
La mejor forma de gobierno sería aquella que nos enseñase a gobernarnos a nosotros mismos.
(Pensamiento platónico)
El tiempo no siempre es un recuento de acontecimientos más o menos previsibles, en progresión lineal, sino que a veces acelera su ritmo y se deja interrumpir por lo inesperado, lo que se encontraba fuera de los pronósticos más certeros. La consecuencia es siempre el cambio y sus protagonistas suelen ser aquellos que estaban en el lugar y en el momento oportuno, como fruto de una actitud, abierta a las posibilidades, más ligera y libre que la de los que se aferran a la tarea de tenerlo todo controlado.
Tal es la lección de la historia, que deberíamos leer más a menudo. Quizá la mayor de las singularidades que marcan a los personajes que salen a la escena del mundo, para escribir páginas en esa historia, es que supieron estar ahí cuando era el momento y se abrieron paso en medio de los sucesos, guiados por ese particular olfato para percibirlo.
Ya sé que todo esto desafía las leyes de la racionalidad, pero es que en la vida de los seres humanos no todo puede ser filtrado y enfriado por los razonamientos, porque también existen las emociones y las intuiciones, por no hablar de ese extenso territorio interior donde manejamos los símbolos y nos preguntamos por el sentido que tienen las cosas. Ahora es el momento de soltar el lastre que se nos había pegado, oscureciendo nuestra capacidad para los compromisos en el refugio de la desilusión y el escepticismo.
Si nos desentendemos de lo que ocurra en la vida social, con el pretexto de sentirnos defraudados, otros tomarán las decisiones por nosotros, y lo que es peor, pretenderán interpretar el mundo sólo a su manera, dictada por sus intereses.
Entre los matices de lo que hemos vivido estas últimas semanas sobresale una nueva capacidad para salir de la indiferencia y volver a comprometerse con las ideas y las personas. Ha sido una buena lección de vitalidad, que va a servir probablemente para renovar muchas cosas, en armonía con los mensajes de esta primavera.
Uno de los elementos que mejor caracteriza a la Naturaleza son los ritmos y los ciclos. Existen ciclos de corto, medio y largo plazo. Ciclos diarios, mensuales, anuales, y a otras escalas astronómicas mayores.
El ser humano, en tanto ser natural, también está marcado por los ciclos de la Naturaleza. Por el contrario, las máquinas no se rigen con este ritmo cíclico natural y pueden actuar de manera constante. Bueno, sí tienen ciclos de funcionamiento, pero suelen ser tan rápidos que dan la impresión de una acción continua.
El ser humano, en contraste con las máquinas, sufre alteraciones con ciclos tanto físico-energéticos como emocionales, e incluso mentales. Hay momentos del día, de la semana o del año en los que los trabajos nos parecen más sencillos, en los que todo nos sale bien o en los que estamos más animados. Y otros en los que por mucho que nos esforcemos todo parece ir mal. A veces tenemos momentos de inspiración, o de brillantez en los que se nos ocurren las mejores ideas, en los que nos parece que caminamos alegremente, sin esfuerzo, cuesta abajo. Y otros momentos en los que necesitamos un descanso o queremos «consultar nuestras decisiones con la almohada», o que es preciso empezar de cero.
Mientras el ser humano “padece” estos ciclos, la máquina aparentemente puede estar continuamente funcionando, sin cansancio físico o emocional: tan sólo necesita una fuente ininterrumpida de energía para mostrarnos su fuerza, precisión, rapidez de procesamiento o cualquier otra labor en la que ayuda, complementa e incluso supera la labor del ser humano.
Aquí hay una aparente contradicción, puesto que por una parte nos beneficiamos de la ayuda de las máquinas, pero por otra despreciamos su comportamiento «poco natural», carente de ciclicidad, de aquello que consideramos más humano, como los sentimientos, los cambios de ánimo o las dudas. En nuestro lenguaje utilizamos despectivamente los términos «mecánico», «trabajo mecánico», «automático» o «maquinal» para aquellos en los que no nos implicamos con nuestra capacidad emocional y mental.
(Tachín, tachín, música de acompañamiento): «Hoy las ciencias adelaaantaaaan que es una barbaridaaaaad!». ¿Recordáis esta canción de don Hilarión en La verbena de la Paloma?
¡Ay, si este hombre viviera ahora! ¡Le daba un patatús!
Podría parecer que la física es una ciencia seria y rigurosa, que se basa en hechos comprobables experimentalmente, que verifica hipótesis acerca de las leyes de la materia a través de complicados teoremas y sofisticados laboratorios.
Efectivamente, así es.
Nada más lejos del rigor científico que pensar que la vida y lo que le ocurre a una persona se pueden explicar según un modelo físico y, por tanto, que el mundo en que vivimos se puede cambiar.
