Se está celebrando en todas las sedes de la Asociación Nueva Acrópolis un ciclo de actividades en torno a las aportaciones de la filosofía, con la clara intención de hacernos reflexionar sobre las posibilidades de aplicación práctica que tiene una disciplina a la que hemos cargado de un significado teorético, alejado de la realidad y de los problemas que debemos resolver, empujados por la necesidad.
Lo curioso es que, apenas nos introducimos en el amplio territorio de la tarea filosófica, comprobamos que en realidad prácticamente todos los que cultivaron el arte de pensar lo hicieron impulsados por un serio compromiso de mejorar el mundo y aportar nuevas visiones y perspectivas para su tiempo. También es cierto que la mayoría tuvieron que pagar un alto precio por ello, lo cual hace más grande y admirable su ejemplo y nos invita a la valentía de remontar la corriente que nos arrastra hacia la masificación y la abulia. Amar la sabiduría es una tarea peligrosa, pero bella noble, y nos lleva a la libertad y a la plenitud.
Parece como si un oscuro velo de inutilidad hubiese ido cubriendo la imagen de la filosofía, quizá para hacerla menos atractiva, impidiendo así que los buscadores se hiciesen preguntas inquietantes y descubriesen las manipulaciones y los engaños de quienes se benefician con la ignorancia.
Sí, son muy variadas y ricas las aportaciones que hace la filosofía a la vida de los seres humanos: la hace más completa y más digna, ensancha el horizonte, permite imaginar nuevas salidas para las encrucijadas, nos eleva por encima de la estrechez de los egoísmos y las mezquindades. El mundo sería mucho mejor si fuesen más numerosos los cultivadores de ese arte de pensar que nos lleva al arte de vivir y marca con su sello a quienes llamamos sabios. Lo sugirió Platón en su día: la justicia reinaría en la ciudad si los filósofos gobernasen o si los gobernantes se entregasen a la filosofía.