Ya lo dijo Séneca: sin prisa pero sin pausa

Tal vez no lo dijo de la misma manera, pero esa era la idea.

La ansiedad del tiempo (que se emparenta mucho con la impaciencia) es una enfermedad más propia de nosotros, los actuales, que de ellos, los antiguos. ¿Por qué tenemos siempre tanta prisa?

Alguien dijo que la prisa consiste en tener el cuerpo en un sitio y la mente en otro. Y nosotros, que practicamos cotidianamente eso de tener la mente en otro sitio, solemos experimentar sus consecuencias. Sabemos muy bien a qué sabe el desasosiego que va con la vida moderna, el estrés, la hiperactividad, el “quiero y no llego” que se repite una y otra vez, aunque a veces no entendamos qué tiene eso que ver con el tipo de vida que llevamos.

Si echamos un vistazo alrededor, es un sinvivir. A todas horas y en todas partes nos bombardea un cúmulo de estímulos, de mensajes, de propuestas para tomar decisiones, pequeñas y grandes (compre esto, venda lo otro, hazte un seguro, lleva a los niños a clase, come, haz deporte…). Y todo, rápidamente. Hasta la lentitud la queremos de inmediato. Así que llegamos al final del día con un ritmo acelerado en el que no hemos encontrado un espacio para reflexionar. ¿Y para qué queremos reflexionar? Pues para preguntarnos qué es lo realmente importante.

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Queremos saber

No deja de sorprenderme el enorme esfuerzo que está haciendo la ciencia en desentrañar las claves del comportamiento humano, para poder predecirlo.

La neurociencia investiga tenazmente los mecanismos del aprendizaje y nuestras redes neuronales. Los psicólogos estudian las reacciones grupales e individuales, y elaboran complejos perfiles para identificar los distintos comportamientos humanos.

Si eres del tipo “conservador”, tienes más posibilidades de ser fiel a tu producto de toda la vida que el tipo “aventurero”, que estará más predispuesto a dejarse seducir por la publicidad de un nuevo detergente. Tristemente, uno de los objetivos finales de la búsqueda de ese conocimiento es predecir comportamientos de compra o los movimientos sociales.

Quieren saber cómo reaccionamos ante los colores, ante los sabores, ante las palabras y los sonidos. Quieren saber qué zonas de nuestro cerebro se iluminan cuando sentimos dolor o cuando sentimos amor. Quieren saber por qué elegimos unos productos en lugar de otros, por qué contratamos la hipoteca con un banco y no con otro. También quieren saber qué películas van a tener éxito antes de que aparezcan, antes de invertir millones en producirlas, quieren saber si les reportarán aún más millones en la taquilla.

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El mundo feliz está cerca

Pongámonos en situación.

El nacimiento del primer bebé-probeta ocurrió en 1978. Antes de esto, hablar de fecundación in vitro o transferencia de embriones era cosa de ciencia ficción (ni siquiera se habían inventado estas denominaciones tan chulas). Y decir que una oveja podría ser clonada ya era hablar de otro planeta.

Dolly, la primera representante de la clase borreguil que fue concebida en un laboratorio y vivió para contarlo (más o menos), demostró que la ciencia ficción era solo una ciencia a la que le faltaba un poco de tiempo para estar entre nosotros. Hoy charlamos sobre organismos genéticamente modificados con la misma naturalidad con la que nuestros abuelos comentaban lo duro que había sido el invierno.

Ahora viene la historia de terror. Continue reading

El hombre superior

Hay nueve cosas en las que piensa el hombre superior: al ver, piensa en la luz; al oír, en la claridad del sonido; piensa en que su cara tenga una actitud benigna, que su actitud sea cortés, que sus palabras sean leales, que su servicio sea respetuoso, que si tiene dudas debe preguntar, que la furia podría ponerle en dificultades y, además, piensa en la justicia cada vez que se encuentra ante una posibilidad de beneficio (Libro XVI, X).

 

El hombre vulgar necesita embellecer sus errores (Libro XIX, VIII).

