La prisionera

Un día observó a su madre y la vio desgastada y débil, y ató a ella su corazón.

En otra ocasión una perrita flacucha de ojitos zalameros le sonrió como solo saben hacerlo los perros perdidos, y quedó enlazada a su vida en adelante.

Se casó con un hombre bueno y se aprisionaron el uno al otro entre amores y disputas.

Y su mejor amiga se marchó lejos dejándola clavada en el pasado.

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Se quedó a pesar de haberse ido


Los grandes filósofos de otras épocas ya no están físicamente en este mundo y, sin embargo, permanecen eternamente presentes con su legado de ideas, válidas para todo aquel que quiera acercarse a ellas.

Si uno de ellos aparece en nuestra vida (porque siempre hay filósofos que predican con el ejemplo, incluso en momentos de escasez moral como los nuestros), nos queda además la constatación de que sí es posible concebir un ideal de vida y ajustar el trabajo y la conducta, o sea, toda la existencia, a él.

Una gran filósofa acaba de marcharse y algunos hemos tenido la suerte de conocerla. Vivió en perpetuo ejemplo, repartiendo generosamente las perlas de sabiduría que había conquistado.

¿Sus señas de identidad?
* su sonrisa, en la salud y en la enfermedad, en el trabajo y en el descanso;
* una mirada acogedora, nunca desafiante, siempre sincera, animando a todo aquel que quisiera acompañarla en el objetivo de ser un poco mejor para beneficio propio y de la humanidad;
* su juventud de alma, que no hacía mucho caso a un cuerpo que ya llevaba muchos años acompañándola;
* maestra en su labor pedagógica constante, ejemplo de conducta nunca defraudado;
* señora del castillo, abierto a cualquier caminante que necesitara abrigo, consuelo en el desánimo, aliento para seguir la ruta. Sí, señora como la de los antiguos señoríos, gobernadora del fuerte y madre amantísima de amigos y vasallos.

Nada mejor que el recuerdo de su dignidad permanente, de su saber estar, de su amor incondicional, de su trabajo tenaz.

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La voz del viento

En esa hora en que la ciudad descansa, durante la magra siesta, me encanta pasear. Apenas alguna persona se cruza conmigo y, mientras mi perrita olisquea feliz, yo escucho el viento.

El viento presta su voz a los árboles que susurran, crujen y aúllan como agitadas cascadas comenzando su concierto. Cada árbol tiene su propia voz. Y hasta la gentil margarita inclina su cabeza en Dios sabe qué nota musical, pues el oído humano no es capaz de percibirla.

El trinar de los pájaros es otro instrumento que se une al concierto. Arrullando o gorjeando cruzan los cielos o pían desde sus nidos.

De repente, un ruidoso coche rompe la armonía al pasar por el camino, y me lamento de que los hombres no seamos capaces de formar parte de la orquesta… ¿o sí? Ahora presto más atención y empiezo a escuchar el lejano rumor de la carretera, un sonido bajo y constante. Algún ladrido ocasional rasga el aire y el cascabeleo de una risa infantil acompaña el estridente alboroto de una casa cercana, y me llega en alas del viento.

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Diálogos con la dignidad

¿Conoces la historia de «Yo»? Yo era un hombre preocupado por su propia dignidad, pues nadie parecía valorarlo en lo que él suponía merecer. Por más que intentaba atesorar aquello que le parecía que le haría digno, por más que tuviese riquezas o tratara de vestir con bellas ropas para adornarse, por más que se alzara sobre plataformas para destacar, sentía en lo más profundo de sí que no había alcanzado la tan buscada dignidad.

Desesperado, se preguntaba: «¿Dónde te escondes, Dignidad? ¿Acaso en las condecoraciones que adornan nuestro pecho? ¿En las riquezas? ¿En los honores? ¿En la admiración que provocamos?».

Y la Dignidad, que siempre está a la escucha, contestó: «Me escondo en el alma de las cosas, de los hombres, del universo».

Yo la oyó, pero no fue capaz de verla, y tampoco la entendió demasiado bien, así que siguió preguntando: «Si, como dices, estás en todas las cosas, si todo puede alcanzar la dignidad, ¿por qué, entonces, es tan difícil ser digno?».

