
¡Qué contento estabas la semana pasada!
Tu nuevo trabajo –aunque digo «nuevo», ya llevabas dos años allí– te había ocupado hasta entonces mucho tiempo. Yo te lo había echado en cara a menudo, pero no es que me hubieras hecho mucho caso.
Recuerdo cómo, desde que éramos unos niños, fuimos uña y carne. Los adultos se asombraban de que sintonizáramos tanto y desconociéramos las disputas propias de la infancia. Sí, se puede decir que fuimos amigos desde la cuna.
Cuando superamos la edad de compartir juegos, empezamos a compartir sueños. Qué idealistas éramos los dos. Cuántas metas por conquistar, cuántos enigmas por descubrir, cuántas obras por realizar.