Sexista y de género

Esto no va de machismo y feminismo. Va de lenguaje.

Cuando oigo hablar a algunos personajes públicos, noto cuánto interés ponen en que diferenciemos minuciosamente los géneros de los sustantivos que utilizamos (aunque no sepamos muy bien qué es un sustantivo ni qué es el género en gramática).

Han conseguido que nos veamos obligados a puntualizar continuamente que los maestros y las maestras enseñan, los jueces y las juezas juzgan y los jugadores y las jugadoras juegan. Y si no lo decimos así, podemos llegar incluso a ser considerados «sexistas».

La verdad es que queda muy «reivindicativo» y «progresista» señalar la diferencia entre las «oes» y las «aes»; cuantas más veces, mejor.

Pero, digo yo… ¿no sería mejor concentrar el esfuerzo en los problemas prácticos de desigualdad y no arañar tanto la superficie desviando nuestra atención hacia el «hablar igualitariamente»? Confieso que a mí me agota el oír que «los ciudadanos y ciudadanas tenemos el derecho a estar titulados y tituladas como abogados y abogadas» y cosas así. Con lo resumidos que somos a la hora de tuitear y de washapear

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¿Qué es lo importante?

Lo importante es mirar hacia adelante sabiendo que el camino solo aparecerá ante nuestros ojos si comenzamos a caminar.

Lo importante es reconocer que hay otros que también caminan, y preferir ayudarnos mutuamente a hacernos daño mientras dura el tramo que compartimos.

Lo importante es pararnos un momento en medio del camino y recordar los horizontes que buscábamos, corrigiendo nuestro rumbo si comprobamos que no vamos bien.

Lo importante es sembrar en cada paso del camino una esperanza, un acto generoso, un pensamiento amable con quienes están más cerca y con la naturaleza que nos cobija.

Lo importante es aquello que nos hace sentir que no hemos derrochado excesivamente el tiempo que tuvimos.

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Al final de la vida

Mi amiga es una luchadora, se ha buscado la vida de muchas maneras desde siempre, y ahora que le ha visto las orejas al lobo con la crisis, mucho más. Pero además reflexiona sobre lo que vive, busca el sentido de las cosas y aprende continuamente de sus experiencias. El resultado es que da gusto charlar con ella: es culta, alegre y sabia.

Me contaba el último capítulo de su historia: dos años trabajando en una residencia de ancianos, por las noches y más, a razón de una media de catorce horas, con un día de descanso, los lunes. Cuarenta ancianos a su cuidado, todas y cada una de las noches. Y todo con un contrato como limpiadora y por muchas menos horas, con lo cual, ahora que la han despedido, se queda con un paro casi simbólico, tras percibir un sueldo para el cual no hay calificativo, teniendo en cuenta lo mucho que da una persona madura, bien formada, con experiencia de la vida. Pero así están las cosas: «esto es lo que hay y si no te parece bien, ahí está la puerta» y «este mes os pagaré menos pero tendréis más trabajo», sin más explicaciones, y cosas así, por lo demás nada nuevo. Ya se ha corrido la voz de que está disponible y le llegan ofertas de personas mayores necesitadas de cuidados, de atención, de cariño, de ese plus que ella sabe ofrecer y dar a manos llenas.

Pero ya digo que mi amiga tiene habilidad para encontrar las mejores lecciones de la vida, y ha aprendido muchas en contacto con «sus niños», como ella dice. La primera de esas lecciones es que, cuando la vida se acaba, la gente empieza a hacerse preguntas sobre si tiene sentido vivir, y no son capaces de encontrar una respuesta satisfactoria, especialmente cuando al final lo que hay es soledad, sensación de abandono, o la impresión de que tanto trabajar para qué si al final no tengo nada. «Es como si nadie les hubiera enseñado a vivir y ahora se dan cuenta, cuando es tarde», reflexiona.

Ella ha visto cómo hijos, sobrinos y nietos se aprovechan de esos familiares ancianos, a quienes solo van a visitar para pedirles dinero, con total desfachatez. Llegan, piden y se van, sin la menor muestra de cariño, sin siquiera dar las gracias. Cómo los llevan a la residencia cuando les estorban, y cuando los necesitan para sacar provecho de su pensión, se los llevan a casa, sin preguntarles si eso es lo que quieren.

Ayer mismo había en el periódico una noticia sobre el aumento de los casos de malos tratos a ancianos, como síntoma del auge del egoísmo y la falta de humanidad. ¿Qué nos está pasando? Habría que recordar lo que decían los antiguos egipcios, tan sabios: «trata bien a tus mayores, pues cuando tú lo seas querrás que te traten bien a ti».

Ser o tener

«Govinda, el gran Maestro, leía las Escrituras sentado en la roca cuando Raghunath, su discípulo, orgulloso de sus riquezas, llegó hasta él y le dijo inclinándose: “Te traigo un pobre regalo indigno de ser aceptado por ti”. Y lució ante su maestro un par de brazaletes de oro y piedras preciosas.

Cogió el Maestro uno de ellos y lo hizo girar en su dedo, y las piedras lanzaban flechas de luz. De pronto se le escapó del dedo el brazalete y cayó, saltando por la roca al agua.

Raghunath dio un grito y se arrojó al río. El Maestro volvió sus ojos al libro. El agua aprisionó y ocultó su robo y siguió su curso.

Cuando Raghunath volvió, cansado y chorreando hasta su Maestro, el día se estaba ya apagando. Anhelante, le dijo: “Si me dices dónde cayó el brazalete, quizás pueda encontrarlo todavía”.

