Filosofando

FILOSOFANDO

A veces, resulta extraño hacerse preguntas un poco trascendentes (qué es la vida, para qué estoy aquí, qué puedo mejorar, etc.), porque algo en el ambiente (en la oficina, en el comedor de tu casa o en el supermercado), tiende a empujar las conversaciones hacia lo superficial y rutinario, a pesar de ser preguntas que todos reconocemos como propias. Sí, es cierto que no parece adecuado entrar en la tienda y preguntar al dependiente: “¿no es curioso que hoy puede ser el último día de nuestra vida y todavía no lo sabemos?”. Pero sin llegar a estos extremos, sí deberíamos reservar unos minutos de cada día, al menos, para preguntarnos sobre el destino de nuestro viaje y los encargos que tenemos que cumplir antes de llegar.

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Antídoto contra el fanatismo

ANTIDOTO FANATISMO

A lo largo de la historia, los grandes enemigos de la Humanidad parecen reencarnarse en cada época, vestidos con distintos ropajes, hablando diferentes lenguas, pero siempre semejantes en sus devastadoras acciones.

Uno de ellos es el fanatismo, especie de enfermedad mental colectiva, que arrastra en torbellinos fatales a grupos humanos y les conduce a las más vergonzosas y criminales acciones. Las páginas más tristes de la Historia son las que recogen los hechos marcados por los fanatismos, en todos los tiempos, en todos los pueblos, pues ninguno se libra de haber padecido esta desgracia en algún momento, como si fuera una nube cargada de negros presagios que va recorriendo los lugares y los tiempos, descargando aquí y allá su tormenta envenenada.

Las obras de los fanáticos son siempre destructoras, apenas si proporcionan felicidad o serenidad, sino todo lo contrario, lo suyo es la coacción, la fuerza, la amenaza, el miedo, la vejación, la muerte.

Los seguidores de esa corriente nefasta pueden reclutarse en ámbitos también variables: pueden encontrarse en grupos políticos, religiosos, pero también aparecen en otros ámbitos, como los profesionales o los académicos. No toleran a nadie que se atreva a pensar de manera diferente, o que tenga otra visión del mundo, otras creencias, otra manera de ver la vida, pues se creen en posesión de la verdad más absoluta y los demás son unos equivocados que no merecen más que la destrucción y el aniquilamiento.

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Aprovecha tu tiempo

APROVECHA TU TIEMPO“Time is money” (Benjamin Franklin)

El correcto manejo del tiempo está íntimamente relacionado con nuestra salud financiera. A primera vista podría parecer que el tiempo y el dinero no guardan relación. Pero si profundizas un poco, su relación se hace evidente.

Piénsalo un poco.

Cada persona es bendecida con la misma cantidad de tiempo –168 horas por semana–. Bill Gates tiene 168 horas por semana. Yo tengo 168 horas por semana. Tú tienes 168 horas por semana. Cada uno de nosotros duerme durante algunas de esas horas, dejándonos quizás con 120 horas despiertos durante cualquier semana.

De esas 120 horas en que estamos despiertos, muchos de nosotros vendemos la mayoría de esas horas a alguien más a cambio de dinero. Vamos al trabajo, trabajamos un rato, vamos a casa, y, a menudo, algo del trabajo viene a casa con nosotros. Agrega a esto las horas que quemamos pensando acerca del trabajo y el tiempo de que disponemos para nosotros mismos disminuye aún más.

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La curva de Laffer en una servilleta

CURVA DE LAFFER

A pesar de que la televisión, la radio y los periódicos estén llenos de noticias económicas, resulta muy difícil escribir algo sobre economía sin caer en el pantano oscuro y pegajoso de lo que hoy entendemos por “política”. Sin embargo, tanto la política como la economía son ciencias. Y en ellas podemos encontrar verdades en el mismo nivel que las podemos encontrar en química, medicina, astronomía o geometría.

Es verdad que la economía parece una ciencia menos exacta, más estadística. Pero en este mundo es muy difícil encontrar algo exacto. Si las cosas fuesen mecánicamente exactas, no existirían la libertad, las equivocaciones, la responsabilidad ni la evolución. Y el mundo sería un lugar lleno de repeticiones exactas, triste, en el que todos estaríamos perdiendo el tiempo: muchísimo tiempo; en realidad, todo el tiempo.

Afortunadamente, las cosas no son así de tristemente exactas. Y como ya hice notar en mi anterior post, en algunos conceptos económicos y políticos hay verdades universales que están, o deberían estar, más allá de toda discusión ideológica.

Solía decir Benjamín Franklin que “En este mundo solo hay dos cosas seguras: la muerte y pagar impuestos”. Y sobre impuestos es de lo que estaban hablando el economista Arthur Laffer y el jefe de Gabinete del entonces presidente Gerald Ford durante una comida en un restaurante de Washington, en 1974. Laffer explicaba que cuando los impuestos son cero, los ingresos fiscales son cero, y que si la tasa impositiva fuese del 100%, los ingresos fiscales también serían de cero.

