Ya lo dijo Séneca: sin prisa pero sin pausa

Tal vez no lo dijo de la misma manera, pero esa era la idea.

La ansiedad del tiempo (que se emparenta mucho con la impaciencia) es una enfermedad más propia de nosotros, los actuales, que de ellos, los antiguos. ¿Por qué tenemos siempre tanta prisa?

Alguien dijo que la prisa consiste en tener el cuerpo en un sitio y la mente en otro. Y nosotros, que practicamos cotidianamente eso de tener la mente en otro sitio, solemos experimentar sus consecuencias. Sabemos muy bien a qué sabe el desasosiego que va con la vida moderna, el estrés, la hiperactividad, el “quiero y no llego” que se repite una y otra vez, aunque a veces no entendamos qué tiene eso que ver con el tipo de vida que llevamos.

Si echamos un vistazo alrededor, es un sinvivir. A todas horas y en todas partes nos bombardea un cúmulo de estímulos, de mensajes, de propuestas para tomar decisiones, pequeñas y grandes (compre esto, venda lo otro, hazte un seguro, lleva a los niños a clase, come, haz deporte…). Y todo, rápidamente. Hasta la lentitud la queremos de inmediato. Así que llegamos al final del día con un ritmo acelerado en el que no hemos encontrado un espacio para reflexionar. ¿Y para qué queremos reflexionar? Pues para preguntarnos qué es lo realmente importante.

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Queremos saber

No deja de sorprenderme el enorme esfuerzo que está haciendo la ciencia en desentrañar las claves del comportamiento humano, para poder predecirlo.

La neurociencia investiga tenazmente los mecanismos del aprendizaje y nuestras redes neuronales. Los psicólogos estudian las reacciones grupales e individuales, y elaboran complejos perfiles para identificar los distintos comportamientos humanos.

Si eres del tipo “conservador”, tienes más posibilidades de ser fiel a tu producto de toda la vida que el tipo “aventurero”, que estará más predispuesto a dejarse seducir por la publicidad de un nuevo detergente. Tristemente, uno de los objetivos finales de la búsqueda de ese conocimiento es predecir comportamientos de compra o los movimientos sociales.

Quieren saber cómo reaccionamos ante los colores, ante los sabores, ante las palabras y los sonidos. Quieren saber qué zonas de nuestro cerebro se iluminan cuando sentimos dolor o cuando sentimos amor. Quieren saber por qué elegimos unos productos en lugar de otros, por qué contratamos la hipoteca con un banco y no con otro. También quieren saber qué películas van a tener éxito antes de que aparezcan, antes de invertir millones en producirlas, quieren saber si les reportarán aún más millones en la taquilla.

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Ser filósofo

El ser filósofo es estar enamorado de la verdad, lo que incluye una actitud de búsqueda de lo cierto, de lo verdadero, de lo bello, y esta búsqueda adquiere destino canalizando el impulso de la vida, participando con un grupo de seres semejantes, en beneficio de la humanidad toda.

(Jorge Ángel Livraga)

Los filósofos ofrecen respuestas

Los filósofos: estos son los únicos que viven, pues no solamente aprovechan bien el tiempo de su existencia, sino que a la suya añaden todas las otras edades; toda la serie de años que ante ellos se desplegó es por ellos adquirida (Séneca).

Qué razón tenía Séneca.

Aunque no hace falta ningún diploma especial para ser filósofo, Séneca nos recuerda que hay algunos especiales, que lo son conscientemente, y que podemos argumentar con Sócrates sobre las cosas de la vida o pedir consejo a los estoicos cuando las circunstancias nos hacen preguntarnos qué diferencia hay entre obrar bien y obrar mal.

Dice Séneca que los que se consagran a los auténticos deberes de la vida son aquellos que se esfuerzan cotidianamente en tener una estrecha familiaridad con Zenón, con Pitágoras y con los que él denomina “los restantes caudillos de las buenas doctrinas”.

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¿Por qué deseamos tanto el estado del bienestar?

El mundo en el que vivimos nos habla continuamente del estado del bienestar. Es aquello a lo que aspira nuestra sociedad. Alcanzar y mantener el estado del bienestar es moneda de cambio en los juegos electoralistas de la política. Todos queremos estar bien. Todos queremos estar mejor. Tener acceso a lo básico, sí, pero también disfrutar de los canales de televisión, de un buen móvil, tener Internet en casa, salir a tomar unas cañas, ir de compras, hacer escapadas de fin de semana… y todas las cosas que se consideran parte del estado del bienestar.

Todo lo que nos rodea nos incita a mantener la creencia de que hallaremos la felicidad en un aspecto más juvenil, en las compras online, en comprar en tal o cual supermercado. La gente de los anuncios sonríe todo el tiempo mostrando la gran alegría y satisfacción que le produce comer una marca de jamón concreta, la paz casi extática que produce un yogur con bífidus o la serenidad espiritual que se esconde en las cajas de laxantes. Puede parecer cómico, pero es así, y sutilmente se nos va quedando la idea de que son esas cosas las que nos van a ayudar a sentirnos mejor cuando las cosas que nos suceden en la vida nos dejan sin suelo bajo los pies. Entonces queremos ir de compras para llenar una necesidad que no se anuncia en ningún comercial.

Incluso las empresas, a través de los nuevos descubrimientos de la neurociencia y la psicología, tratan de motivar a sus empleados para sentirse más plenos y satisfechos con su trabajo, básicamente porque si les gusta lo que hacen no tendrán que convencerles de que sacrifiquen una tarde de pasar con la familia para dedicarlo a responder correos o preparar presupuestos para clientes. Serán más productivos, la empresa ganará más, el empleado también (aunque tenga que echar más horas) y podrá comprar cosas que no va a poder disfrutar y que, si lo piensa un poco, ni siquiera necesita.

El problema es que nuestro estado del bienestar no nos hace sentir bien. No como querríamos. No como creemos que debería ser.Tenemos éxito laboral, ganamos dinero, lo gastamos, formamos una familia, hacemos todo lo que se ve en los anuncios de televisión y en las películas, pero por dentro nos invade la angustia y la sensación de echar nuestro tiempo en un saco lleno de agujeros. De dedicarlo a cosas que no nos dan lo que buscamos.

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