El voluntariado: vía para ser mejores ciudadanos

EL VOLUNTARIADO

Según una investigación publicada por “The Guardian” en el Reino Unido, se ha comprobado que “el voluntariado aumenta la felicidad en las comunidades”.

Los investigadores entrevistaron a un grupo de 101 autoridades distritales escogidas aleatoriamente y encontraron que aquellas áreas con la mejor calidad de vida eran las que tenían mayores niveles de actividad de voluntariado informal. Gozaban de mejor estado de salud, de menor grado de criminalidad, alegaban estar “muy satisfechos” con sus vidas y sus estudiantes tenían mejor rendimiento en el sistema educativo.

Hasta ahora teníamos claro que el voluntariado beneficia a la comunidad que venimos a servir, pero el resultado de este estudio presenta un nuevo ángulo del asunto: si trabajamos en beneficio de los demás, no solo ayudamos a mejorar nuestra sociedad sino que también podemos ser más felices.

Esto nos recuerda la idea que promovía el gran filósofo Platón y sus seguidores sobre lo que significa ser un buen ciudadano. Mientras que hoy en día se considera un “ciudadano” a cualquiera que cumpla la mayoría de edad, para ellos un “ciudadano” es aquel que cuida de su ciudad y trabaja por ella. Existe una relación directa: cuanto más se desarrolla un individuo, más podrá contribuir a su ciudad.

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Saber esperar

CACHORRO 2

Todo tiene su tiempo. Los que cultivan el campo saben que hay un tiempo de sembrar y un tiempo de recoger. Los padres van descubriendo poco a poco las distintas etapas del crecimiento de sus hijos. El aprendizaje, la creación, el desarrollo… todo tiene unos ritmos propios que necesitan seguirse en el orden adecuado. La propia naturaleza se expresa cíclicamente, y cada uno de esos ciclos representa unas posibilidades diferentes y únicas. Saber esperar y aprovechar cada momento es una clave de éxito no cuantificable en dinero, sino en felicidad.

 Hace muchos años se hizo un experimento en un colegio. La profesora dejó unos caramelos en la mesa de cada niño y les dijo, antes de salir, que si esperaban a que ella regresase sin comérselo, les daría otro. Evidentemente, tal cual salió la profesora de clase, unos chicos se lanzaron sobre las golosinas, mientras que otros, pensando en la doble recompensa, esperaron hasta el regreso de la maestra. Tras el experimento se hizo un seguimiento del desarrollo de los niños en el colegio y en el entorno laboral, y lo que se vio fue que los que supieron esperar alcanzaron puestos de trabajo más altos que los que no.

 Este ejemplo, aunque enfocado al éxito profesional, da una idea de las capacidades psicosociales que se desarrollan cuando se aprende a guardar los tiempos. En otro contexto, podríamos echar un vistazo a la creciente ansiedad por el ¡ya! Lo inmediato se vende como lo mejor. Desde la comida hasta la limpieza, pasando por los trámites burocráticos o los tratamientos médicos. Cada vez hay más facilidades para obtener lo que necesitamos sin tener que esperar. Sin duda eso es bueno, pero genera un efecto secundario que nos ha pasado desapercibido y que se nos cuela sin darnos apenas cuenta, y es que perdemos la capacidad y el deseo de esperar. Nos volvemos impacientes.

 Paradójicamente, mucha gente corre en el coche o en el transporte público para llegar a un trabajo que detesta, y del que está deseando salir corriendo cuando se acerca el fin de nuestro horario. Somos capaces de no comprar algo si hay que hacer demasiada cola y se ha demostrado tras un estudio que tras pulsar el botón del ascensor, la gente empieza a impacientarse a los 20 segundos.

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Elogio de la lectura

ELOGIO DE LA LECTURA

 

Una vez que nos hemos convencido de la utilidad y necesidad de las nuevas técnicas de la comunicación, que están revolucionando nuestros hábitos culturales, se impone una exhortación a cultivar el viejo hábito de la lectura, como el modo más directo de acceder al conocimiento y desarrollar tantas cualidades que tenemos latentes.

El antiguo gesto íntimo y tranquilo de abrir las páginas de un libro y entregarse a la comprensión de sus palabras sigue siendo válido, por más que todavía haya apocalípticos que siguen anunciando la muerte de los impresos en papel y su sustitución por los soportes digitales.

La llamada cultura de la imagen, con el imperio omnipresente de los medios audiovisuales, parece oponerse a nuestra condición de lectores, ávidos de respuestas y conocimiento, para convertirnos en espectadores, pasivos, asomados a una realidad representada y por lo tanto manipulada, incapaces para interpretar y buscar explicaciones a lo que pasa en el mundo y para activar la memoria de lo ocurrido en el pasado.

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¿Matarías a alguien si la tele te lo dijera?

