¿Para qué fantasear con una vida distinta?

No un mundo distinto por el que ya se supone luchan muchos pequeños contra unos pocos manipuladores gigantes y poderosos, sino una vida propia que nos identifique, la de cada uno de nosotros; una vida distinta.

Solo puedo aportar a esa pregunta de un buen amigo, que yo era distinta. Y sin duda, mucho tiempo pensé que la vida es quien me gobierna y no yo a ella, pero hoy tengo bien comprobado que sí se puede elegir una vida o, al menos, una forma de vivirla, una forma de mirar, de andar por nuestras situaciones, de aprender de todo, hasta de nosotros mismos.

Posiblemente este sea el gran tema del filósofo, del cotidiano y del gran pensador. ¿Qué sentido tendría saber todas las verdades si no pudiésemos aplicarlo a nuestro modo de vivir? Cada respuesta que encontramos nos modifica irremediablemente, ya sea esta «que todo está determinado» (puede que gastásemos cada segundo con desenfreno o nos volviésemos depresivos) como «que todos somos una sola cosa» (igual nos volvíamos más solidarios).

Ya que todo conocimiento nos afecta, la clave puede estar en saberlo. Para ser dueños de nuestra vida conozcamos primero cómo somos, qué nos mueve, qué queremos, qué soñamos, qué nos compone. Seamos además conscientes de que tenemos inteligencia para manejar no solo nuestro entorno, sino también nuestro interior. Finalmente, vayamos hacia nosotros mismos, despacio pero certeros. Y si no sabemos dónde esta ese «nosotros mismos» aún, habrá que parar un rato porque todo ser sabe lo que quiere; otra cosa es que esté acostumbrado a no escucharse o que se haya respondido demasiadas veces «no es posible».

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La sombra del camello

He visto hoy una foto que me ha hecho pensar. Es un grupo de camellos generando cada uno una enorme y preciosa sombra sobre el suelo arenoso, mucho más allá del verdadero tamaño del animal (son la línea blanca bajo cada sombra).

Es interesante comprobar cómo eso mismo ocurre tantas veces con los fantasmas que nos asustan o los ídolos que nos embelesan, generados por realidades pasajeras, diminutas o banales.

Un pensamiento equivocado y redundante puede fácilmente desembocar en una convicción enraizada de que algo es como no es. Una mala interpretación, un miedo encubierto, un deseo insatisfecho, todos ellos pueden llevarnos a creer en verdades inexistentes que nosotros vemos claramente como ciertas.

Estoy convencida de que es de ahí de donde parten los grandes males del micro y macromundo; del modo de ver. ¿Acaso hay alguien que actúe desde su propia mentira consciente? No, todos creemos en lo que hacemos. No nos sabemos engañados por nosotros mismos, por razonamientos, emociones o deseos puestos como pilotos inexpertos de toda una persona.

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De absoluta actualidad

Algunos mágicos y serenos momentos el trigo acaricia nuestras rodillas, aire con la temperatura perfecta repasa nuestro rostro y nuestra ropa, los pulmones crecen todo lo que pueden a la par que la sonrisa, guiados por la alegría interior que nos genera sentirnos en armonía.

A veces nos sentamos en el suelo para seguir siendo, observar tranquilos lo que es con nosotros y apoyar nuestra espalda en un tronco grueso, fuerte en sí mismo. Un árbol que pasa inadvertido, pues no se mueve demasiado, nos da el respaldo que precisamos sin queja, reclamo ni inconstancia.

Ese árbol, que parece inerte al lado del ruidoso río, tiene un alma tan vieja como la mía, mas su sabiduría le hace no precisar de muestras excesivas. Se expresa, sabe, sólo hay que hacer silencio y comenzaremos a oír sus palabras, de las más sutiles y más sabias, las que se escapan al ser.

Cada día, cada noche disfrutamos el momento en que nuestro lecho nos acoge. En ocasiones, ese lecho tiene brazos serenos, otras, manos ligeras en su movimiento o profundas en sus intenciones. Nos cuenta: «estoy aquí, déjate caer, no darás contra suelo duro ni sábana fría, yo limpio de dificultad tu descanso para que tus sueños sean reconfortantes».

Una madre nos cuida cuando ya no está madre, se levanta en la noche por nosotros, trabaja para los nuestros, guía en las tormentas hacia mí misma, sabe esperar más de lo que yo nunca seré capaz, es la roca más alta sin la cual el halcón no sería el ave con la mejor situación, sombra si el sol amenaza, manta si el frío acecha, piernas si el cansancio vence, termómetro de mi ánimo.

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El transmisor de ideas

Es ahora una mesa lo que habito cada mañana. Una redonda, cubierta de melamina gris, silenciosa y compañera. Es la última de una hilera de ellas, la que está más arrinconada, más íntima, casi escondida entre la extensa población de libros apoyados uno tras otro, estante sobre estante.

El multitudinario silencio llena este lugar en que la palabra demuestra su poder, una biblioteca de barrio, actual y con sabor. Curiosa mezcla de irresistible atractivo.