Hasta hace muy poco tiempo, todo esto de la meditación, el prestar atención a nuestro mundo interior, era un cuento que muy pocas personas y ninguna institución oficial se tomaban en serio. Hoy días las cosas han cambiado bastante, y tanto la medicina como la química, la psicología e incluso la física, comienzan a tomarse muy en serio el poder de la mente. Y no me estoy refiriendo a los llamados poderes parapsicológicos, sino a capacidades más cercanas y prácticas, como la creatividad, la capacidad de concentración, atención, memoria, a las posibilidades de controlar el estrés, las emociones y pensamientos.
Hoy día, todas estas cosas ya no son un cuento. Ahora sabemos, la ciencia lo está demostrando, que es la mente, las ideas, las emociones, la que conforma y forma nuestro mundo interior y exterior. Sabemos que cuando nuestra mente da significado a algo, ese algo lo vivimos como real, sea ese algo un fantasma, un dolor, un amor, el miedo, etc., sin ser conscientes de que solo es una interpretación, una especie de teatro montado dentro de nosotros mismos con un único espectador: nuestro “YO”.
Todos estos descubrimientos son realmente fascinantes. Nos acercamos a un enfoque parecido al de la filosofía clásica, la cual ha sostenido, desde tiempos remotos, que nosotros, las personas, no somos lo que comemos, como dicen algunos libros de cocina: somos, en mayor medida, lo que pensamos, sentimos y hacemos. Y es ese orden el que debemos intentar respetar: pensar, sentir y, por último, actuar.
Una cosa importante que tenemos que tener en cuenta todas las personas interesadas en este tema es que la meditación no es una forma, no es un método diseñado para huir de los problemas. Para eso están las drogas. Las drogas sí sirven para huir de los problemas, pero solo momentáneamente, porque cuando pasan sus efectos, los problemas siguen ahí, y normalmente, empeorados. Empeorados porque hemos perdido tiempo y energía que pudimos haber utilizado para resolverlos. Y la meditación es justo lo contrario, es un método que sirve para encontrar dentro de nosotros mismos la fuerza, la creatividad, la inteligencia necesarias para superar los problemas: no para huir de ellos.
Una de las instituciones que está ahora utilizando la meditación para conseguir beneficios a nivel físico, emocional y mental son las prisiones de Estados Unidos. En el centro correccional de Alabama se ha llevado a cabo una interesante experiencia de la cual dejo aquí un enlace para que la podáis ver.
Aunque en ocasiones he publicado letras de canciones con contenido filosófico, permitidme hoy esta “boutade” y que lo publique “contracorriente”.
Se trata de una canción con un título tan actual que espero que perdonéis la intromisión filosófica, pero si este blog trata acerca de las reflexiones cotidianas de un filósofo, entenderéis que la actualidad es lo que prima. El título es “Carta al gobernador de Libia” y fue escrita por Giuni Russo y Franco Battiato en 1981. En 1989 la volvió a grabar Battiato añadiendo una cita relativa a Rodolfo Graziani, famoso general italiano que, entre otras acciones, se distinguió por la conquista de Libia entre 1921 y 1931. La letra, como muchas de las escritas por Battiato es algo rebuscada y quizás estrambótica. Creo entender que es una canción contraria a la guerra de Libia, la que en su momento emprendió Italia contra la revuelta de Omar Al Mukhtar. Entiendo que también lo es contra la guerra del actual “gobernador” de Libia que es capaz de bombardear a su propio pueblo que nunca lo eligió. De hecho, parece tan actual, la venta de armas por parte de gobiernos occidentales, las reinas, la lujuria, el ejército de Amazonas que acompañan al dictador, el desplazamiento de la guerra de Bengasi a Trípoli, etc.
Presso una casa antica e bella Piena di foto di regine e di bandiere Aspettavamo il console italiano La fine dell’estate fu veloce Nuvole nere in cielo e qualche foglia in terra Carico di lussuria si presentò l’autunno di Bengasi. Lo sai che è desiderio della mano l’impulso di toccarla Ho scritto già una lettera al governatore della Libia I trafficanti d’armi occidentali Passano coi ministri a fianco alle frontiere Andate a far la guerra a Tripoli Nel cielo vanno i cori dei soldati Contro Al Mukhtar e Lawrence d’Arabia Con canti popolari da osteria Lo sai che quell’idiota di Graziani farà una brutta fine. Ho scritto già una lettera al governatore della Libia |
En una casa antigua y bella llena de fotos de reinas y banderas esperábamos al cónsul italiano. El final del verano fue rápido. Nubes negras en el cielo y algunas hojas en la tierra. Cargado de lujuria se presentó el otoño en Bengasi. Sabes que es deseo de la mano el impulso de tocarla. Ya le he escrito una carta al Gobernador de Libia. Los traficantes de armas occidentales con los ministros pasan las fronteras. Id a hacer la guerra en Trípoli. Por el cielo van los coros de soldados contra Al Mukhtar y Lawrence de Arabia con canciones populares de las tabernas. Sabes que el idiota de Graziani seguro que acabará mal. Ya le he escrito una carta al Gobernador de Libia. |
En Internet no he encontrado ningún vídeo de una grabación en directo. Es una pena. Pero espero que disfrutéis de esta bella canción que tengo como sintonía de mi móvil desde el año pasado.
