Pensar en el bien común

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Muy cerca de la llegada de la primavera nos “sorprende esta situación en la que nos encontramos”, lo pongo entre comillas porque en realidad se veía venir tras lo sucedido en China y en Italia. En este mundo en el que hay tantos sistemas de comunicación, estamos ya un poco anestesiados. Acostumbrados a escuchar malas noticias, seguimos con nuestras vidas casi sin reaccionar. Solo cuando sucede algo como lo que nos está pasando nos damos cuenta de que no hay tanta diferencia entre unos países y otros. Vivimos en un mundo globalizado, los planteamientos generales en cuanto a la forma de vivir, de entender el mundo que nos rodea o cómo nos relacionamos unos con otros no son tan diferentes, por eso cada vez son más similares los acontecimientos y los problemas en diferentes lugares del mundo.

Foto de Ashkan Forouzani en UnsplashEn primavera la naturaleza se renueva ¿lo haremos nosotros?

La naturaleza tiene sus ciclos, invierno, primavera… Momentos de vuelta sobre sí y momentos de expansión y desarrollo. Desde que perdimos el contacto con la naturaleza creemos que podemos estar siempre en un constante crecimiento y desarrollo. Pero de pronto surge la necesidad de parar, de quedarnos en nuestras casas, de volver a convivir con los familiares y “tener tiempo libre”.

Viejas enseñanzas filosóficas afirman que lo que nos sucede es por necesidad y en base a una finalidad. Pero en el mundo tecnificado que vivimos no hay lugar para “viejas filosofías”. Sin embargo, aunque en general queramos llenar nuestro tiempo libre con muchas tareas, en el fondo de cada uno hay una parte que se pregunta, que quiere saber ¿Por qué? No solo saber lo que está pasando sino la causa, el motivo más profundo.

Se habla mucho de que no es momento de confrontación, de que son momentos para unirnos, a todos nos afecta este virus en mayor o menor medida.

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¿A dónde nos lleva esto?

¿A dónde nos lleva esto?

Escuchaba una vez hace mucho tiempo, de labios de un científico que, si algo podía hacerse había que hacerlo, refiriéndose en aquellos momentos a los grandes avances que ciencia y tecnología estaban haciendo en materia de clonación.

No hace tanto, sin embargo, hablando con un divulgador científico, me decía que la ciencia no debería tener límites para investigar, pero la tecnología sí debía tenerlos para crear. Más recientemente, algunos medios han publicado la enérgica protesta de un grupo de científicos contra el uso indiscriminado de la inteligencia artificial (IA), calificando de auténtica barbaridad que se delegue en los algoritmos de la IA el poder de decidir cosas tales como si una persona es o no apta para un puesto de trabajo, si en el futuro se va a convertir en un criminal o si su perfil personal es suficiente garantía para otorgarle o no un crédito. Y no solo aducen que es de locos dejar que las máquinas tomen esas decisiones por nosotros, sino que explican cómo los algoritmos matemáticos empleados para analizar y crear patrones de conducta con nuestros datos, están mal. Dicho de otra manera, no son de fiar.

Una de las razones (hay más) por las que la IA no es de fiar a la hora de tomar determinadas decisiones es que tiene sesgo. La IA se alimenta de datos, de millones y millones de datos que se han ido produciendo y se producen a lo largo de la historia. Se alimenta con las estadísticas de criminalidad de los últimos cien años, o con los datos de desarrollo laboral de los empleados en las grandes empresas desde 1950. Pero hace cien años, en EE.UU. se detenía y fichaba como criminales a algunas personas solo por el color de su piel, porque se creía que los negros eran criminales por el mero hecho de ser negros. En 1950 las mujeres, en las grandes empresas, difícilmente lograban ascender más allá de secretaria del director. ¿Qué ha pasado entonces cuando esos datos se han introducido en los programas de IA? Que el programa dice que si eres negro seguramente eres un criminal, y el programa dice que las mujeres no tienen interés por hacer carrera dentro de la empresa, porque desde 1950 solo una mujer ha llegado a directora de área. Así que, por muy inteligente y avanzada que sea la IA, no es capaz de eliminar nuestros prejuicios, y toma decisiones hoy basándose en las ideas de ayer.

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¡Que vienen las fake news!


«Ten cuidado, que estos chicos tan majos no son lo que parecen».

Quién nos iba a decir que la facilidad de Pinocho para modificar la realidad iba a ser convertida en arte… O más bien, en malas artes… Si hoy existieran narices como la suya, Quevedo disfrutaría de lo lindo (ya sabes, el de «Érase un hombre a una nariz pegado…»).

Las fake news parecen modernas, pero el concepto se inventó hace mucho (algunos ejércitos antiguos difundían de vez en cuando alguna trola para despistar al enemigo); lo que pasa es que Internet y las nuevas tecnologías lo han sofisticado bastante. ¿Para qué anular a un oponente si puedes anular a cien mil de una vez y sin despeinarte?

Además, ¿para qué vamos a decir «noticias falsas» pudiendo llamarlas «fakes»? Esto va más con nuestro lenguaje moderno, tan práctico, tan inclusivo, tan resumido…: finde, porfa, peli, info

Las fakes evitan esfuerzos a aquellos cuyo objetivo es la desinformación. ¿Por qué argumentar y convencer, con lo trabajoso que es? Mejor soltar un bulo y que ruede, como las bolas de nieve: llegará más lejos y encima nunca se sabrá quién fue el listillo que lo lanzó (persona, institución o cosa).

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Mañana lo haré

¡Qué contento estabas la semana pasada!

Tu nuevo trabajo –aunque digo «nuevo», ya llevabas dos años allí– te había ocupado hasta entonces mucho tiempo. Yo te lo había echado en cara a menudo, pero no es que me hubieras hecho mucho caso.

Recuerdo cómo, desde que éramos unos niños, fuimos uña y carne. Los adultos se asombraban de que sintonizáramos tanto y desconociéramos las disputas propias de la infancia. Sí, se puede decir que fuimos amigos desde la cuna.

Cuando superamos la edad de compartir juegos, empezamos a compartir sueños. Qué idealistas éramos los dos. Cuántas metas por conquistar, cuántos enigmas por descubrir, cuántas obras por realizar.

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El Principito en el planeta del Youtuber

El Principito y el vanidoso

El Principito y el vanidosoEl segundo planeta estaba habitado por un Youtuber:

—¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! —Gritó el Youtuber al detectar la visita del principito.

Para los Youtuber todas las visitas son de admiradores.

—¡Buenos días! —dijo el principito—. ¡Qué sombrero tan raro tiene!

—Es para saludar a los que me aclaman —respondió el Youtuber. Desgraciadamente nadie hace un «me gusta» ni deja un comentario en mi vídeo.

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