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Lo esencial es invisible a los ojos

LO ESENCIAL ES INVISIBLE

 

Qué razón tenía el principito de Saint-Exupery, aquel principito que nunca olvidaba una pregunta hasta haber obtenido una respuesta. Verdaderamente, era un filósofo.

Su sencillez le permitía observar el mundo con una mirada limpia y humana en el más alto sentido de la palabra. Hacía preguntas al aviador que lo encontró con la desenvoltura con que solo un niño puede plantear las cosas: “¿esto qué es?”, “¿por qué haces esto?”, “¿para qué?”.

Fue así como llegó a la conclusión de que los adultos eran un poco raros: encontró a uno que le explicó que se dedicaba a contar estrellas del firmamento para tomar posesión de ellas y que no fueran de ningún otro. Era un hombre de negocios y no estaba para perder tiempo (vamos, lo mismo que hacen algunos jugando con los números de las cuentas bancarias: un botón aquí, el minuto exacto para invertir allá, lo vendo multiplicado por dos siete segundos después y ya tengo más que tú).

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Hablar mal de los demás

HABLAR MAL DE LOS DEMAS

Si por encanto del hechizo de algún mago del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería todos quedáramos mudos al intentar hablar mal de alguien, quizás la mitad del planeta quedaría en silencio, o al menos esa es la impresión que tengo al escuchar la cantidad de conversaciones que giran en torno a criticar a alguien o a quejarse de alguien.

Uno podría excusarse diciendo que todo el mundo lo hace; o que en realidad, la gente de la que uno habla mal merece eso y más.

No estoy de acuerdo. La vida me ha dado dos estupendos ejemplos de personas reales a quienes nunca he escuchado hablar mal de los demás: mi padre y mi maestra de filosofía.

En el caso de mi padre, ni aun en las peores circunstancias –cuando genuinamente se había sentido agraviado por otros– ha caído en este vicio. Supongo que se lo debe a su noble corazón y a mi abuela, a quien tampoco nunca escuché decir siquiera una mala palabra. En el caso de mi maestra, quien también sufrió injusticias terribles y ataques, tampoco le he escuchado sino palabras cargadas de bondad, de belleza, de elegancia y sabiduría… Quizás, además de una buena crianza, se deba a que genuinamente procura vivir las enseñanzas de los grandes sabios.

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Transmitir el conocimiento

TRANSMISION DEL CONOCIMIENTO

Se suele recurrir a la imagen de la Sociedad del Conocimiento para definir la tendencia de los países desarrollados. Más allá de las escenas que nos ofrecen diariamente los medios de comunicación y de la posible distorsión de la realidad que puedan proporcionarnos, es cierto que la sofisticada especialización que han alcanzado las diferentes ramas del saber produce una ingente cantidad de hallazgos.

Hallazgos que, si fuesen convenientemente divulgados, mejorarían sin duda las condiciones de vida de millones de personas y en algunos casos ayudarían a explicar fenómenos que parecerían sujetos al ámbito de lo enigmático. Sin embargo, tales resultados apenas si rebasan los límites de las publicaciones especializadas y solo alcanzan a las comunidades de intereses de los científicos y en el mejor de los casos, de quienes financian las investigaciones. Y frente a ese aislamiento, aumentan cada vez más las supersticiones y prosperan adivinos, echadores de cartas y mancias de pacotilla, que tanto desprestigian la búsqueda del conocimiento tras las apariencias y las preguntas audaces.

Se hace necesario cubrir ese abismo que parece infranqueable entre el saber y sus destinatarios, que son los seres humanos, mediante una labor paciente y meticulosa de divulgación y de transmisión. Es indispensable ese esfuerzo, si no queremos que la ignorancia acabe por embrutecernos, si queremos que la edad media que tanto se detecta en síntomas sociales, no vuelva a sumirnos en la oscuridad de los miedos y el analfabetismo.

No cabe duda de que Internet está cumpliendo ese deber divulgador, dando facilidades a los investigadores y nuestro boletín pretende aportar su granito de arena difundiendo las noticias que nos resultan interesantes para mejor interpretar el mundo y la vida. Nuestra asociación viene trabajando en ese sentido en todo el mundo desde hace casi medio siglo: que la filosofía como amor al conocimiento llegue a todos, que todos podamos llegar a ser filósofos.

Valor, fortaleza y buen carácter

VALOR, FORTALEZA Y BUEN CARACTER

¿Qué es el carácter, cómo se desarrolla?

El carácter se define como una marca, como una señal. En conjunto, son las características de algo, de un ser. Por ejemplo, como dice el dicho, si camina como pato, tiene plumas como pato y grazna como pato, tiene carácter, características, de pato y seguramente es un pato.

Según nuestro humor, nuestra forma de enfrentar los placeres o los problemas y demás señas, se dirá que tenemos un buen carácter o un mal carácter, es decir, tenemos buenas características o malas.

Y esa evidencia exterior no es sino el reflejo de aquello que somos. ¿Soy un ser agradable? ¿De tanto en tanto más bien parezco un viejito gruñón? ¿Puedo o no puedo controlar el afán de placeres y autogratificación? Nuestros actos, nuestras palabras, nuestros gestos, evidencian qué somos y nuestro carácter.

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