Sócrates y Xantipa

Son muchas las anécdotas que nos han llegado acerca de la vida de Sócrates. En especial, de su relación con Xantipa, su malhumorada esposa.

Nietzsche lo pone como ejemplo de la contradicción que se da entre los términos «filósofo» y «casado». Siempre se muestra a Xantipa haciendo la vida imposible a su marido, y este, con pleno dominio de sí mismo, aguantándolo todo. Alcibíades le dijo que cómo soportaba a Xantipa siempre injuriándole; Sócrates le contestó: «Pues lo mismo que uno se acostumbra al ruido continuo de una polea de pozo, como aguantas tú el graznido de tus gansos»; «Pero –le interrumpió Alcibíades– me dan huevos y crían»; «También me da a mí Xantipa hijos», terminó el filósofo.

En otra ocasión Alcibíades, admirado por las violencias impertinentes de la mujer de su maestro, preguntó a Sócrates que por qué no había expulsado de su casa a una mujer de tan pésimo carácter. Sócrates le dijo calmadamente: «Soportando estos arrebatos en mi hogar, me ejercito, y me acostumbro para sobrellevar sin trabajo las impaciencias y las injurias de otros fuera de mi casa».

También se cuenta que en cierta ocasión su esposa estaba tan descontrolada que se desbordó en improperios y luego le arrojó una palangana llena de agua. Él tomó las cosas con calma y dijo a los que allí estaban: «No os sorprenda que tras los truenos venga la lluvia».

En fin, siempre en Sócrates tenemos al modelo de filósofo que lleva a la práctica aquello que enseña, aquello en lo que cree.

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Los monotemáticos

¿Por qué algunas personas solo saben hablar de un tema? O como mucho de tres, según decía un buen amigo mío el sábado pasado tomando unas cervezas en la noche de Madrid. No, no hablo de ti, aunque eso de que tus temas sean, por orden de importancia: la astrología, las mujeres y el fútbol sí que sería tema para otro blog o para otra ronda de cervezas cualquier sábado de estos. Pero no, hablo de los que solo saben de su profesión, de su carrera, de su deporte favorito y poco más, con lo cual hablar con ellos suele ser aburrido y previsible.

Quizás no tienen tiempo para salirse de esos carriles, o el tiempo que tienen de ocio esta copado con entretenimientos que poco aportan a la riqueza de la persona. Recuerdo ahora ciertos personajes de una novela (no estoy seguro del título) llamados «los hombres de gris» y que me impactó porque su maldad consistía en robarte el tiempo… Quizás por eso, hace unos días, me di de baja de uno de esos servicios que ofrecen cientos de canales de televisión.

Lo divertido es que al poco tiempo me ofrecían los mismos servicios a mitad de precio ¿? y al decirles que no me interesaba me fueron mandando varios comerciales a los que seguí dando mi negativa educadamente. Finalmente hablé con la estrella de los relaciones públicas, una mujer elegante, educada, con una voz preciosa, a la que tuve que confesarle la verdad: «Mire usted, quiero tiempo para leer, para escuchar música cerrando los ojos, para pasear tranquilamente por el parque, para ver a mis amigos, para ir al cine y a la playa, para echar una mano en mi ONG, para meditar, para…» A lo que la señora me contestó: «Contra eso no tengo argumentos, ya quisiera yo tener tiempo para hacer lo mismo».

Sonreí complacido. Con mi particular lucha había ganado una pequeña batalla y, la verdad, no fue tan difícil.

¿Cómo se detecta a un filósofo?

Recuerdo… recuerdo que cuando era una cría iba por mi día fijándome en todo, absolutamente en todo. La imagen de verme a mí misma como a un «farero» es imborrable. Yo era simplemente alguien que observaba lo que ocurría en su entorno, con ojo analítico, memorístico, hilador… pero que evitaba incordiar a todo aquel film de sesión continua que tenía lugar a mi alrededor: la vida. De hecho, me asustaba si alguien interpelaba directamente a mi persona, con una extraña sensación de «¿cómo habrá entrado un actor hasta aquí?».

Desde ese chulísimo y seguro faro me hacía muchas preguntas. Algunas de ellas las recuerdo bien. Una de mis favoritas era: ¿qué animal habrá sido ese hombre, justo antes de ser hombre? Es increíble cómo las personas se parecen a los animales. Mi padre, sin ir más lejos, es igualito que un sapo. Gordito, pequeño, de ojos saltones y siempre sentado. Hay gente que ríe como los caballos o que anda moviendo la cabeza de alante atrás como los pájaros.

Otra de las preguntas más interesantes de todas para aquella niña de nariz husmeadora era: ¿cómo se distinguen las profesiones de todos estos señores que andan a mi alrededor? Lo sabía por sus maletines, por sus batas, por el quiosco que les rodeaba, o los pasteles que les parapetaban. Lo sabía por su conversación, su cámara de fotos, su camión. Antes era sencillo distinguir las profesiones. Como decía mi abuelo: «la gente se dedicaba a algo, no a ser oficinista como ahora, que no sabes quién hace qué».

