Quién soy…

Hace unos días me escribió un chico algo perdido, en relación con un artículo que publiqué hace unos años. El tema era la sobredotación intelectual, pero eso no es lo importante.

Se trataba de una persona joven, veintitantos, de otro país de habla hispana, ingeniero, con algún blog abierto… y que no sabía quién era. Se buscaba a sí mismo entre las páginas de internet, intentando encontrar información que le diese una respuesta sobre sí mismo.

Sus síntomas, para buscar nombre a su problema y así poder solucionarlo, eran los siguientes:

– Siento que el mundo es cuadrado y yo soy redondo.

– Me intereso por temas de índole trascendental.

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La cigarra y la hormiga

Esta fábula de Samaniego ha sido reinterpretada de otra manera. Se considera a la hormiga como una criatura gregaria, aburrida y desindividualizada. Un ser demasiado previsible y que sólo vive para trabajar. Sin embargo, nada mejor que la alegre y dionisíaca cigarra, que disfruta el momento y vive al día. Es vividora, holgazana y ociosa.

Actualmente nada se planea a largo plazo. Solo se buscan soluciones en el aquí y ahora, sin importar las consecuencias futuras. Solo algunos idealistas piensan en el futuro, y sueñan dejar la Tierra a las generaciones futuras mejor que como se la encontraron.

En el aspecto económico, se han juntado los peores aspectos de la cigarra y de la hormiga. Por una parte, la falta de previsión de la cigarra, de conciencia del impacto de nuestras acciones en los demás y a lo largo del tiempo. Por otra parte, el exceso de ambición y el acaparamiento desmesurado de la hormiga. No es que la hormiga sea por naturaleza ambiciosa y acaparadora, pero su traducción a términos humanos nos da esa sensación.

En los últimos años hemos vivido una época de expansión y crecimiento en España, en donde mucha gente se ha enriquecido y ha acaparado riqueza de forma desmedida. La ambición ha provocado un interés desorbitado por obtener más y más dinero. Inmobiliarias, constructoras o bancos son un ejemplo de ese enriquecimiento rápido, y de querer vender todo por más de lo que vale y por mucho más de lo que se compró (y aún no se llegó siquiera a pagar). En esta sociedad del “pelotazo” (como se llama en España al enriquecimiento rápido) los ídolos son los promotores inmobiliarios, los que venden su vida privada en la televisión o los deportistas que en una cortísima carrera profesional ganan lo que cien de nosotros durante toda nuestra vida.

Ahora, cuando hemos descubierto la locura de todos estos excesos, cuando hemos visto que las cosas valen mucho menos de lo que nos cuestan, es cuando el problema ya nos afecta a todos y los Gobiernos tienen que poner remedio y el dinero de todos para intentar evitar una situación peor.

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El sentido de la vida

Nos desayunamos frecuentemente con una matanza realizada por un menor de edad. Es algo ya casi habitual. Lo que aún resulta más incomprensible es que suele producirse en países del primer mundo, países considerados como cultos, felices y “de progreso».

Me resultó muy clarificadora la explicación ¿? que dio el autor de una matanza reciente en Alemania, anunciada en internet previamente. Dijo lo siguiente, entre otras cosas:

“Odio la vida”.

Me hizo pensar qué clase de mundo hemos construido en el que un joven puede llegar a albergar dicho sentimiento. Odiar la vida… Odiar la vida…

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Contraria sunt complementa

Cuando el premio nobel de física Niels Bohr visitó China en 1937, quedó impresionado al ver el símbolo del yin-yang, el concepto chino de los opuestos polares. De pronto se dio cuenta de que su idea de la complementariedad nacida de la física cuántica estaba ahí representada, en un simple y milenario símbolo chino.

Toda esta historia comenzó unos años antes. Cuando por fin los físicos pudieron echar un vistazo al átomo, quedaron sorprendidos, más bien consternados, con lo que encontraron.

El átomo y sus partículas tenían un comportamiento que no encajaba con el mundo hasta ese momento conocido. Fue el fin de muchas cosas queridas y dadas por ciertas, y el principio de otras inciertas y extrañas.

Una de esas cosas extrañas fue el descubrimiento de que las partículas atómicas presentan dos aspectos totalmente opuestos: a veces parecen partículas y otras parecen ondas. Es como si la naturaleza escondiera algún truco en alguna parte.

Los científicos se movilizaron ante este comportamiento tan opuesto, y se pusieron a trabajar, a ver si averiguaban dónde estaba el truco. Por fin, en 1927 se demostró sin ningún género de duda que los electrones se comportaban como partículas al mismo tiempo que como ondas, sin trucos.

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Sinceridad y sincericidio

Leía una estupenda revista de psicología editada por Jorge Bucay, cuando, aparte de un montón de acertadas palabras, me encontré un artículo que hablaba de hasta dónde debemos ser sinceros.

Uno, en ocasiones, se congratula de ser altamente sincero, de decir siempre lo que piensa y lo que siente. Sin embargo, no hay que olvidar a los demás. Nosotros nos sentimos muy bien cuando decimos lo que pensamos, pero ¿cómo afecta eso a quien lo escucha, sobre todo si estamos hablando de él, o de personas cercanas a él?

