de ser un poco mejor para beneficio propio y de la humanidad;
* su juventud de alma, que no hacía mucho caso a un cuerpo que ya llevaba muchos años acompañándola;
* maestra en su labor pedagógica constante, ejemplo de conducta nunca defraudado;
* señora del castillo, abierto a cualquier caminante que necesitara abrigo, consuelo en el desánimo, aliento para seguir la ruta. Sí, señora como la de los antiguos señoríos, gobernadora del fuerte y madre amantísima de amigos y vasallos.

Nada mejor que el recuerdo de su dignidad permanente, de su saber estar, de su amor incondicional, de su trabajo tenaz.

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Más allá de lo material

 

No se puede pretender conocer al hombre disecando sus músculos, sus nervios, sus venas y sus arterias; no se puede interpretar la belleza, la fuerza, el símbolo, la perdurabilidad y la verticalidad de un árbol simplemente contando las hojas de su copa. Ese fue el gran error (Jorge Ángel Livraga).

¡Qué bello es vivir!

¡Qué bello es vivir!

¿Es esto el título de una película o es una afirmación filosófica?

Las dos cosas.

Por estas fechas en que cambiamos de año, solemos tener la ocasión de ver la reposición del clásico del cine Qué bello es vivir. Para los que no lo conocen, es de libre acceso en Internet desde que a alguien se le olvidó renovar el copyright hace muchos años.

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El mismo árbol

 

«La hoja del árbol no puede conocer a otra hoja vecina, pero si le fuera dable el identificarse con la savia que la fecunda, muy pronto advertiría que dicha savia es la misma que anima también a aquella otra hoja, su compañera, y habría así descubierto a su árbol mismo» (Mario Roso de Luna).

Aprovechar el presente

 

Séneca ya nos lo advirtió: el espacio que vivimos no es vida sino tiempo. Y es esta una diferencia interesante si realmente queremos extraer el jugo a la vida.

El hecho de vivir requiere aprender cómo se hace eso de vivir, y obligatoriamente, qué significa morir. Solo teniendo en cuenta que hay un principio y un final, podremos dedicarnos adecuadamente (y es nuestro deber hacerlo) a extraer de cada circunstancia, de cada etapa vital, de cada error o de cada acierto, una pieza más para resolver el enigma que a todos nos es planteado: ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿para qué estamos aquí?, ¿cómo fuimos lanzados a la existencia?, ¿qué es lo que hace que nos preguntemos estas cosas?

Ver nuestro tiempo de vida como una oportunidad de aprendizaje nos permitirá diferenciar (con mayor claridad a medida que practicamos) lo que es realmente importante de lo que no lo es, mientras navegamos entre alegrías y dolores, y a veces empujados por circunstancias que parecen decidir por nosotros.

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