Pese a la omnipresencia de las telecomunicaciones y de los dispositivos para ponernos en contacto con los demás, ha aumentado el aislamiento, la soledad y la falta de comunicación entre nosotros. Existen numerosos seres solitarios incapaces de comunicarse con otras personas, y que se refugian en su propio mundo idealizado y alejado de la realidad. No es un fenómeno nuevo porque siempre ha habido quienes han construido su propia caverna de Platón: incapaces de vivir la realidad, asustados y carentes del dominio de su destino, construyen su propio mundo de fantasía, en el que aspiran a tener todo bajo control.
La tecnología actual facilita la creación de estos mundos paralelos e irreales que ahora llamamos virtuales. No me refiero a los videojuegos, o a la gente que está “enganchada” al uso de las nuevas tecnologías, o a los mundos virtuales del tipo SecondLife, o a aquellos que prefieren comunicarse o “chatear” con sus amigos por medio del móvil en lugar de hablar directamente, o aquellos que solo conocen las ciudades, los monumentos o los museos a través de las fotos que encuentran en Internet, en lugar de verlos directamente.
En esta ocasión hablaré de un tipo de personajes que llamo “coleccionistas” y que disfrutan reuniendo todo tipo de objetos sin otra finalidad más que la de poseerlos, quizás contemplarlos, quizás clasificarlos, pero seguro que ni siquiera comprenderlos. Son entomólogos, o coleccionistas de mariposas, con el único propósito de conseguir nuevos ejemplares para poner en una vitrina de cristal clavados con agujas para preservar su belleza que contemplan extasiados. Suelen ser personas inteligentes, quizás maniáticas y detallistas, que buscan la perfección absoluta, que no es otra que la que vive en su mente. No les interesa interactuar con el mundo, sino tan solo contemplarlo. Me recuerdan al hombre de negocios de “El Principito”, gente muy “ocupada” en contar lo que “poseen” y “guardar bajo llave en un cajón un papel” con el número de ejemplares de su colección.
Podríamos decir que es una especie de enciclopedismo y remontarnos así a la Historia Natural de Plinio o a los estudios de Aristóteles. O a la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert. Pero el propósito de estos autores era ilustrar a las generaciones futuras, haciéndolas más dichosas recopilando los datos obtenidos mediante la investigación científica, y el coleccionismo al que me refiero tiene algo de insano y artificial.
Hay una memorable película de William Wyler, “El coleccionista”, del año 1965, que ilustra este tipo de personajes. Muestra la contraposición entre ese coleccionista de mariposas, encerrado en sí mismo, atormentado, triste y muerto por dentro, alejado del mundo, sin ninguna necesidad de contacto con los demás y que muestra indicios de psicopatía, frente a una hermosa estudiante de bellas artes, una mujer culta, inteligente y llena de vida que le recrimina por la cantidad de mariposas a las que ha privado de vida y libertad para reunir su colección, de la que ella es la última adquisición. No voy a desvelar más detalles porque recomiendo volver a verla.