Los propósitos de Año Nuevo

 

Escrito por LILIA GARCIA CHIAVASSA

Es posible cambiar nuestros hábitos, actitudes y formas de pensar para construir una sociedad mejor.

Habitualmente, antes del comienzo de un nuevo año muchas personas se imponen propósitos para cumplir en el transcurso del siguiente año, como bajar de peso, dejar de fumar, hacer ejercicio, etc. Al cabo de unas semanas, en la mayoría de los casos estos propósitos han caído en el olvido sepultados por la rutina. Tal vez deberíamos preguntarnos si somos conscientes de lo difícil que es cambiar, aunque sin embargo, asistimos atónitos ante el espectáculo de un mundo que cambia permanentemente.

Reconozcamos que cambiar es difícil, muy difícil, pero no es imposible si existe una verdadera voluntad, una motivación profunda y válida para realizar el cambio que deseamos. En la medida de lo posible, debemos evitar contradicciones entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Aunque esto suene muy lógico, no siempre somos consecuentes con esos tres planos de nuestra propia realidad. Otro factor interesante sería abordar algunos cambios gradualmente, pero con ritmo parejo, evitando caer en altibajos que responden a los propios vaivenes emocionales y energéticos. Aceptemos de antemano que surgirán dificultades que tendremos que intentar resolver siempre desde la armonía.

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El Principito en el planeta de Internet

El Principito en Internet

El Principito en InternetBuenos días, dijo el Principito.

Buenos días, dijo el internauta.

Era un personaje rechoncho, con una cara de forma casi rectangular, nariz achatada y amplia frente. Una cara casi plana, como un libro.

Cuatrocientos setenta y ocho mil doscientos veintinueve, cuatrocientos setenta y ocho mil doscientos treinta, cuatrocientos setenta y ocho mil doscientos treinta y uno…

El Principito creyó que estaba de nuevo ante el rico contador de estrellas.

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Qué es Nueva Acrópolis

El otro día me encontré con uno de mis vecinos, que es joven y despierto, y que por lo visto había oído comentar algo en casa sobre Nueva Acrópolis y, sabiendo que me muevo en este ambiente desde hace algunos años, me preguntó directamente: “¿Qué es Nueva Acrópolis?”.

Ante esta pregunta a bocajarro (con la que por cierto, me topo con cierta frecuencia) pensé que, mejor que contestarle con una definición y una enumeración de principios, podía explicárselo como cuando él me responde a mí si le pregunto por algo que él hace y yo desconozco (es que vivo en un sitio donde los vecinos son como los de antes, que se relacionan y hablan).

Así que, sin más, se desarrolló un diálogo tal que así:

–¿A ti te parece que hay cosas que se podrían mejorar en el mundo?

Sí.

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Filosofía y natación

Nueva Acrópolis - Filosofía y natación

Nueva Acrópolis - Filosofía y nataciónMe he dado cuenta de cuánto se parece el arte de vivir al aprendizaje de la natación.

Vivir es aparentemente un acto trivial. Llegamos a este mundo sin ser conscientes y enseguida comienzan a funcionar nuestros instintos para mantener ese regalo de la vida que nos han dado nuestros padres. Vivir es bien sencillo y todos somos capaces de hacerlo sin siquiera plantearnos cómo hay que hacerlo, cómo hay que vivir.

También la natación, o al menos el mantenerse a flote, no es algo demasiado difícil. En aguas tranquilas, y sin ponerse nervioso, todos seríamos capaces de permanecer en el agua e incluso nadar. De hecho, durante los nueve meses de gestación nos mantenemos en un medio líquido: en pruebas realizadas con bebés de pocos meses se ve cómo con esa edad podemos nadar perfectamente.

Luego la vida hace que olvidemos cómo nadar e incluso tengamos miedo al agua. Necesitamos un nuevo aprendizaje vital para volver a nadar, y así más o menos manejarnos, como hacen la mayoría de los seres humanos con la vida: simplemente mantenerse a flote, a veces avanzar un poco, desplazarse una corta distancia.

Pero nadar realmente bien, como vivir plenamente, requiere un detenido aprendizaje y prestar atención a muchos detalles. No es algo trivial, sino que intervienen muchos pequeños factores que marcan la diferencia.

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Final trágico de los últimos zares

Olga, Tatiana, Maria, Anastasia y Nicolai
Olga, Tatiana, Maria, Anastasia y Nicolai

El zarevich Alexei y las grandes princesas Olga, Tatiana, Maria y Anastasia. Los hijos del emperador Nicolás II y la emperatriz Alexandra Feodorovna. Foto de 1910.

Con motivo del centenario del fin de una Dinastía que reinó en Rusia durante tres siglos, quisiera transcribir literalmente las palabras del director de la revista Historia de National Geographic, Josep María Casals, en su Editorial de la Revista 175, pues denotan tal grado de sensibilidad por la conducta humana que no puedo por menos que suscribirme a sus preocupaciones y reflexiones, cuyas conclusiones comparto totalmente.