En cada descanso tras un par de horas trabajando, doy un paseo que resulta necesario y reconfortante. Leo títulos al azar y me detengo ante algunos con buen sonido: «El juego de la vida», «La felicidad según Séneca», «Reflejos del cosmos», «El arte de la impermanencia», «La obra poética de Luis Cernuda», «Cordura y locura en Cervantes»…

En cada uno una ojeada, un momento de intriga y enseguida otro de decepción o, si hay suerte, de disfrute que lo hace recomendable bien para la sección de reseñas, bien para deleite propio.

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Niños magos

Dicen que los niños y los borrachos cuentan siempre la verdad. Y bueno, tengo bien constatado que eso no es cierto, ya que incluso los niños tienen «su» propia verdad de lo que ocurre. Sin embargo, lo que sí hacen es no tener pelos en la lengua. Quizás a eso se refiera el dicho.

Así pues (y bajo riesgo de que me llamen Miss children… por lo mucho que los menciono), contaré que charlaba con un enano de cinco años sobre la Navidad cuando me preguntó sin más ni más:

–¿Y tú crees que los Reyes Magos habrán sido niños alguna vez?

Prometo que tuve que pensar un rato la respuesta. Rato que aproveché para soltar carcajadas tanto externas como internas, provocadas por la audacia de la curiosidad infantil.

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Otra soledad

Paseando por uno de los múltiples senderos que salen entre los picos de Navacerrada, entrañablemente agarrada del hombro de mi hijo, iba dejando pasar sin descuido árbol tras árbol del bosque que nos abrigaba.

El cielo era únicamente azul, ni movimiento ni sonido ni mancha, solo azul. Eso sí, era un azul estrecho, de la medida exacta que cabía entre las esbeltas copas de los árboles.

De repente, un ave de la zona, llamémosle águila, mostró serenamente su envidiable capacidad, planeando a una altura inalcanzable durante minutos. Mi primer pensamiento al salir del ensimismamiento sufrido por aquella visión, se basó en la soledad que debía de sufrir aquel alado al que momentos antes estaba envidiando boquiabierta. Cosas tan grandes como la que él es capaz de vivir deberían poder ser compartidas. Tan grande y tan solo…

Y andando, andando, observando y nutriéndome, conectando con todo, sintiendo unidad, toqué, como se toca el fuego cuando vivimos pasión, con uno solo de mis dedos, un sentimiento de totalidad. Ahora no precisaba nada porque sin llevar conmigo en ese momento cosa alguna, ya las tenía todas. No añoraba nada porque todo estaba ahí. Todo sabido sin aprender, todo entendido sin buscar. Cómo te explicaría yo que Todo está ahí, en la tierra del camino, en la corteza del tronco, en el hielo, en tus ojos, en tus ganas.

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El trabajo

El trabajo es una de esas palabras que adquiere un significado diferente según sea su «apellido». Así como la amistad, las circunstancias o la lluvia pueden transmitir lo mismo a cualquier ser humano, el trabajo toma connotaciones muy diferentes, que van desde la esclavitud al ocio, según donde coloquemos nuestro índice sobre el globo. Y aun en la superficie que tapa nuestra yema habrá desigualdades indignantes.

En realidad, el trabajo en sí mismo es un concepto relativamente moderno que implica que nuestros esfuerzos por sobrevivir tienen un horario concreto. Si cada uno de nosotros siguiera cazando o sembrando en grupo, no existiría el concepto de trabajo, sino el de subsistencia, algo que aún se da en algunas partes del mundo y posiblemente no deberíamos olvidar como punto de origen, como sentido. Los ratos que pasamos en casa cuidando de los nuestros y laboreando sin tregua son los que más se acercan a este sentido lógico y original de lo que hoy llamamos trabajo.

Al fin y al cabo cada uno de nuestros días tenemos que comer y necesitamos un trozo de yeso sobre la cabeza. Seamos inteligentes y soliviantemos nuestras necesidades cuanto antes, y dediquémonos tranquilos el resto de nuestro tiempo a lo que nos parezca más importante. Que la apatía, el idealismo excesivo, la falta de visión no nos hagan, al tiempo, esclavos de nuestras circunstancias, incapaces de tomar decisiones por haber olvidado una parte de nosotros: que somos de carne y hueso.

También es evidente que tenemos preferencias claras, tipos de actividades que disfrutamos más. Para unos es la educación, para otros la investigación, el periodismo, la cocina, el cuidado de los demás…

Empleemos el tiempo suficiente buscando nuestras inclinaciones más satisfactorias y desde ahí tomemos decisiones que, incluso en esto, nos acerquen a nosotros mismos, siempre que nos sea posible.

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La Naturaleza

Sentada en este lugar que habito cada mañana, me descentra y a la vez concentra hoy la lluvia. En ella encuentro, como en cualquier parte de la Naturaleza, muchas similitudes conmigo y contigo. Todo es vehementemente susceptible de contarnos cosas importantes.

Puedo contemplar la rutina en la asiduidad de su presencia, y a la vez todo tipo de ritmos internos si me paro a seguir el paso discontinuo de unas u otras gotas, de cada uno de nosotros.

