
En cada persona que admiramos por sus virtudes y hechos luminosos hay un ser interior que reflexiona sobre lo vivido para comprender.
(M.ª Dolores F.-Fígares)
El otro día me encontré con uno de mis vecinos, que es joven y despierto, y que por lo visto había oído comentar algo en casa sobre Nueva Acrópolis y, sabiendo que me muevo en este ambiente desde hace algunos años, me preguntó directamente: “¿Qué es Nueva Acrópolis?”.
Ante esta pregunta a bocajarro (con la que por cierto, me topo con cierta frecuencia) pensé que, mejor que contestarle con una definición y una enumeración de principios, podía explicárselo como cuando él me responde a mí si le pregunto por algo que él hace y yo desconozco (es que vivo en un sitio donde los vecinos son como los de antes, que se relacionan y hablan).
Así que, sin más, se desarrolló un diálogo tal que así:
–¿A ti te parece que hay cosas que se podrían mejorar en el mundo?
–Sí.
La nobleza del ser humano procede de la virtud, no del nacimiento. «Valgo más que tú porque mi padre fue cónsul y además soy tribuno, y tú no eres nada».
Vanas palabras, amigo. Si fuésemos dos caballos y me dijeses: «Mi padre fue el más ligero de los caballos de su tiempo y yo tengo alfalfa y avena en abundancia y, además, soberbios arneses», te contestaría: «Lo creo, pero corramos juntos».
(Epicteto)
¿Cuál es la diferencia entre un ser humano y un animal?
Pues que la tendencia general del humano es: “¡Sálvese quien pueda!”, y, en cambio, la prioridad del animal es: “¡Salvémonos todos por la cuenta que nos tiene!”.
Veamos, si no, el caso de las hormigas del Amazonas. Las hormigas del Amazonas son unos fenómenos de hormigas. Cuando viene una crecida de las de órdago que solo pasan de vez en cuando, estos seres diminutos (desde nuestro vanidoso punto de vista, pobres bichitos), que individualmente no tendrían ninguna posibilidad de sobrevivir en la inmensidad del agua (ninguna), obran el milagro al convertirse en un equipo.
En este equipo, todas tienen importancia, todas las vidas han de salvarse, todas deben colaborar en el prodigio, todas tendrán un final común (la salvación o el desastre).
Estas guerreras pequeñajas se unen y se enredan entre sí formando un entramado, una red viva con montones de ojos, montones de patas y montones de antenas, continuamente en movimiento unas respecto a otras pero sin perder nunca la unión que las convierte en otra cosa, en otro ser compuesto de miles de seres, como aquel Ygrámul el Múltiple que aparecía en La historia interminable de Michael Ende. Con este movimiento, consiguen repartir las ventajas y los inconvenientes de cada posición del entramado (hay que estar a las duras y a las maduras), y así se mantienen hasta que consiguen el éxito, bien porque llegan a tierra firme después de mucho flotar en un mar inmenso, o bien porque la crecida desciende y mejora la posibilidad de escapar a suelo seco.
Esto no va de machismo y feminismo. Va de lenguaje.
Cuando oigo hablar a algunos personajes públicos, noto cuánto interés ponen en que diferenciemos minuciosamente los géneros de los sustantivos que utilizamos (aunque no sepamos muy bien qué es un sustantivo ni qué es el género en gramática).
Han conseguido que nos veamos obligados a puntualizar continuamente que los maestros y las maestras enseñan, los jueces y las juezas juzgan y los jugadores y las jugadoras juegan. Y si no lo decimos así, podemos llegar incluso a ser considerados «sexistas».
La verdad es que queda muy «reivindicativo» y «progresista» señalar la diferencia entre las «oes» y las «aes»; cuantas más veces, mejor.
Pero, digo yo… ¿no sería mejor concentrar el esfuerzo en los problemas prácticos de desigualdad y no arañar tanto la superficie desviando nuestra atención hacia el «hablar igualitariamente»? Confieso que a mí me agota el oír que «los ciudadanos y ciudadanas tenemos el derecho a estar titulados y tituladas como abogados y abogadas» y cosas así. Con lo resumidos que somos a la hora de tuitear y de washapear…
No has de decir que fulano vivió mucho porque tiene canas o arrugas; no vivió mucho, sino que duró mucho. ¿Pensarás acaso que ha navegado mucho aquel a quien una brava tempestad le asaltó ya a la salida del mismo puerto y le llevó asendereado de aquí para allá, y el antojo de los contrarios vientos enfurecidos le hizo girar en un mismo remolino? No, no es que haya navegado mucho, sino que se ha mareado mucho.
(Séneca)