 

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Diagnóstico: cáncer

DIAGNOSTICO CANCER

Escrito por Elena Sabidó

Lo recuerdo como si fuese ayer: un día cualquiera que se convirtió en un día terrible. Una noticia inesperada y nada buena. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo me puede pasar a mí? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¡Es injusto! ¡La vida es injusta! ¡No hay derecho!… Realmente, así se reciben las malas noticias, pero ¿es realmente así?

Cuando vas al médico por una molestia, lo último que esperas es que te digan la palabra maldita: cáncer. El mundo se para, el miedo se apodera de todo tu ser y no puedes contener las lágrimas. No lo crees, no puede ser, «a mí, no».

Los primeros momentos, los primeros días no hay consuelo posible y no ves ninguna luz. Nada da consuelo, nada te tranquiliza, nadie comprende lo que estás pasando, ninguna persona puede entender o ponerse en tu lugar. Todos son afortunados menos yo.

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Cuando la villanía se convierte en costumbre

CUANDO LA VILLANIA

 

Vivimos en una época en la que muchas situaciones parecen empujarnos al desánimo y al hartazgo; el paro nos toca de cerca (si no es a mí, es a mi primo, a mi vecino o a mi amigo); la corrupción es el pan de cada día (el empresario de esta compañía o el político de aquel color); las desigualdades son cada vez más evidentes (a unos los persiguen porque tienen que trepar a una valla si quieren huir de la miseria y recuperar un poco de dignidad; a otros los persiguen porque trepan sobre quien haga falta para salvar los millones que han robado disfrazándose de personas dignas).

Las muchas palabras vacías y biensonantes que hemos escuchado durante tanto tiempo han conseguido que nos planteemos a veces si, de verdad, esto tiene remedio.

Por un lado, los gobernantes aseguran que pondrán «todos los medios» para corregir los desmanes  de aquellos que solo se preocuparon de su propio beneficio. Por otro lado, los que arriesgan su vida y abandonan la comodidad que les tocó en suerte por ayudar desinteresadamente a los que nacieron en lugares apestados de la Tierra, son mirados con recelo a su regreso, porque parece que solo se contagia el ébola y no tanto el valor y la generosidad de la que son admirable ejemplo.

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Las palabras adecuadas

LAS PALABRAS ADECUADAS

En cierta ocasión un discípulo preguntó a Confucio qué sería lo primero que haría en el caso de que un rey le confiase el gobierno de un territorio, a lo que Confucio, sin dudarlo, respondió: “Mi primera tarea sería, sin duda, rectificar los nombres”. El discípulo, confundido, le preguntó a su maestro si estaba de broma. Confucio aclaró: “Si los nombres no son correctos, si no están a la altura de las realidades, el lenguaje no tiene objeto. Si el lenguaje no tiene objeto, la acción se vuelve imposible y, por ello, todos los asuntos humanos se desintegran y su gobierno se vuelve sin sentido e imposible. De aquí que la primera tarea de un verdadero estadista sea rectificar los nombres”.

Reconozco que esta anécdota de Confucio ha hecho que me pregunte, por mucho tiempo, lo mismo que su discípulo: ¿estaría de broma?, ¿realmente eso serviría para algo? No hace mucho me di cuenta de por qué decía eso y hasta qué punto era importante.

Hay una empresa estadounidense (no será la única seguramente) que vende sus productos bajo el eslogan “¿Cuánto sabes de ti mismo?”. Pero no vendía nada relacionado con la filosofía o la psicología, sino genotipos. Por 99 dólares y una muestra de sangre te entregaban un sobre con toda la información que eran capaces de extraer, mediante su sofisticada tecnología, de tus genes.

En la televisión, una mujer guapa y delgada demuestra que un laxante te puede hacer sentir mejor, más activa, más vital y hasta más feliz. También hay galletas, compresas, cremas faciales y mahonesas con las mismas propiedades. La vida, la alegría, la solidaridad, el entusiasmo, la superación, el valor y la identidad se venden en latas de Coca-Cola.

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