No sabemos qué cosa es la intuición, pero Bobby Fischer, el gran maestro y campeón del mundo de ajedrez, hace una buena descripción de cómo funciona, al comparar a un buen jugador de ajedrez con un gran jugador de ajedrez.
Comentaba: “Cuando un buen jugador de ajedrez observa un tablero, considera alrededor de veinte movimientos posibles; él analiza todas estas jugadas y elige aquella que le gusta. Por otro lado, el gran jugador de ajedrez analiza sólo dos o tres movimientos posibles; su gran intuición le permite desechar inmediatamente un gran número de jugadas sin que, al parecer, haya hecho un análisis lógico”.
Creo que esta misma manera de actuar se la podemos atribuir a cualquier gran matemático, físico, químico, e incluso me atrevería a añadir que a cualquier gran artista, poeta, músico, etc. Con la diferencia de que a esta habilidad los científicos la llaman intuición y los artistas inspiración.
Allí donde la razón debe analizar todas las posibilidades, todas las combinaciones, tomando un tiempo largo, a veces muy largo, la intuición es instantánea, un segundo y ya está, ahí tenemos la respuesta, sin cálculos, sin razonamientos y sin pérdida de tiempo. Es como un sexto sentido capaz de abrirse paso entre millones de posibilidades.
Cuando Einstein, en 1905, escribió su ecuación E=mc², tuvo que elegir entre millones de posibilidades para la constante; eligió la velocidad de la luz al cuadrado “c²”. Sin cálculos, por pura intuición, porque en aquella época no había ninguna forma de verificar la validez de esta ecuación. Esta fórmula no se pudo comprobar hasta años más tarde con el nacimiento de la energía atómica. Y resultó ser exacta.
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