Sacramentos personales

Andaban tiempos de la escuela de magisterio, de vocaciones por formar pero muy enraizadas en el corazón.

Un señor tan mal tratado por la genética que hacía parar la respiración al cruzarte con él en la escalera, bajito, de extremidades asimétricas, manos retorcidas y habla entrecortada era, mira por dónde, mi profesor favorito. Ese extraño personaje, saltando su insignificante físico, mostraba una mirada en ojos azules, llena de sabiduría y dolor superado, intensa por lo pasado, más que por lo esperado. Don Antonio enseñaba teología, haciéndonos volver la vista hacia nosotros mismos, sin remedio, por unos motivos u otros.

Él nos mostró que todas las religiones tienen un mismo mensaje, que todos los hombres tienen un fondo bondadoso, lo utilicen o no, el sentido de la reflexión, la trascendencia de nuestros actos y otras generosidades similares, de sabio bueno, siempre oculto tras un cuerpo más que gris.

De todas sus enseñanzas, fueron los «sacramentos personales» los que más a fuego se marcaron en mí.

Contaba D. Antonio que aquellos símbolos que cada uno de nosotros transforma en sagrados por lo que significan para él, ya sean momentos, objetos, palabras, canciones, y que nos evocan no ya un recuerdo sino todo un aprendizaje, el cual recordamos al verlo, son absolutos sacramentos para cada uno de nosotros.

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Diógenes, todo un personaje

Me refiero a Diógenes nacido en Sínope, ciudad actualmente en Turquía, bajo el Mar Negro. Es uno de los ejemplos más conocidos de lo que representa un filósofo apartado del poder e independiente y, por qué no decirlo también, de la fama de «raritos» que tienen los filósofos. Diógenes ha pasado a la historia como uno de los iniciadores de la escuela cínica, tras Antístenes. El término cínico en griego también significa «perro» y era el comentario despectivo que hacían de Diógenes sus detractores y que él llevaba a gala.

Y, efectivamente, la doctrina cínica se relaciona con lo «canino»:

  • la indiferencia en la manera de vivir
  • la impudicia a la hora de hablar o actuar en público
  • las cualidades de buen guardián para preservar los principios de su filosofía
  • la facultad de saber distinguir perfectamente los amigos de los enemigos

Para Ferrater Mora, sin embargo, la cínica «fue la filosofía de la inseguridad total».

Para otros comentaristas, Diógenes se caracteriza por el extremismo en todos los aspectos de su vida y de su pensamiento. Se manifestaba como un hombre apartado de todas las normas sociales y políticas, anárquico.

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Un poco más de aire

Hablando el pasado sábado con una amiga, me contaba, muy entusiasmada, que tenía un sobrinito, el cual la imitaba cuando hacía alguna posición de ballet (ella es bailarina) o se ponía a bailar con mucha gracia en cuanto escuchaba música. Yo sonreí (también me gusta el baile) y le dije de corrido: “Pues nada llévalo a una academia de baile, que le impongan disciplina, que lo conviertan en un niño prodigio de la danza, que se haga famoso y viaje por toda España cosechando éxitos, que se convierta en un divo engreído y genial, y que cuando ya sea mayor, el día menos pensado, te confiese lo mucho que te odia por haberle robado la infancia”.

Mi amiga confesó entonces que, efectivamente, conoce a alguien a quien le ha pasado eso mismo. No me extraña. Muchas veces los padres vuelcan sus propios sueños en los hijos, sin darles a estos la oportunidad de mostrar sus aptitudes naturales. Se parte de la idea de que al nacer venimos “vacíos” y sí, eso es cierto en gran medida, pero hay otra gran parte de nosotros que parece venir al mundo con algo (lo cual explicaría el fenómeno de los niños prodigio), de ahí la idea de la escuela de Platón sobre la educación y su mayéutica, donde se trata de que el discípulo llegue por sí mismo a educir, a sacar lo que lleva dentro, lo que ya sabe a través del diálogo.

Por eso pienso que todos necesitamos la oportunidad de educir aquello que late dormido dentro nuestro, sin una imposición rígida venida de fuera. Necesitamos un poco más de aire, especialmente en los primeros años de nuestra vida.

Ser o no ser

El filósofo intrigado que puede que estés empezando a ser si aún persistes en preguntarte por la vida, en buscar pistas siguiendo esos nuevos lenguajes que ya empiezas a escuchar y puede que a comprender, como tu propio silencio o el gran sonido de lo que es mucho mayor que nosotros: la Naturaleza, el universo o el mundo atómico, por ejemplo… el filósofo que empieza a ser consciente de que lo es, ya que ahora sabe lo que es la filosofía y que está en la mano, y puede que en la obligación, de todos nosotros con nosotros mismos… ese filósofo incipiente tiene más pasos por dar.

Se nos educa en el trabajo de la mente, en llenarla y complementarla, actualizarla y utilizarla. Sin embargo, muy pocas veces se hace eso mismo con nuestra personalidad (expresión de lo que somos) y aún menos con esa otra parte de nosotros que casi cuesta nombrar dado el efecto que causa en una sociedad bien tildada de superficial. Más allá de cuerpo, trabajo, personas y apegos está lo que en realidad somos, lo más troncal y perenne de nosotros mismos: nuestro interior, nuestro ser más profundo y real.

