Opositor: ese gran desconocido

Como algunos saben por aquí, acabo de preparar mi tercera oposición ya. No sé si con buen resultado, como siempre es así en estas lides.

Y ahora me toca, porque a ello me comprometí y creo es necesario, hablar de este colectivo aparentemente cabizbajo y con extrañas costumbres… como la de estudiar de modo incesante, no quedándole tiempo para más.

El opositor es un ser encomiable. ¡¡Anda ya!!

En serio, es un propósito opositar para el que no todo el mundo vale, y mucho menos… para aprobar. Ahí como se le ve, tan aburrido, tan… poca cosa. Requiere un talante templado donde los haya, una voluntad de hierro y una visión muy clara de que el objetivo está por encima de las emociones que nos acosan. Yo digo que opositar es un gran entrenamiento para la vida.

La pájara, por ejemplo, es un conocido nuestro: sabemos que vamos a caer de vez en cuando en un deseo profundo de echar a correr, de abandonar, de sentir que nada tiene sentido, de llorar incluso. Pero todos los opositores profesionales conocemos la receta adecuada: descanso.

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«Música»

Escucho frecuentemente, sobre todo en mis viajes en coche, la emisora de radio RNE 3, también llamada “radio clásica”. En muchas ocasiones disfruto con excelentes conciertos, por lo general emitidos en directo, de músicas clásicas de toda época.

Pero… a veces también se me presenta de sopetón la llamada “música clásica contemporánea”, que puede que sea contemporánea, pero música, y además clásica… bueno, sería motivo de un amplio análisis.

La escucho también, solo durante un rato, claro (no soy de piedra, ni estoy sordo), para comprobar hasta dónde puede llegar la estupidez humana, la que, según Einstein era más infinita que la infinitud del universo.

Pero lo que mejor tiene esta música para mí es la excelente elección de sus títulos. Casi en todas las ocasiones su ingeniosidad supera con mucho la “música” que anuncia.

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Homo naturis lupus

Existe hoy una corriente de pensamiento que considera que cualquier intervención del ser humano en su entorno es necesariamente dañina, ya que lleva inevitablemente a trastornar el natural desenvolvimiento del resto de los seres vivientes del planeta. El hombre es considerado el factor principal, y único, de la rotura del perfecto equilibrio en los ecosistemas, de forma que, si no existiera la humanidad, la Naturaleza viviría en una paz angélica, igual a la que disfrutaba en su estado primigenio.

Esto es hoy así, según los defensores de esta teoría, debido a la maldad intrínseca e inevitable de los seres humanos, a los que el desarrollo de su capacidad y competencia como animal racional les ha dado el poder suficiente, que nunca antes tuvo, para influir de manera decisiva en la vida del resto de los seres vivos que conviven (más bien malviven) junto a ellos. Esta teoría, por lo tanto, basa su veracidad en la maldad y el egoísmo insalvable e incorregible de la raza humana. El viejo “homo hominis lupus” se ha convertido ahora en “homo naturis lupus”.

Creo que este planteamiento, con lo mucho de cierto que contiene, matizando, eso sí, quiénes son los seres humanos crueles, egoístas y desalmados, que por supuesto son unos pocos, este planteamiento, digo, esconde, dentro de su verdad, una falsedad.

La falsedad consiste en negarle al ser humano el derecho a intervenir en el orden, belleza y equilibrio de la naturaleza, a la que pertenece por derecho propio, y no otorgado por nadie ni por nada.

Recuerdo que en el Génesis se dice:

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¡Quiero ser millonario!

Una mañana, de esta recién estrenada primavera, estaba tranquilamente leyendo una revista sobre ingeniería romana cuando un amigo, calculadora en mano y cara de satisfacción, se me acercó y me dijo:

–Ya está, acabo de tener una idea que solucionará los problemas económicos del mundo. Fíjate: si en vez de repartir el dinero entre los bancos, los Gobiernos lo repartieran entre todos los habitantes del planeta, todos seríamos automáticamente millonarios. Lo he calculado y tocamos a unos 200 millones de dólares por persona, ¿qué te parece?

