Miradas

Me leyeron hace unos días un artículo que me interesó mucho, sobre un tema del que ahora no me acuerdo. De lo que sí me acuerdo es que el articulista contaba que, mientras él escribía, su perro le miraba, como siempre acostumbraba, con mirada de “asombro perenne”.

Yo tengo una perra, de nombre Turca, o más bien debería decir: vive una perra conmigo. Y me hizo pensar en ella, y en su mirada. Tiene Turca una mirada… No sé qué hay en esos ojos, pero es lo más cercano que encuentro a la pureza. Sus grandes ojos negros son limpios y transparentes. Te asomas a ellos como a las aguas quietas de un lago profundo.

Seguramente Dios sí la hizo a su imagen y semejanza. Y no fue necesario expulsarla del paraíso. Vive en él, y nada sabe del bien ni del mal.

Su silencio es solo de palabras. Sus ojos hablan mucho más que cualquier libro de poesía. Su voz está en el aire, en la luz que desprende su mirada. ¿Para qué quiere la palabra? Todos sabemos que solo es claro el lenguaje del corazón. Y ella lo tiene. Grande y limpio.

Siempre descansa cerquita de mí. Ella sabe que estoy a su lado. Con mi compañía le basta. Le rodea mi hálito. Y ella me rodea con el suyo. Es su mundo. Es el mío.

A solas en la noche, me acerco a contemplar lo ancho donde vivo, mi casa celeste, pintada de estrellas, átomos de nuestras entrañas. Ella se sienta conmigo y me mira. Mira su universo… y yo miro el mío.

Su vida de niño es clara, sencilla y simple. No hay engaños, ni deudas, ni reproches. No conoce la falta ni necesita el perdón. Pide sin reparo, toma sin solicitudes, descansa sin horas. Toda su vida la ha tejido en mi telar… ¿Será Turca más sabia que yo, más vieja que yo?

¿Es ella más coherente? ¿Está más cerca o más lejos de lo que busco?

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