Como dice Fernando Savater, no podemos ser libres a la hora de decidir algo que no conocemos. No podemos elegir hablar inglés si no sabemos inglés, no podemos elegir nadar si no sabemos nadar. Del mismo modo, no podemos ser quien somos, si no sabemos quién somos, si posiblemente ni si quiera somos conscientes de que podemos ser nosotros mismos, ese que soñamos con ojos abiertos, ese que intuimos y hasta podemos oler y dibujar, si nos paramos a ello.

Pues bien, ya que no nos lo ponen tan a la mano como los logaritmos o la formulación, habremos de buscarlo nosotros. Paso a paso, con montes y llanos, satisfacciones y esperas, podremos llegar a ser aquel que en realidad somos. Pero eso es otra historia y será contada en otro momento.

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Cuando la tierra tiembla

Sigo leyendo la crónica de nuestros compañeros «filósofos cotidianos» que están ayudando a reconstruir la vida en un país lejano, para que quienes allí viven recobren la esperanza, la ilusión por vivir.

He pensado mucho sobre esta situación. ¿Qué es lo que hace que un rincón de nuestro globo reciba en pocas semanas un terremoto mortal, la violenta erupción de un volcán y por si fuera poco también unas inundaciones con terribles consecuencias?

La Teoría Gaia nos dice que nuestro planeta está vivo, y como todo organismo vivo no permanece impasible ante la nociva influencia humana, que en su afán por expandirse y dominar el mundo cambia la Naturaleza a su antojo y a menudo con consecuencias nocivas.

¿Cómo ven los niños esta situación? ¿Qué piensan cuando la tierra tiembla? A los mayores nos desconcierta ver que todo aquello que pensamos tener se tambalea e incluso se desmorona. No nos acordamos de cuando fuimos niños y de cómo nos gustaba jugar con bloques de construcciones. Tan pronto levantábamos como destruíamos alegremente casas y murallas, sin más complicaciones. Así vemos los bloques en este dibujo de una niña indonesia, como si fueran parte de un juego. Del Juego de Maya que construye y destruye nuestros sueños cuando estos son solo las posesiones materiales. La filosofía es lo que nos permite no perder también nuestros sueños del alma…

Aprendiendo a mirar

Ella no dejaba de hablar. Contaba cosas normales, temas íntimos de amores y pérdidas. No era eso lo que hacía que mi corazón la mirase sorprendido. Ni siquiera las buenas enseñanzas que había sido capaz de aprender por sí sola sobre todos estos sinuosos andares, no siempre dominables, me estaban reteniendo voluntariamente a su lado.

Era ese algo más que está detrás de algunas personas y que puedes captar si les observas sin atención. No es una contradicción, la atención inmediata se sostiene sola, pero la concentración, la curiosidad por conocer, el husmeo por llegar al fondo se empeña en centrarse, si el pariente interlocutor lo merece, en ese algo que desprende y nos cautiva: ¿el encanto?, el alma vieja que diría aquel.

Es un mensaje que trasmiten con reflexiones que hacen sin pensar, en miradas que saben llegar, en elecciones sobre temas de conversación, libros, momentos de intervención… todos estos cercanos que nos acompañan, en el mayor sentido de la palabra, que nos alimentan y nos hacen sonreír de alivio y solidaridad con su «rareza», que miran la vida con dulzura, con afecto, como si fuera una hermana que reconocen y aprecian.

Esta gente especial, con alitas, cómplices del azúcar, me traen a la cabeza un consejo inconsciente:

«Si algo no te gusta y no puedes cambiarlo, míralo de otro modo».

Nuestro hilo de Ariadna

La leyenda griega cuenta cómo el héroe Teseo entra en el laberinto para enfrentarse al Minotauro, y luego sale de esos interminables pasillos gracias al ovillo de hilo que le entregó Ariadna. Así veo yo muchas veces la vida, como un enorme laberinto por el que nos movemos sin saber muy bien por qué ni hacia dónde. Sin embargo, creo que todos tenemos nuestro hilo de Ariadna, esa pequeña fuente de certidumbres que vamos siguiendo y con la que nos vamos formando, creciendo y moviéndonos dignamente en este universo de encrucijadas y caminos. Pero he podido constatar que cada hilo es diferente, que no se pueden compartir del todo salvo con almas muy afines.

Cuántas veces una frase, que a mí me ha transportado al séptimo cielo de la Sapiencia, ha perdido todo su mágico sentido al intentar leérsela a alguien; o al prestar un libro y luego preguntar qué tal te fue con él, leemos en su mirada que tampoco ha sido para tanto. Eso sucede, sencillamente, porque el proceso interior que cada uno tiene es diferente, el trecho de pensamientos, sentimientos y tomas de conciencia andado no es el mismo. Si bien todos buscaríamos «la misma salida», cada uno lo hace desde un punto concreto del laberinto.

