
«No son las malas hierbas las que estropean una buena cosecha, sino la negligencia del agricultor» (Confucio),
Imagina dos habitaciones cerradas. Una iluminada y otra a oscuras. La habitación sombría está rodeada de luz, la habitación iluminada de oscuridad.
¿Qué ocurrirá si abrimos la habitación iluminada? Rápidamente comprobaremos que la luz se derrama hacia afuera alumbrando la oscuridad.
Y ahora abramos con la imaginación la habitación oscura. ¿Qué ocurre? ¿Acaso la oscuridad sale, se transmite? No, es la luz la que penetrará en la habitación iluminándola.
La luz es más poderosa que la oscuridad y aun en este mundo material es capaz de vencer a las tinieblas.
A pocos metros de aquí hay un escaparate. Desde que frecuento esta zona de la ciudad siempre ha estado vacío, siendo tan solo un espacio tras un cristal.
Pero cierto día me sorprendió ver en la blanca pared del fondo una frase: “Esto es una sombra”. Pronto comprendí que efectivamente era una sombra, la sombra de unas palabras que alguien había escrito en color plateado sobre el cristal y que apenas se percibían.
Cada día al pasar por el escaparate buscaba la frase, esto es una sombra, y algo tan sencillo, que no sé si escribió un bromista o un filósofo, me sumía en profundas reflexiones. Y me llevaba a querer advertir a quienes se cruzaban en mi camino: “esto que veis de mí también es una sombra e igualmente yo soy solo el reflejo de unas letras de plata”.
Y así seguía siempre cavilando: ¿quién las escribió?, ¿por qué lo hizo?
¡Qué bello es vivir!
¿Es esto el título de una película o es una afirmación filosófica?
Las dos cosas.
Por estas fechas en que cambiamos de año, solemos tener la ocasión de ver la reposición del clásico del cine Qué bello es vivir. Para los que no lo conocen, es de libre acceso en Internet desde que a alguien se le olvidó renovar el copyright hace muchos años.
Séneca ya nos lo advirtió: el espacio que vivimos no es vida sino tiempo. Y es esta una diferencia interesante si realmente queremos extraer el jugo a la vida.
El hecho de vivir requiere aprender cómo se hace eso de vivir, y obligatoriamente, qué significa morir. Solo teniendo en cuenta que hay un principio y un final, podremos dedicarnos adecuadamente (y es nuestro deber hacerlo) a extraer de cada circunstancia, de cada etapa vital, de cada error o de cada acierto, una pieza más para resolver el enigma que a todos nos es planteado: ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿para qué estamos aquí?, ¿cómo fuimos lanzados a la existencia?, ¿qué es lo que hace que nos preguntemos estas cosas?
Ver nuestro tiempo de vida como una oportunidad de aprendizaje nos permitirá diferenciar (con mayor claridad a medida que practicamos) lo que es realmente importante de lo que no lo es, mientras navegamos entre alegrías y dolores, y a veces empujados por circunstancias que parecen decidir por nosotros.