MATARIAS A ALGUIEN

Ante esta pregunta, la inmensa mayoría de la gente tendrá claro que no. “¡Menuda tontería!, ¿cómo voy a matar a alguien sólo porque lo diga la televisión?”. Sin embargo, la realidad demuestra que es justo al contrario. La inmensa mayoría de la gente… lo haría.

No hace mucho, un grupo de investigadores franceses reprodujo el experimento que Milgram ideó sobre la obediencia en 1963, con objeto de conocer más acerca de las razones que condujeron a algunos cómplices del holocausto nazi a cumplir con órdenes contrarias a toda ética. En esta ocasión en forma de concurso de televisión llamado “La zona extrema”. La temática era sencilla. Había dos concursantes. Uno de ellos, metido en una cabina y atado a una silla “eléctrica”, debía responder una serie de preguntas y, en caso de fallar, recibía una descarga eléctrica, primero de intensidad suave pero, conforme iba avanzando el concurso, los fallos se pagaban con descargas cada vez mayores, incluso mortales. El otro concursante era el encargado de administrar las descargas. En el experimento, mientras el primer concursante era un actor que, evidentemente no iba a recibir ninguna descarga, el segundo concursante participaba creyendo que, realmente, las descargas eran reales.

Conforme el concurso avanzaba, el actor que supuestamente recibía las descargas iba mostrando, por medio del audio, primero la molestia y, luego, el dolor, hasta el punto de pedir insistentemente entre gritos que le dejaran salir, que no lo soportaba más. Cada vez que esto ocurría, los participantes miraban a la presentadora, un rostro conocido de la televisión francesa, y esta les decía: “Que no te afecte”. “Sigue adelante”. “Nosotros asumimos toda la responsabilidad”.

El 80% de las personas siguió adelante, incluso cuando, tras una de las descargas fuertes, el actor dejó de responder. La presentadora insistía en que no responder se consideraba una contestación errónea y tenían que administrar el castigo. Todos ellos lo hicieron, llegaron hasta el final, hasta todas y cada una de las descargas mortales. En el experimento realizado por Milgram sólo el 60% llegó al final.

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El valor de Desperaux

DESPERAUX

La vida no siempre es fácil pero, hay momentos, personas, viajes, películas o, incluso, libros, que pueden darnos algo, no tangible, pero tremendamente útil con lo que enfrentar las dificultades. De entre los libros, quiero hablar ahora de uno: Despereaux, de Kate DiCamillo, editado bajo el sello de Noguer en 2003. Sería más sencillo acudir a la película, una cinta de animación que seguro que les encanta a los niños. A veces no es mala opción. En este caso se perderían muchas cosas por el camino: la belleza de las palabras y las imágenes que son capaces de dibujar ellas solas. No me refiero a la imagen de los personajes, sino a la de su alma. Son palabras que dibujan el valor, la amistad… pero también el dolor, el miedo y la envidia que pueden llevar a envolver a las personas en una oscuridad interior difícil de romper, pero que puede hacerse, y disolver esa oscuridad sólida y dura con algo similar a la redención. Hay algo más que solo puede darte el libro: la posibilidad de leérselo a tus hijos, capítulo a capítulo, cada noche, y hacer real esa magia de las letras que atrapa los corazones de los niños y les hace sentir héroes, igual que Despereaux.

Para hacer las presentaciones como es debido hay que explicar que Despereaux es un pequeño ratón, muy pequeño y orejudo que, como Don Quijote, sueña con ser un caballero andante después de enamorarse de los libros y de la bella luz que emana de la Princesa Guisante. La vida no le ha tratado bien, sabe qué es ser despreciado, sabe qué es que no le quieran a uno, y ser perseguido y humillado, mutilado, pero también ha descubierto el amor, y por ese amor, el valor. A pesar de ser un tan insignificante ratoncillo, por ese amor se enfrenta valientemente a aterradoras situaciones.

Aunque es un cuento infantil, sin lugar a dudas muchos adultos se quedarán prendados de él, porque no es un libro de fantasía al uso, edulcorado sin razón. A lo largo de la historia de Despereaux hay muchas más historias. Las otras historias, las de los otros personajes que le acompañan, que se cruzan en su camino y que tienen tras de sí sus propias historias, que les han llevado a ser como son, y a hacer las cosas que hacen. En la narración hay momentos duros, situaciones dramáticas que hacen ver y sentir las cosas oscuras que se esconden en los corazones de las personas, pero están tratadas de tal manera que no hieren. No dañan. Enseñan.

Aunque está clasificado como un libro para niños, es una de esas pequeñas joyas capaces de aportar valores muy profundos se tenga la edad que se tenga. No es de los más conocidos, pero una vez que lo leas será de los que tengas en tu corazón, en el lugar reservado a los tesoros.