Forman entre todas un hermoso conjunto al que concebimos todos así, como un todo; la lluvia. Ese gran Uno, compuesto por millones de unos. Y si lo vemos tan claro en cada día de lluvia, ¿cómo nos cuesta tanto entendernos como a Uno solo, aunque cada uno lleve su propio ritmo?

La lluvia nos muestra su capacidad con infinitas formas de expresión, cada una de ellas evocadora. Se presenta clara y fresca o tormentosa y gris, aliviante en verano o asesina si lo desea, como nosotros con lo que nos rodea. Es una fuerza de la Naturaleza, lo cual ya debería decirnos suficiente.

Aún más me cuenta esta hermana húmeda cuando atrapa mi vista una de esas gotas de lluvia que cuelgan de la barandilla boca abajo. ¡Qué serenidad! Esperan pacientes a caer al suelo, y desde ahí correr con muchas otras en forma de riadilla, calle abajo. ¿Por qué nosotros no somos capaces de estar serenos ante el suelo contra el que chocaremos irremediablemente, para correr junto a muchos más tomando una forma distinta? Sea río, sea nube.

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Las circunstancias

Mira que son como una plaga o más bien como la arcilla. Quiero decir, que uno se empeña en mirar la vida con ojos profundos y serenos, y ahí están las circunstancias para poner gravilla o césped en el suelo a nuestro paso.

Son incesantes los pequeños acontecimientos, cambios de planes, personas cómodas o incómodas que se van cruzando con nosotros o, más bien, que conforman la materia con la cual se engendra nuestra vida, momento a momento; arcilla, decía. Bien que el alfarero seamos nosotros, nuestro interior en sus múltiples facetas, bien que sus manos sean nuestro carácter, pero con lo que trabajamos es con las circunstancias, es nuestro caldo de cultivo.

Y habrá quien piense que nosotros somos la arcilla y las circunstancias son las manos que nos moldean; hasta hace no mucho yo misma pensaba así. Sin embargo, comprobé que quien deja que los hechos le den forma, al ser estos tan cambiantes, se encuentra a su merced. Mas si son las manos del carácter lo que pulimos, las de la consciencia, las de la inteligencia práctica (que para mí es la que va más allá de los razonamientos y usamos básicamente para ser más felices), si son ellas las que dirigen y deciden ante cada situación, podremos sacar de cada trozo de arcilla (o circunstancia) una bella pieza.

Ya se trate de los pequeños acontecimientos que nos ocurren como de los grandes, de los que apenas arañan como de los que marcan con ganas, todos ellos necesarios, me resulta importante que estos compañeros de camino o camino en sí, no me afecten demasiado, que lleguen a mí en la justa medida en la que pueda aprender algo de ellos, o en aquella en que puedan fortalecerme y hacerme disfrutar de lo que tengo “entre manos”. Lo que deseo recordar sobre la arcilla, circunstancia, persona o evento, es que puedo elegir entre enfadarme o comprender, entre gritar o explicar, exigir o merecer, estar o Ser, renegar o confiar, incluso ser sumiso o ser seguro, olvidarme o recordar quién soy, ser grosera o ser amable, en definitiva, dejarme caer o mover las alas.

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Los amigos

Cuando escribo en esta sección, lo hago pensando en mis hijos, a los que querría transmitirles de lo que yo sé sobre un tema concreto, de lo que tan trabajosamente he ido aprendiendo. A esos chiquillos listos pero jóvenes les diría:

No busquéis a los amigos, ellos aparecerán solos. En una especie de enamoramiento paulatino vas conociendo a alguien con quien te gusta pasar el tiempo, con quien te entiendes hasta por gestos y disfrutas hasta de la dialéctica. Pocas veces te sentirás tan abrigado como con un amigo al que tu corazón acaba llamando hermano.

Los amigos son esos extraños seres que capotean cuando menos te lo esperas ante un jefe o una madre, que provocan por despiste voluntario un encuentro con esa chica que te gusta, que encuentran el disco que andabas buscando, son esos pseudoduendes con capacidad para adivinar lo que piensas y adelantarse a ello, se saben toda tu vida y te la recuerdan de vez en cuando, tanto para mondarte de aquellos ratos irrepetibles como para que no olvides todo lo que vales.

Todo esto es algo que puede ir siendo modificado por las circunstancias, cambios de domicilio, de cole, de trabajo, novios o todo a la vez. Son las pruebas que a toda relación pone la vida. Pásalas, pitufo, merece la pena no tener mala memoria, no ser perezoso, seguir sabiendo qué le pasa a tu gente, porque así lo sientes realmente y también, porque como los primeros amigos hay pocos. Los que provienen de la inocencia y de las grandes experiencias, los que te conocen desde siempre, no desde que usas corbata, los que te han visto sobrio y ebrio, alto y bajito, suspender y ganar el partido, esos, te quieren por quien eres, jamás por lo que eres o les puedes aportar. Los grandes amigos no aparecen solo en la juventud o la infancia, pero sí es necesario para calificarlos como tales que hayan pasado contigo todo lo que dice la frase anterior, impertérritos, tranquilos, cerca.

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