La luz viene a mostrarnos la trasparencia de la vida, la sutilidad donde radica la belleza. Y a recordarnos que todo lo existente es, aunque en diferentes estados, un reflejo de la Luz Primordial».
(M. Sándalo)
Vuelven a alzarse pancartas que nos reclaman justicia recordando que no habrá paz sin justicia social, y tal vez no les falte razón, pero no podemos olvidar que para que haya justicia social es imprescindible una ética individual; no solo leyes y sistemas justos, sino auténticos valores humanos conduciendo el corazón de quienes han de vivirlas y aplicarlas, especialmente en los gobernantes y responsables sociales de cualquier nivel.
Y esto ¿cómo se logra? Difícil respuesta; yo, al menos, no lo sé, pero sí sé que no se logra únicamente con decretos, ni armas, ni discursos.
Tal vez yo no tenga aparente poder para hacer del mundo un lugar más justo, pero sí puedo hacer de mi propia vida un territorio personal de concordia que contagie a los territorios vecinos, un territorio donde pueda levantar una bandera que no delimite fronteras, sino que alce sueños visibles y altos para quien quiera compartirlos (mi bandera sería tricolor, de voluntad, de amor y de inteligencia).
Yo sí puedo hacer de este espacio, pequeño pero real, el territorio de mi vida, un lugar donde ser justo, honesto y bondadoso, valiente, responsable y veraz. Y puedo elegir a quien quiero que lo gobierne, y con qué programa educativo, con qué medidas saludables y con qué política de consumo. Puedo elegir a mis ministros y consejeros… incluso proclamar a los héroes de mi pequeña patria, este territorio de mi propia vida.
Tal vez no consiga cambiar el mundo, es lo más probable, pero en el peor de los casos podré ser el gobernador de mí mismo… y seré feliz.
Cualquiera de nosotros a lo largo de su vida ha podido comprobar cómo todos tenemos actitudes y cualidades que nos elevan en nuestra condición humana, y por el contrario, otras que nos rebajan hacia lo peor de nosotros mismos. Desde esas actitudes y valores es desde donde se constituyen nuestras fortalezas para afrontar la adversidad, y gracias a ellos también vivimos los más bellos y enriquecedores momentos.
Entusiasmo, empatía, serenidad, discernimiento, amor, orden, sentido de la justicia, voluntad, concordia…
Más allá de la extraordinaria diversidad de caracteres que configuran la humanidad, parece que estas cualidades son válidas para todos los individuos, sin distinción de época, raza o condición social. Es cierto que cada cultura (y por qué no, cada persona) va a desarrollar una aplicación particular, una –digamos– «moral de costumbres» con la que se identifica. Pero hemos visto a lo largo de la historia cuántas veces esas costumbres llamadas «culturales» se enquistan y pierden de vista los valores universales que las inspiraron, fanatizando y ahogando la vida. Como siempre, las normas no pueden sustituir la necesaria conciencia del bien.
Tendremos entonces que esforzarnos en distinguir lo que es una moral temporal de costumbres, de los aspectos que verdaderamente podríamos llamar universales y cuyo reconocimiento y desarrollo nos permita convertir nuestra experiencia personal en una vida plena de realización.
Me gusta pensar que el sistema personal de valores se alza sobre cada uno como un cielo de estrellas, una referencia que orienta nuestra vida. Habrá estrellas fugaces pero siempre estarán aquellas estrellas luminosas y estables que nos permitirán trazar rumbos, y bajo cuyo amparo desarrollar aquellas cualidades que nos humanizan y fortalecen.
El ser filósofo es estar enamorado de la verdad, lo que incluye una actitud de búsqueda de lo cierto, de lo verdadero, de lo bello, y esta búsqueda adquiere destino canalizando el impulso de la vida, participando con un grupo de seres semejantes, en beneficio de la humanidad toda.
(Jorge Ángel Livraga)
Venimos a la vida con un puñado de semillas. Están sembradas en nuestro interior y aún no están germinadas.
Son nuestro potencial, nuestros valores y capacidades que el destino espera que realicemos. Muchas semillas son similares en todos los seres humanos, pero el conjunto de cada uno es único.
Como bien saben las gentes del campo, para que las semillas crezcan y se desarrollen hace falta cuidarlas con atención y esmero.
Escrito por
Miguel Ángel Padilla
Los últimos atentados perpetrados por el terrorismo islamista en Francia han puesto en pie a medio mundo para reivindicar y fortalecer la conciencia en torno a los pilares que dieron nacimiento a la moderna Europa y a los valores democráticos occidentales. Unos pilares que no son económicos, religiosos ni políticos sino éticos, de altos Valores Humanos.
Los ideales de la Revolución francesa, LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD, hacen referencia a la dignidad del individuo, al valor del ser humano en sí mismo, a su derecho al desarrollo, a la realización como persona y a la concordia necesaria para hacer posible la convivencia. Se trata del ser humano como fin, y no como instrumento económico, religioso o ideológico.
Sé cuidadoso con los detalles; no los desprecies por muy insignificantes que parezcan y por mucho que pasen desapercibidos ante los demás. Respétalos y respétate: respeta lo que tú ves y lo que tú sabes que debes hacer; respeta las cosas pequeñas escondidas en los rincones del tiempo o del espacio, pues ellas son el soporte invisible de las grandes cosas.
(Delia Steinberg)