Levanté mi vista, y durante unos minutos mi mente acarició la dulce y agradable idea de levantarme un día con 200 millones de dólares en mi cuenta, y mi mujer otros 200, total, 400. ¡Qué maravilla! Adiós a los malos trabajos, a los madrugones, a la hipoteca, a los préstamos personales, a los problemas de aparcamiento, en fin, adiós a casi todas las preocupaciones. Y lo mejor es que todos mis amigos también, de una sola vez, y sin esfuerzo, podríamos decir que gratis, todos millonarios. Por fin el viejo sueño hecho realidad: la riqueza repartida entre todos por igual. ¿Será posible ver con mis propios ojos el fin de la pobreza? Especialmente de la mía, por aquello de que es la que tengo más cerca ¡Jesús!, me tiemblan las piernas sólo de pensarlo…

Volví a pensar sobre el asunto de mi libro. Los ingenieros romanos conocían bien las leyes de la hidrodinámica, especialmente la de que el agua sólo fluye cuando hay desniveles. Y ese conocimiento lo aplicaron a muchas de sus construcciones: canales, presas, acueductos, fuentes y molinos. Los desniveles crean movimiento, mantienen el agua limpia para la agricultura y la energía para mover molinos para hacer harina, y con ella, el pan.

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La cigarra y la hormiga

Esta fábula de Samaniego ha sido reinterpretada de otra manera. Se considera a la hormiga como una criatura gregaria, aburrida y desindividualizada. Un ser demasiado previsible y que sólo vive para trabajar. Sin embargo, nada mejor que la alegre y dionisíaca cigarra, que disfruta el momento y vive al día. Es vividora, holgazana y ociosa.

Actualmente nada se planea a largo plazo. Solo se buscan soluciones en el aquí y ahora, sin importar las consecuencias futuras. Solo algunos idealistas piensan en el futuro, y sueñan dejar la Tierra a las generaciones futuras mejor que como se la encontraron.

En el aspecto económico, se han juntado los peores aspectos de la cigarra y de la hormiga. Por una parte, la falta de previsión de la cigarra, de conciencia del impacto de nuestras acciones en los demás y a lo largo del tiempo. Por otra parte, el exceso de ambición y el acaparamiento desmesurado de la hormiga. No es que la hormiga sea por naturaleza ambiciosa y acaparadora, pero su traducción a términos humanos nos da esa sensación.

En los últimos años hemos vivido una época de expansión y crecimiento en España, en donde mucha gente se ha enriquecido y ha acaparado riqueza de forma desmedida. La ambición ha provocado un interés desorbitado por obtener más y más dinero. Inmobiliarias, constructoras o bancos son un ejemplo de ese enriquecimiento rápido, y de querer vender todo por más de lo que vale y por mucho más de lo que se compró (y aún no se llegó siquiera a pagar). En esta sociedad del “pelotazo” (como se llama en España al enriquecimiento rápido) los ídolos son los promotores inmobiliarios, los que venden su vida privada en la televisión o los deportistas que en una cortísima carrera profesional ganan lo que cien de nosotros durante toda nuestra vida.

Ahora, cuando hemos descubierto la locura de todos estos excesos, cuando hemos visto que las cosas valen mucho menos de lo que nos cuestan, es cuando el problema ya nos afecta a todos y los Gobiernos tienen que poner remedio y el dinero de todos para intentar evitar una situación peor.

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El sentido de la vida

Nos desayunamos frecuentemente con una matanza realizada por un menor de edad. Es algo ya casi habitual. Lo que aún resulta más incomprensible es que suele producirse en países del primer mundo, países considerados como cultos, felices y “de progreso».

Me resultó muy clarificadora la explicación ¿? que dio el autor de una matanza reciente en Alemania, anunciada en internet previamente. Dijo lo siguiente, entre otras cosas:

“Odio la vida”.