Pero… ¿dónde está el hilo de Ariadna? Esa es “la pregunta del millón”, y una de las posibles respuesta no es, ni mucho menos, mía. La he podido oír en varias clases de filosofía y leer en varios libros antiguos y modernos. El hilo surgiría de una fuerte necesidad por saber, de ese llamado “dolor de la vida”, de lo que mi querido Don Unamuno llama «El sentimiento trágico de la vida», que si bien es durillo de leer, me atrevo a sintetizar en esencia: cuando uno toma conciencia del misterio de la existencia y no lo entiende, pero por pura sinceridad y coherencia interior necesita respuestas hasta el dolor, entonces uno encuentra su dorado y maravilloso hilo de Ariadna.

Ahí duele… ahí duele.

Kant, el «viajero interior»

Es conocida la anécdota de que Kant nunca salió de su ciudad natal. Lo cual, sin embargo, no fue óbice para que, a través de la lectura, pudiera “conocer” el mundo hasta el punto de describirlo tan bien como cualquier nativo. En una ocasión describió con tanta exactitud la arquitectura del puente de Westminster que un oyente inglés le preguntó cuándo había estado en Londres, y si había hecho estudios especiales de arquitectura. Sus lecturas predilectas eran, aparte de obras de ciencias naturales o medicina, las descripciones de viajes. Sus libros estaban atiborrados de notas y correcciones, a las cuales acomodaba sus lecciones.

Quizá la razón de que viajara poco fuera su complexión enfermiza. También se dice de él que tenía una débil voz y pequeña estatura, ojos azules y rubios cabellos. La regularidad y la sencillez de su vida sostuvieron aquel organismo enfermizo: se levantaba a las cinco de la mañana, daba sus lecciones de siete a nueve o de ocho a diez, y hasta la una hacía sus trabajos más serios. Gustaba pasar entretenido dos o tres horas de sobremesa. Después daba su paseo diario, con tal puntualidad que servía a los vecinos para poner en hora sus relojes. A última hora se dedicaba a la meditación y a lecturas amenas. A las diez se acostaba. Le molestaban las interrupciones de esta distribución del tiempo, aunque fueran inevitables.

Sin embargo, tenía una fuerte voluntad: los últimos decenios de su vida estuvieron dedicados a su creación filosófica. También su memoria era sumamente vasta. Aun en sus últimos años recitaba largos pasajes de autores latinos y alemanes.

Cuando un amigo se va

Permitidme que hoy no vaya contracorriente, que más bien sea ella la que me arrastre al menos por unos metros.

Cuando un amigo se va… ¡qué vacío tan grande queda en nuestro interior! ¡Cuántas conversaciones rotas! ¡Una extraña sensación de soledad le encoge a uno el corazón! Entonces la tristeza echa mano de su único recurso, el recuerdo, el rememorar las conversaciones infinitas, los esfuerzos y aventuras que pasamos juntos, las miradas cómplices que nadie entendía, las bromas a medias, los consejos sobre mil temas, los cabreos que siempre surgieron de malos entendidos, el perdón de cualquier rencilla con un poco de buena voluntad y el abrazo de hermano.

Lo peor es cuando ese amigo se va y no porque ponga cientos de kilómetros por medio, ni porque pase a mejor vida, sino cuando algo dentro de él cambia, se rompe y ya no hay dios que lo reconozca. Lo malo es cuando hablas con él y descubres que ya no es el mismo, su mente y su corazón ya no tienen los sueños que una vez tuvieron, sus palabras tienen intenciones que no alcanzas a entender, y el que una vez fue casi tu alter ego, tu amigo del alma, hoy es un conocido más, envuelto en historias que ya no son nuestras historias.

Y, sin embargo, seguirá teniendo mi amistad, tendrá mi ayuda si la necesita, esperaré paciente su regreso. ¿Qué otra cosa se puede hacer? No me tardes amigo, no me tardes.

La ayuda a Indonesia

Varias personas muy allegadas están ahora en Indonesia en labores humanitarias. Un grupo extraordinario de gente que lleva mucho tiempo preparándose para estar en el lugar de una catástrofe, ser útiles y con capacidad de ayudar a los demás. Que son capaces de dejar la comodidad de este primer mundo que vive en la opulencia y la comodidad.

De la crónica que estamos publicando, me llamó la atención el último email que nos mandaron:

…pudimos apreciar rostros que guardaban el miedo en su expresión, dolor causado por la devastación, y tantas sensaciones de impotencia por una población que no cometió delito alguno y que está sufriendo la condena del abandono por parte de los gobiernos, del hambre, pues nadie les proporciona formación y ayuda para sobrevivir, y de la desesperanza, pues nadie les ofrece principios sólidos y duraderos por los que vivir y por los que luchar.

Esta última frase es la que me dio que pensar. ¡Cuántas veces pensamos que la ayuda humanitaria es tan solo proporcionar alimentos, reconstruir edificios, o incluso salvar vidas! En numerosas ocasiones los aprendices de filósofos hemos dicho que el hombre es algo más que un cuerpo físico, que de todas formas lo perderemos al final de nuestra vida. Pero sin embargo, nuestra alma inmortal es la que a menudo ignoramos y dejamos morir de inanición.

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