«No juzgues el día por la cosecha que has recogido, sino por las semillas que has plantado» (Robert Louis Stevenson).
Shamsia Hassani: mujer, artista, joven. Es afgana. Su familia es originaria de Kandahar. No pudo estudiar al principio Bellas Artes porque era mujer. Consiguió después llegar a ser profesora de escultura en la Universidad de Kabul. Hoy vive en la incertidumbre y la angustia por las circunstancias que atraviesa su país. Ya no puede hacer libremente los grafitis que han adornado algunas paredes de la capital gracias a su inspiración, y sus últimas pinturas nos permiten aventurar que no se siente libre.
Sin embargo, a pesar de que en muchas de sus obras (que podemos contemplar en sus redes sociales) se palpa la angustia por la injusticia, siempre hay un detalle que nos dice que la esperanza no ha muerto. Una flor de reconciliación ofrecida a negras figuras dominantes, una ventana bajo el brazo que contiene los colores y sonidos del paisaje transformada en objeto portátil reconfortante para el alma, un piano cuyas teclas son pulsadas sobre el abismo de una ciudad hostil lanzando al viento sus cálidos sonidos…
Shamsia se sienta en el exterior de la ventana escapando del edificio que la aprisiona. Fuera de él las cometas pueden volar libremente y alcanzar altura, en un cielo despejado por encima de las oscuras nubes que se reflejan en los cristales. Ella también tiene su cometa: está enraizada en su interior. La deja volar aunque su rostro no pueda todavía expresar la alegría. Pero su cometa vuela alto también. Y ella lo siente.