Mañana lo haré

¡Qué contento estabas la semana pasada!

Tu nuevo trabajo –aunque digo «nuevo», ya llevabas dos años allí– te había ocupado hasta entonces mucho tiempo. Yo te lo había echado en cara a menudo, pero no es que me hubieras hecho mucho caso.

Recuerdo cómo, desde que éramos unos niños, fuimos uña y carne. Los adultos se asombraban de que sintonizáramos tanto y desconociéramos las disputas propias de la infancia. Sí, se puede decir que fuimos amigos desde la cuna.

Cuando superamos la edad de compartir juegos, empezamos a compartir sueños. Qué idealistas éramos los dos. Cuántas metas por conquistar, cuántos enigmas por descubrir, cuántas obras por realizar.

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Descubrimiento

– Enhorabuena, profesor. Descubrir esos tratados cuidadosamente protegidos en un baúl en estratos tan antiguos constituye el mayor hallazgo arqueológico del siglo. ¿Fue su intuición lo que le llevó a señalar este lugar para comenzar la excavación? –preguntó el periodista.

–No. Los había puesto yo allí –contestó el viajero del tiempo.

La voz de la conciencia


Hace poco volví a ver la película Pinocho, de Walt Disney.

Las películas sencillas muestran lo blanco muy blanco y lo negro muy negro, lo que tiene una ventaja: se distinguen fácilmente. Vamos, que se aprende de forma relajada, lo cual es de agradecer.

Nuevamente vi al hada azul cómo prometía a Pinocho la posibilidad de ser algo más que un muñeco de madera. Llegaría a ser un verdadero niño de carne y hueso si lograba superar un periodo de prueba para demostrar que realmente era merecedor de tal categoría. Nada de regalos sin más. Le dejaba con un acompañante singular: la voz de su conciencia (“Deja que tu conciencia sea tu guía”).

Soy fan de Pepito Grillo. El pobre ejerce de voz de la conciencia de Pinocho, lo cual es un trabajo a jornada completa y sin remuneración (así le va, a veces).

Y qué podemos decir de su magnífica explicación de dónde están el bien y el mal, tan clara como la que nosotros mismos daríamos en su lugar:

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