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La verdad luminosa

 

Imagina dos habitaciones cerradas. Una iluminada y otra a oscuras. La habitación sombría está rodeada de luz, la habitación iluminada de oscuridad.

¿Qué ocurrirá si abrimos la habitación iluminada? Rápidamente comprobaremos que la luz se derrama hacia afuera alumbrando la oscuridad.

Y ahora abramos con la imaginación la habitación oscura. ¿Qué ocurre? ¿Acaso la oscuridad sale, se transmite? No, es la luz la que penetrará en la habitación iluminándola.

La luz es más poderosa que la oscuridad y aun en este mundo material es capaz de vencer a las tinieblas.

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Esto es una sombra

A pocos metros de aquí hay un escaparate. Desde que frecuento esta zona de la ciudad siempre ha estado vacío, siendo tan solo un espacio tras un cristal.

Pero cierto día me sorprendió ver en la blanca pared del fondo una frase: “Esto es una sombra”. Pronto comprendí que efectivamente era una sombra, la sombra de unas palabras que alguien había escrito en color plateado sobre el cristal y que apenas se percibían.

Cada día al pasar por el escaparate buscaba la frase, esto es una sombra, y algo tan sencillo, que no sé si escribió un bromista o un filósofo, me sumía en profundas reflexiones. Y me llevaba a querer advertir a quienes se cruzaban en mi camino: “esto que veis de mí también es una sombra e igualmente yo soy solo el reflejo de unas letras de plata”.

Y así seguía siempre cavilando: ¿quién las escribió?, ¿por qué lo hizo?

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¡Qué bello es vivir!

¡Qué bello es vivir!

¿Es esto el título de una película o es una afirmación filosófica?

Las dos cosas.

Por estas fechas en que cambiamos de año, solemos tener la ocasión de ver la reposición del clásico del cine Qué bello es vivir. Para los que no lo conocen, es de libre acceso en Internet desde que a alguien se le olvidó renovar el copyright hace muchos años.

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Aprovechar el presente

 

Séneca ya nos lo advirtió: el espacio que vivimos no es vida sino tiempo. Y es esta una diferencia interesante si realmente queremos extraer el jugo a la vida.

El hecho de vivir requiere aprender cómo se hace eso de vivir, y obligatoriamente, qué significa morir. Solo teniendo en cuenta que hay un principio y un final, podremos dedicarnos adecuadamente (y es nuestro deber hacerlo) a extraer de cada circunstancia, de cada etapa vital, de cada error o de cada acierto, una pieza más para resolver el enigma que a todos nos es planteado: ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿para qué estamos aquí?, ¿cómo fuimos lanzados a la existencia?, ¿qué es lo que hace que nos preguntemos estas cosas?

Ver nuestro tiempo de vida como una oportunidad de aprendizaje nos permitirá diferenciar (con mayor claridad a medida que practicamos) lo que es realmente importante de lo que no lo es, mientras navegamos entre alegrías y dolores, y a veces empujados por circunstancias que parecen decidir por nosotros.

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El empobrecimiento del lenguaje

El lenguaje

Hoy ha llegado a mis manos un artículo curioso, sobre la relación entre el descenso del coeficiente intelectual medio de la población mundial en los últimos veinte años, especialmente en los países más desarrollados y el empobrecimiento del lenguaje como una de las múltiples posibles causas.El lenguaje

Parece ser que varios estudios corroboran este empobrecimiento del conocimiento léxico: reducción del vocabulario, de los tiempos verbales, de las sutilezas lingüísticas, los cuales son herramientas que nos permiten elaborar pensamientos complejos, manifestar emociones y construir razonamientos.

A primera vista puede parecer algo insignificante; pero una población que ve limitada su capacidad de raciocinio y de expresión, queda totalmente mermada, desprotegida, y a merced de cualquier manipulador interesado. ¿Nos suena esto de algo?

Reduciendo el lenguaje se reduce el pensamiento crítico y la capacidad de expresión y comunicación.

Así el ser humano queda empobrecido y muchas veces frustrado, ya que la comunicación a nivel profundo, es una necesidad para crecer y evolucionar.

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