Me estoy tomando un tazón de fresas con leche, buenísimo. Y es que estoy haciendo dieta, me preparo para el verano.
¡Qué va!, eso es una frase hecha. Me preparo para mí, me he hartado de vaguear y dejarme llevar. Me he dado cuenta de que, muchas veces, me dedico a hacer lo primero que pasa por mis circunstancias, y ni siquiera pienso si me apetece o si quiero hacerlo. Por ejemplo, asalto la nevera sin más ni más, o al jamón, o al donut que queda. Y me pasa lo mismo con el trabajo: de repente, me ofrecen algo y lo hago, y a lo mejor tenía cosas pendientes o algo que terminar. Es como si acumular no tuviese un coste para mí, o incluso fuese bueno.
Me da a mí que la sociedad consumista y actual nos ha metido el chip tan dentro que ya no apreciamos ni lo que admitimos; solo admitimos.
En ocasiones me he encontrado diciendo que sí a obligaciones autoimpuestas, incluso relacionadas con el ocio, cuando en realidad hay algo que me lleva apeteciendo hacer muuuucho tiempo, y nunca acabo de hacer.
Creo que no hacemos caso a lo que de verdad queremos hacer, a lo que de verdad queremos comer, a la cantidad de trabajo que, de verdad, queremos realizar, porque eso supondría un esfuerzo. Estamos tan acostumbrados a acoger para que todo lo que nos pasa por delante nos quepa en la vida apresurada que llevamos, que nos hemos olvidado de un par de verbos fundamentales como ELEGIR o DECIDIR, incluso los verbos QUERER, más que deber, o DESEAR, más que pasar por…
Como si de un ritual establecido desde antiguo se tratase, cada comienzo de año solemos desearnos que ese nuevo ciclo del tiempo que se inicia nos traiga toda clase de bienes. Desde nuestro blog nos sumamos a esa tarea de difundir buenos deseos a todos nuestros pacientes lectores, pero también, como aprendices de filósofos, proponemos una breve reflexión sobre el tiempo y los intentos humanos por contenerlo, por dominarlo o incluso por descubrir sus secretos.
El tiempo es una línea continua que sostiene nuestras acciones, que desgasta las cosas y la materia de nuestro cuerpo, una línea constituida por los instantes en los que se resuelve nuestro presente, para convertirse en pasado. Ese tiempo lineal de instantes acumulados nos produce un vértigo que solo puede calmar el otro ritmo del tiempo, el simbólico, el cíclico, el que nos lleva año tras año a vivir el misterio de los orígenes, como si fuese posible empezar de nuevo y conseguir lo que hasta ahora se nos escapaba.
Si somos capaces de concebir estos dos regímenes temporales, es que disponemos de las facultades para hacerlo: la de construir paso a paso el trayecto de los esfuerzos y los trabajos, uno tras otro, y la que nos permite volar en cierta manera por encima de lo cotidiano para elevarnos hacia las realidades atemporales, las que no se encuentran sujetas al desgaste del tiempo, y que se nos manifiestan en forma de ciclos, a través de los cuales descubrimos la Naturaleza y el mundo.
Tras nuestros deseos de que este nuevo año que ahora empieza sea mejor, está el anhelo insoslayable de intuir que es posible liberarse de lo que nos ata y nos impide el vuelo. Para ello, el tiempo tiene que ser nuestro aliado. Como decía el viejo proverbio: «hoy es el primer día del resto de nuestra vida».
¡Insoportable y desolado mundo! ¡Infinitamente ruin y corrupto eres! ¡Pero mi destino me llama y yo acudo para que la virtud triunfe por fin!
Es la voz de Don Quijote en la película El hombre de la Mancha, que tuve la oportunidad de ver una vez más en una de esas ocasiones en que la televisión rescata viejas glorias del cine. Y nuevamente volví a ver a un Don Quijote indignado ante la visión del mal extendiéndose impunemente entre los hombres.
¿Cómo puede ser que el fraude y la corrupción den más beneficios que la virtud y la verdad?, se pregunta el Caballero de la Triste Figura.
Ante tal estado de cosas, no puede soportar la inacción y se lanza a luchar por la justicia y defender a los desprotegidos, proponiéndose como misión convertir un mundo de hierro en un mundo de oro.
Siempre le acompaña la opinión práctica y simple del que vive con los pies en la sólida tierra: “Es curioso que este sendero para la gloria es clavadito a la carretera del Toboso, famoso por lo barato de sus pollos”, le dice Sancho. “Eso refleja que tienes poca experiencia con la aventura”. Claro. Ahí le duele.