La profesión más difícil de descubrir era la de filósofo. ¿Cómo se detecta a un filosofo? ¿Qué los distingue? Yo solía buscarlos con barba larga y blanca y a ser posible con gafitas pequeñajas y cara de listos. Además me parecía necesario que fuesen preguntones, curiosos más bien y que mirasen raro, así como si al fijarse en tu cara, en realidad, te estuviesen leyendo el pensamiento. Y sin embargo, a pesar de tanta rareza, estaba segura de que en su fondo debían de ser gente simpática, por serenamente sabios.

Nunca encontré un filósofo de verdad. Estuve doce años buscando y no se cruzó conmigo ni uno solo de esos señores cuya profesión se basa, por lo visto, en encontrar respuestas.

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Filosofando contracorriente

Cuando les dije a mis amigos que iba a participar en un blog y cuál sería la temática… todos respiraron aliviados. «¡Así ya no te meterás tanto con nosotros!», me dijeron entre risas. Eso me hizo reflexionar sobre mí mismo. Creo que me conozco un poco y, sin embargo, no me había dado cuenta de la inquietud que provocan mis comentarios. Tendré más cuidado con lo que digo, la cortesía ante todo.

Pero… ¿de dónde nace esta actitud crítica? ¿Es prepotencia, vanidad, envidia quizás? No, no lo creo, más bien nace de un arraigado inconformismo con lo que veo, de un sentido inconsciente (a veces consciente) de justicia, de una necesidad por rodearme de cosas e ideas armónicas, coherentes y también bellas, y en esa lucha meto el dedo y la nariz por todas partes, digo lo que pienso tratando de aportar algo constructivo, compartiendo la visión que el estudio de la filosofía y mi propia elaboración personal ha ido forjando de la vida y que no dudo en defender ante aquello que presiento equivocado.

Muchas veces, muchísimas veces, esta lucha me ha llevado a comprender cosas nuevas, a hacer nuevos amigos, a vivir intensamente, a incorporar en mi interior enseñazas inesperadas, y es que la filosofía es algo vivo; más que una colección de conocimientos es una actitud inconformista ante la vida y por lo tanto es ir contracorriente… Os haré una confesión, esa idea la he tomado prestada de mi admirado Unamuno.

Doy por inaugurado mi blog, bienvenido a él, veremos, veremos hasta dónde nos lleva.

Filosofía y pensamiento gozan de buena salud

Acabo de leer en un interesante artículo que Gracias a Internet, el pensamiento goza de buena salud.

Es un artículo quizá demasiado extenso, escrito por Adolfo Vásquez Rocca, doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y en el que podemos leer cómo Internet está contribuyendo a la promoción de la investigación, del pensamiento y del avance en el mundo de las Humanidades.

Recuerdo que hace unos 30 años el ya fallecido escritor y pensador Vintila Horia (víctima tanto de los campos de concentración nazis como soviéticos) promovió la creación de la revista Futuro-Presente, en donde podíamos leer magistrales lecciones sobre todas las ramas de la cultura: filosofía, ciencias, tradición, futurismo, etc. La idea era promover un estudio comporativo de las diferentes disciplinas para mostrarnos el derrumbamiento del materialismo y el resurgimiento de una ética y de una espiritualidad superior, en la que la ciencia ya no sería contraria a la religión ni viceversa.

Una de sus afirmaciones que se me quedaron grabadas era que la ciencia y sobre todo la técnica habían experimentado un extraordinario avance en el siglo XX, y sin embargo, las disciplinas humanísticas permanecían estancadas con las ideas del siglo XIX. La forma de progresar era mediante el estudio comparativo de las distintas ciencias humanas.

En otra ocasión continuaremos para analizar cómo, de todos los recientes avances tecnológicos, Internet puede ser no solo vital para la ciencia, sino especialmente para las ciencias sociales y humanas, para la filosofía.

Comenzar a escribir

Siempre son difíciles los comienzos, sobre todo cuando se trata de crear algo nuevo. Pero en particular, comenzar a escribir es algo tremendo. A muchos nos asusta enfrentarnos a una hoja en blanco (ahora es una pantalla en blanco) y empezar a plasmar lo que la mente nos dicta, lo que nuestra imaginación atisba.

Pero no es para tanto: si pensamos que cada vez que sale el sol estrenamos un nuevo día, y que cada hora es una nueva hora, o cada segundo es la primera vez que lo vivimos… entonces nos daremos cuenta de que siempre estamos comenzando. La vida es un continuo comienzo. Sólo en la muerte paramos de empezar algo nuevo…, o no.

Quizá sea más difícil que continúen otros la labor que nosotros comenzamos…