Escuché decir que un árbol es el símbolo más perfecto de muchos seres del universo, entre ellos del hombre.
El árbol tiene raíces enterradas, en otro mundo, el interior, que no vemos. De ahí toma su alimento de la tierra, disuelto en agua del cielo. Su tronco se eleva hacia lo alto, y se abre en infinitas ramas que albergan infinitas hojas verdes, con las que se nutre directamente del Sol, porque sabe transformar la energía del astro rey en vida para sí mismo.
De una estrella del cielo a su alma, terrena y celeste.
Llegado el momento propicio, abre sus flores, sus hermosas flores, a las que son atraídos pequeños insectos que buscan su néctar, su puro néctar, para transformarlo en miel y otros alimentos. Y ello hace que sean fecundas, que esas flores, en el sacrificio de su belleza, den vida a los frutos, portadores de semillas de muchos otros árboles, los que, una vez en contacto con la tierra y si encuentran su lugar fecundo, perpetuarán su existencia, y la extenderán por toda la tierra.
Su copa es nido de pájaros, lugar de vida y albergue de músicos cantores, su sombra es benéfica, sus frutos son alimento para otros seres de la naturaleza, sus flores son fuente de ambrosía y de belleza.