He aquí el texto:

“Mis ojos se encontraron con los de esas tres desafortunadas jóvenes por un instante y, cuando mi mirada penetró hasta lo más hondo de sus torturadas almas, yo, un revolucionario probado, me sentí sobrecogido por un intenso sentimiento de pena”.

Un ingeniero de Ekaterimburgo escribió estas palabras al recordar la llegada de tres de las hijas del zar, en tren, al último lugar que verían en esta tierra. Olga, Anastasia y Tatiana desfilaron ante él bajo la lluvia; las acompañaba Klementy Nagorny, el marinero que se ocupaba de su hermano Alexei, enfermo, al que llevaba en brazos. Iban a reunirse con sus padres: el zar Nicolás  y su esposa Alejandra, y con María, la otra hermana.

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Nobleza y virtud

La nobleza del ser humano procede de la virtud, no del nacimiento. «Valgo más que tú porque mi padre fue cónsul y además soy tribuno, y tú no eres nada».

Vanas palabras, amigo. Si fuésemos dos caballos y me dijeses: «Mi padre fue el más ligero de los caballos de su tiempo y yo tengo alfalfa y avena en abundancia y, además, soberbios arneses», te contestaría: «Lo creo, pero corramos juntos».

(Epicteto)

Sálvese quien pueda

¿Cuál es la diferencia entre un ser humano y un animal?

Pues que la tendencia general del humano es: “¡Sálvese quien pueda!”, y, en cambio, la prioridad del animal es: “¡Salvémonos todos por la cuenta que nos tiene!”.

Veamos, si no, el caso de las hormigas del Amazonas. Las hormigas del Amazonas son unos fenómenos de hormigas. Cuando viene una crecida de las de órdago que solo pasan de vez en cuando, estos seres diminutos (desde nuestro vanidoso punto de vista, pobres bichitos), que individualmente no tendrían ninguna posibilidad de sobrevivir en la inmensidad del agua (ninguna), obran el milagro al convertirse en un equipo.

En este equipo, todas tienen importancia, todas las vidas han de salvarse, todas deben colaborar en el prodigio, todas tendrán un final común (la salvación o el desastre).

Estas guerreras pequeñajas se unen y se enredan entre sí formando un entramado, una red viva con montones de ojos, montones de patas y montones de antenas, continuamente en movimiento unas respecto a otras pero sin perder nunca la unión que las convierte en otra cosa, en otro ser compuesto de miles de seres, como aquel Ygrámul el Múltiple que aparecía en La historia interminable de Michael Ende. Con este movimiento, consiguen repartir las ventajas y los inconvenientes de cada posición del entramado (hay que estar a las duras y a las maduras), y así se mantienen hasta que consiguen el éxito, bien porque llegan a tierra firme después de mucho flotar en un mar inmenso, o bien porque la crecida desciende y mejora la posibilidad de escapar a suelo seco.

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El misterio de la vida

Hace poco escuchaba a alguien hablar de cómo la ciencia nos había hecho cambiar nuestra percepción del mundo. Pasamos de ver los fenómenos naturales como algo mágico, obra de dioses caprichosos, a entenderlos como producto de leyes que podemos comprender y hasta manipular. De alguna manera, los descubrimientos de la física y la química habían acabado con el misterio, y ya no había razón para adorar con temor al dios de las tormentas o al del fuego.

La devoción ciega y sin fundamento había conducido a los seres humanos a una actitud dogmática: como había cosas que no se podían comprender, había que obedecer a los que decían estar en posesión de la verdad única, aunque esa “verdad” a veces no tuviera ni pies ni cabeza.

La innata curiosidad del hombre, su natural sentido filosófico, le hizo cuestionarse los dogmas establecidos y experimentar con la naturaleza. Gracias a eso, y no sin tener que luchar mucho contra las creencias dominantes, las mentes más abiertas lograron abrir otras, derribar ideas irracionales y enfrentarse cara a cara con los defensores del dogma religioso.

Los milagros abandonaron el campo de la fe al ser explicados por la ciencia, y ahora la ciencia era la nueva religión. Los dogmas, antes establecidos en las Iglesias, empezaron a crecer también en los laboratorios. Ahora es la ciencia la que dice lo que es verdad y lo que no, porque el misterio ya no existe. El arco iris es un efecto de la luz sobre las gotas de agua, el altruismo una necesidad evolutiva y el amor una molécula. Así de fácil, así de preciso, así de objetivo y así de vacío.

Y sin embargo, esa “muerte” del misterio me produce más desasosiego que la adoración reverencial de cualquier dios de la lluvia. Creo que la ciencia fue (y sigue siendo) un método adecuado para conocer el mundo en el que vivimos. Es necesaria por eso. Creo que el campo de la religión es el del alma humana, no el de la física, y tratar de apropiarse de lo que no le compete le ha acabado pasando factura. Pero creo también que en un exceso de entusiasmo por desvelarlo todo, la ciencia ha caído en lo mismo que cayó la religión en el pasado, y trata de dar explicación a algo que no es material, y dogmatizar sin más que tiene derecho a hacerlo porque “todo es materia”. ¿Qué misterio puede haber en eso?

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