El Maestro cogió el otro brazalete y, tirándolo al agua, le respondió: “¡Allí!”».

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Vivir o sobrevivir, esa es la cuestión

En realidad, la cuestión es vivir y sobrevivir.

O, en su orden natural, primero sobrevivir y, luego, vivir.

Es obvio que necesitamos tener cubiertas las necesidades básicas para que nos planteemos cuestiones más profundas, aunque no menos importantes. Acongojados por las cuestiones cotidianas, nos falta a veces la perspectiva que nos permita encontrar el equilibrio interior. Y, sin embargo, ¿no es eso lo que pretendemos tener conquistado cuando lleguemos al final del camino?

El no tener preocupaciones materiales, sin embargo, no garantiza tener una vida interior satisfactoria. Hace falta descubrir por qué vivimos, para qué estamos en el mundo que nos ha tocado, cuáles son las acciones que nos ennoblecen y cuáles las que nos alejan de nuestra condición humana.

Importa lo material: el alimento, el albergue, el arroz.

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Consumir violencia

El otro día viajaba yo en el tren, y como cuando viajas siempre hay una pantalla donde puedes ver una peli para pasar el rato, me puse a ver la que tenían programada. Se parecía mucho a la que vi el mes pasado en el bus, aunque no tenía nada que ver. Era una película de violencia. Bueno, ahora las llaman “de acción”.

Era muy realista en lo que se refiere al tipo de armas empleado, cantidad de sangre en proporción a los golpes, nivel de estruendo según la cantidad de bombas, variedad de maneras de causar daño a otro, etc.

Lo de los valores éticos del protagonista dejaba un poco que desear para mi gusto. Yo estoy de acuerdo con Platón en que no hay información aséptica cuando se recibe sin poner la conciencia: o te hace bien, o te hace mal; y eso es un problema con algún tipo de cine. Que por cierto se parece mucho a la puesta en escena de algunos videojuegos que descubro mirando por encima del hombro de algunos chavales cuando juegan cerca de mí.

“Consumimos” violencia a tutiplén sin venir a cuento en los productos televisivos y jolibudienses en los que un “bueno” con pinta de sucio, con una metralleta en una mano y un móvil en la otra se carga a 5 “malos”.

¿De qué nos sirve?

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Lo importante

A pesar de que todo lo que nos acontece cobra para nosotros una tremenda importancia, cuando damos un momento al «stop» de nuestras prisas, vemos que hace apenas un rato que hemos llegado a la vida, y posiblemente dentro de un ratito nos hayamos ido.

El escenario sigue en pie, con pequeños cambios de decoración, y otros actores llegarán a cubrir los puestos vacantes.

El rítmico latir de la naturaleza volverá a arropar con su frío y su calor a los nuevos caminantes. La belleza y la armonía volverán a inspirar a los nuevos buscadores.

Y otra vez resonará la misma pregunta: ¿qué es lo que verdaderamente importa?

Ellos encontrarán su respuesta.

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Reescribir el final

La mujer de la imagen tiene 32 años. Emigra con sus tres hijas huyendo de un mundo que no les permite la subsistencia.

La foto fue tomada por Dorothea Lang en 1930 en Estados Unidos.

La historia se repite. Hemos comenzado este siglo XXI con más de 50 millones de desplazados de sus hogares por la violencia, el hambre y la guerra.

Las series de televisión que nos muestran viajes a través del tiempo ejemplifican cómo una variación mínima en el comportamiento de uno de los personajes desencadena una serie de acontecimientos que posibilita que muchos años después la historia haya cambiado bastante con respecto a lo que se supone que tenía que haber sido.

¿Y si resolvemos ser el personaje que un día decide hacer un gesto por entender la condición humana, por comprender las leyes de la naturaleza, por mejorar un poco nuestro entorno? Aunque sea pequeño. Aunque parezca que no servirá para nada.

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Ante todo, optimismo

En cierta ocasión leí que un optimista es un pesimista mal informado. A lo largo del tiempo he pensado mucho en esa frase. ¿Realmente, de tener toda la información en nuestras manos, no tendríamos expectativas de que las cosas saliesen bien? ¿De verdad es malo esperar que pase lo mejor? Supongo que no siempre es conveniente pensar así, y sería más saludable ser más realista en cuanto a lo que podemos o no esperar de las cosas y de las personas. Quizá así sufriríamos menos.

Dicen también que se puede aprender algo de las cosas más insospechadas. Así es. Yo aprendí algo muy importante acerca del optimismo observando a mi perrita.

Como a casi todos los perros, le encanta pasear por el parque y jugar. Le encanta especialmente ir a buscar una pelota, un palo, una piedra o cualquier otra cosa que le tires. Sin embargo, no siempre que vamos al parque hay tiempo para jugar con ella. Entonces nos provoca. Juega a recoger todas las ramitas que encuentra para ponerlas a nuestros pies, como diciendo: “venga, ¡juguemos!”.

Los días en que las prisas no permiten quedarse a jugar, llegamos a la salida del parque sin que haya dejado ni un momento de intentarlo. Entonces ella resopla y camina para casa moviendo la colita.

Ella no sabe si hay tiempo o no, lo ignora por completo. Quizá sea cierto que es una pesimista mal informada. Sin embargo, los animales son, como nosotros, seres de costumbres, y aun cuando pasan varios días sin poder jugar con los palos y las piedras, ella lo sigue intentando.

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