Me hizo pensar qué clase de mundo hemos construido en el que un joven puede llegar a albergar dicho sentimiento. Odiar la vida… Odiar la vida…

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Arco iris

Esta mañana Madrid se ha levantado con una sorpresa sobre las cabezas de sus habitantes. Por si no hubiese sido poco la nevada de hace unos días, que nos dejó tan sorprendidos como encantados, y que mantuvo la capital en blanco durante una semana, ramas de los árboles, caminos (que los hay), parques, patios de colegio, piscinas y tejados blancos. Jamás había visto tanto muñeco de nieve por metro cuadrado, ni familias invadiendo los parques a los que no se les acababa la nieve por más guerras de risa y bolas que se echaran. Todos eran felices, lo decían sus caras. La Navidad, con algo de retraso, había llegado hasta su interior; la de verdad, y nadie podía evitarlo.

Hoy, la meteorología, que es como todos los grandes emperadores: dura y asesina si lo quiere, mágica y sugerente si nos muestra su gran lado, el más común y generoso, nos ha vuelto a sorprender a todos los gatos, los de todas las razas.

Sonámbulos al volante, mientras atravesábamos la M-40, (la gran autopista de circunvalación), o cualquier otra, todos dirigiéndonos hacia el norte, como en todas partes del mundo ocurre por la mañana, un enorrrrrrrrrrrrrrrme arco iris mostraba absolutamente todos sus colores con gran nitidez, cruzando la ciudad de lado a lado.

Eso tampoco ocurre nunca aquí, como tampoco tener una semana de nieve. Costaba estar atento a la carretera, todos mirábamos hacia arriba, perplejos y encantados. De nuevo la sonrisa era el bien común en el rostro de Madrid. Una sonrisa por haber sido tocados con algo que no es habitual para nosotros. Tenemos teatros, musicales, grandes fiestas, museos, restaurantes, rastro, mil bares de todos los colores. Pero no nos visita el arco iris, no en la capital. Nos visitan los gobernantes de otros países, pero no la nieve, más que de paso. Estamos rodeados de ejecutivos y empresarios, y somos también hippies, pijos o currantes, pero no solemos jugar juntos, todos al mismo son.

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Obama

En pocas horas tomará posesión de su cargo electo como presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama. Que yo recuerde, nunca había causado tanta expectación la figura de un nuevo presidente. Y no me refiero sólo en el país que va a dirigir durante los próximos cuatro años, sino en todo el mundo.

Son muchos los elementos que han contribuido a aumentar la expectación y también la esperanza en este nuevo presidente. Se trata de su juventud, sus discursos y sus brillantes frases. Es también, claro está, su color de piel en un país donde en algunos Estados hace menos de 50 años se le hubiera prohibido subir a un autobús público. Y por supuesto, es el contraste con el presidente que ha gobernado durante los últimos ocho años y que ha sido fuente de protestas, disturbios y amenazas en el resto del mundo.

Se ha generado una ola tan grande de ilusión con este nuevo personaje que no podemos más que reflexionar como filósofos el alcance de este fenómeno. Por supuesto que queremos ser optimistas y desearle todo lo mejor en su mandato, a él y a su país. Como estudioso del fenómeno de Internet, he seguido con admiración su presencia en la red, su habilidad para usar esta tecnología para llegar al corazón de mucha gente antes desesperanzada y ahora ilusionada.

Pero entiendo que es muy difícil cambiar el mundo actual en la forma en que está planteado. Me da mucho miedo que este nuevo presidente sólo sirva para mantener una falsa ilusión, pero que todo siga funcionando igual. Me causa extrañeza que en un país como en el que vivo los políticos dirigentes tengan más confianza en la posibilidad de cambio que inspira Obama que en su propio quehacer, en su obligación de mejorar España. Más les valdría que dedicaran todo su esfuerzo a mantener un país que poco a poco está perdiendo su empuje y su crecimiento para convertirse en la oveja negra de la Unión Europea.

Esta tarde, muchos millones de personas, en los cinco continentes, estaremos esperando el inicio de una nueva era en el Gobierno que más se ha involucrado en la política del resto de los Gobiernos. Rusia ha anunciado que por fin reanuda el suministro de gas a Europa. Israel se retirará de Gaza. Mientras, al-Qaeda sigue con sus amenazas (esta vez contra Alemania) pero ETA lleva más de 24 horas sin ningún atentado.

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