Peceras para ninis

PECERAS PARA NINIS

Recuerdo que la primera vez que oí la palabra “nini” me pareció graciosa. “Nini» me sonaba a panecillo con crema; ya me imaginaba yo pidiendo en una cafetería algo así como: un café y un par de ninis. Pero cuando me contaron lo que significaba la palabra nini (jóvenes que ni estudian ni trabajan ni dan un palo al agua), ya no me hacía tanta gracia. Y después de recibir el siguiente correo de un conocido: “Soy padre de un nini. Ya tiene 32 años, a los 25 años le dejé de pagar la escuela, el tabaco y el móvil porque no aprobaba casi nada y todavía le faltaban 23 asignaturas para graduarse en Sociología. Empezó a buscar trabajo pero le pedían experiencia; a los 28 años desistió y dejó de buscar trabajo, y creo que incluso la vida. Y a veces, aunque parezca duro decirlo, me pregunto: ¿hasta qué edad tengo que mantener a mi hijo?”, me entraron ganas de llorar.

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Un nuevo cine filosófico y de acción

Star Trek 2: En la oscuridad

Reconozco que me gusta ver películas que me hagan pensar. Ya sea por la profundidad de sus diálogos como por el uso de ciertas paradojas sobre el tiempo o de inspiración científica. La mayoría de mis amigos prefieren ir al cine para olvidarse de los problemas cotidianos y «no tener que pensar». Por eso les gustan las películas de acción, trepidantes en las que desde el comienzo de la película se suceden escenas rápidas, persecuciones y acción, mucha acción. Sin embargo, a mí me gusta el efecto catártico propio de la tragedia griega, en el que te sientes identificado con alguno de los personajes, donde se plantean dilemas morales y con unas escenas largas y cuidada fotografía, piensas sobre la condición humana y sales del cine a veces fortalecido en tus convicciones y en otras ocasiones con enormes dudas sobre el sentido de nuestra existencia.

Star Trek 2: En la oscuridad

Por eso me sorprendieron las declaraciones de J.J. Abrams, a quien recuerdo por tanto que nos hizo pensar durante siete años con la serie de TV «Lost» («Perdidos»), diciendo que quería combinar algo de los dos estilos en la nueva película que acaba de dirigir, «Star Trek: En la oscuridad» . Aquí podéis leer la entrevista completa, de la que voy a extractar algunos puntos que me llamaron la atención.

El director J.J. Abrams reconoce que cuando era muy joven le gustaba más la acción de las películas del tipo «La guerra de las galaxias», frente a la serie de Strar Trek: «Tenía amigos que eran grandes fans de Star Trek, quizás yo era demasiado pequeño para entenderlo o demasiado impaciente, pero sentía que era más sofisticado y filosófico, debatiendo sobre problemas morales y cosas teóricamente interesantes«.

«Una de las mejores cosas de este universo es que habla de cómo la humanidad trabaja codo con codo. No importa la nacionalidad, el sexo, la religión, o la cultura de donde procedas —o la especie—, la idea de que la humanidad está unida es maravillosa, es una de mis cosas favoritas de Star Trek, y un gran ejemplo a seguir para nuestro mundo«.

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Filosofando

FILOSOFANDO

A veces, resulta extraño hacerse preguntas un poco trascendentes (qué es la vida, para qué estoy aquí, qué puedo mejorar, etc.), porque algo en el ambiente (en la oficina, en el comedor de tu casa o en el supermercado), tiende a empujar las conversaciones hacia lo superficial y rutinario, a pesar de ser preguntas que todos reconocemos como propias. Sí, es cierto que no parece adecuado entrar en la tienda y preguntar al dependiente: “¿no es curioso que hoy puede ser el último día de nuestra vida y todavía no lo sabemos?”. Pero sin llegar a estos extremos, sí deberíamos reservar unos minutos de cada día, al menos, para preguntarnos sobre el destino de nuestro viaje y los encargos que tenemos que cumplir antes de llegar.

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Valor, fortaleza y buen carácter

VALOR, FORTALEZA Y BUEN CARACTER

¿Qué es el carácter, cómo se desarrolla?

El carácter se define como una marca, como una señal. En conjunto, son las características de algo, de un ser. Por ejemplo, como dice el dicho, si camina como pato, tiene plumas como pato y grazna como pato, tiene carácter, características, de pato y seguramente es un pato.

Según nuestro humor, nuestra forma de enfrentar los placeres o los problemas y demás señas, se dirá que tenemos un buen carácter o un mal carácter, es decir, tenemos buenas características o malas.

Y esa evidencia exterior no es sino el reflejo de aquello que somos. ¿Soy un ser agradable? ¿De tanto en tanto más bien parezco un viejito gruñón? ¿Puedo o no puedo controlar el afán de placeres y autogratificación? Nuestros actos, nuestras palabras, nuestros gestos, evidencian qué somos y nuestro carácter.

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