De ahí el término sincericidio, o verdades que matan, o aún más correcto, sinceros que matan. ¿Dónde está el límite de la verdad dicha? Desde mi punto de vista, donde vaya a hacer más daño que favor al ajeno. Donde nuestro ego no sea el que está dirigiendo por delante de nuestra consideración. ¿Es realmente necesario decir todo lo que nos parece mal? ¿Significa que nos parezca mal que realmente está mal?
Es posible que una mente más tolerante vea menos errores a su alrededor. Debate abierto…

En cualquier caso, hay algo muy claro: a quien uno no debería nunca mentir es a sí mismo. Este es un campo muy peligroso, muy escurridizo. En ocasiones nos engañamos a nosotros mismos con tremendas excusas que ya creemos ciertas.

Como dice una vieja frase:

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Tolerancia activa

Con respecto a este valor universal, he creído oportuno por su claridad y trascendencia reflejar las palabras recogidas en la “Declaración de principios sobre la tolerancia” de la 28 reunión de la conferencia general de la UNESCO en París, el 25 de octubre de 1995:

La tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. La fomentan el conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión.

La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia. No solo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. La tolerancia, la virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz…

…Tolerancia no es lo mismo que concesión, condescendencia o indulgencia. Ante todo, la tolerancia es una actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás. En ningún caso puede utilizarse para justificar el quebrantamiento de estos valores fundamentales…

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Sociedad esquizofrénica

El título de este blog no corresponde a ningún grupo de música actual, por más que sus nombres sean sumamente originales. Me estoy refiriendo a que en nuestra sociedad, en los momentos más dramáticos, se propugnan unos valores, pero se admite sin ningún problema que en los medios de comunicación de masas se denigren o rechacen.

La reflexión viene a raíz de la reciente trágica muerte de una menor en Sevilla. Una muerte sin sentido, una muerte absurda, fruto de una mente enferma, dentro de una sociedad enferma. Valentí Puig lo llama, en un excelente artículo, “la extraña sociedad”.

Para este articulista, la razón se encuentra en la pérdida de valores: “Figuras como el padre o el profesor pierden su condición de modelos a imitar. El antiautoritarismo alcanza a impugnar la autoridad legítima del padre o del profesor”.

Los padres de la menor coinciden: «La sociedad cada día tiene menos moral. Quizás seamos demasiado flexibles, empezando por los profesores en los colegios».

Pero por otra parte, vemos que en la sociedad se difunden sin ningún reparo mensajes violentos, racistas, denigratorios, que no se condenan por miedo a no parecer tolerantes. Es curioso que la noche que anunciaron la detención del confeso asesino de esta joven, en la televisión se proyectaba la primera parte de la película “Kill Bill”. Aunque hace casi seis años que se estrenó, nunca la había visto…, y aún puedo decirlo, porque sólo aguanté veinte minutos de secuencias llenas de violencia absurda. Y, sin embargo, es lo que llaman una “película de culto”, un icono de la sociedad actual. Al día siguiente, al comentarlo con algunos amigos, varios me confesaron que la película les gustó. Dios mío, o no entiendo nada, o estamos todos locos: ¿cómo podemos estar tan esquizofrénicos y por una parte “disfrutar” con Kill Bill y por otra condenar el crimen de Marta?

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¿Es razonable la intuición?

No sabemos qué cosa es la intuición, pero Bobby Fischer, el gran maestro y campeón del mundo de ajedrez, hace una buena descripción de cómo funciona, al comparar a un buen jugador de ajedrez con un gran jugador de ajedrez.

Comentaba: “Cuando un buen jugador de ajedrez observa un tablero, considera alrededor de veinte movimientos posibles; él analiza todas estas jugadas y elige aquella que le gusta. Por otro lado, el gran jugador de ajedrez analiza sólo dos o tres movimientos posibles; su gran intuición le permite desechar inmediatamente un gran número de jugadas sin que, al parecer, haya hecho un análisis lógico”.

Creo que esta misma manera de actuar se la podemos atribuir a cualquier gran matemático, físico, químico, e incluso me atrevería a añadir que a cualquier gran artista, poeta, músico, etc. Con la diferencia de que a esta habilidad los científicos la llaman intuición y los artistas inspiración.

Allí donde la razón debe analizar todas las posibilidades, todas las combinaciones, tomando un tiempo largo, a veces muy largo, la intuición es instantánea, un segundo y ya está, ahí tenemos la respuesta, sin cálculos, sin razonamientos y sin pérdida de tiempo. Es como un sexto sentido capaz de abrirse paso entre millones de posibilidades.

Cuando Einstein, en 1905, escribió su ecuación E=mc², tuvo que elegir entre millones de posibilidades para la constante; eligió la velocidad de la luz al cuadrado “c²”. Sin cálculos, por pura intuición, porque en aquella época no había ninguna forma de verificar la validez de esta ecuación. Esta fórmula no se pudo comprobar hasta años más tarde con el nacimiento de la energía atómica. Y resultó ser exacta.

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