Inteligencia al poder

INTELIGENCIA AL PODER

 

¿Os habéis fijado qué de objetos inanimados son inteligentes según nuestra peculiar forma de denominar las cosas?

Me refiero a que muchos tenemos «teléfonos inteligentes», o sea, de esos que, si tú quieres, te dicen dónde está la pizzería más cercana solamente con pulsar un par de teclas. Tal vez el tuyo realice algunas sofisticadas funciones mediante intercambios de información con un satélite que orbita en el espacio interestelar alrededor del planeta en el que vives. Estos aparatitos llevan también un GPS para que no te pierdas nunca (aunque quieras) y una cámara de vídeo para que filmes al vecino si te apetece (que mejor no, porque está feo).

Tenemos también «edificios inteligentes», esos que tienen ascensores en los que entras y una voz te informa del piso por el que estás pasando. Algunos, además, llevan un control automatizado (es decir, que no tenéis que estar pendientes ni tú ni el portero) de la climatización, la iluminación de las áreas comunes, la detección de incendios y, por supuesto, de cualquier ladrón despistado que entre en alguna vivienda que no es la suya.

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El arte de dialogar

EL ARTE DE DIALOGAR

 

A pesar de que disponemos de los más sofisticados instrumentos para la comunicación, seguimos comprobando que el aislamiento y la soledad se manifiestan en nuestra sociedad de manera constante, con sus desgarradores efectos de sufrimiento y dolor.

Para muchos seres humanos resulta difícil y complicado relacionarse con los demás, de tal manera que resulta más fácil soportar situaciones extremas que las tensiones que produce la convivencia con los otros, tal como se encargan de hacernos creer no pocos programas de televisión.

Sin embargo, las relaciones humanas se encuentran en la base de nuestra realidad de manera fundamental. Por algo Platón, que era un gran sabio, dio a sus obras filosóficas la forma de diálogos, para mostrarnos cuál es la vía esencial para acceder al conocimiento. Llegar a ser filósofo, que es una aspiración que nosotros proponemos, requiere el ejercicio del arte del diálogo, como medio principal que nos permita acercarnos al viejo ideal de fraternidad universal que unifique a la humanidad más allá de las diferencias de matices y haga realidad el sueño de la paz. De alguna manera, ser filósofo significa aprender a dialogar, partiendo del conocimiento de uno mismo y abriéndose humilde y generosamente a los otros.

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Para no tener miedo

 

PARA NO TENER MIEDO

 

El miedo es algo curioso. Es un invitado que nadie quiere en su casa, y está especializado en vestirse con distintos trajes según la ocasión.

Todos tenemos miedo. A veces, sabemos exactamente a qué: a los ascensores, a la oscuridad… Estos son miedos sencillitos de reconocer. Eso es bueno, porque con empeño y los medios adecuados, hasta podemos controlarlos.

Están también los miedos de otro tipo: a perder el trabajo, a que me ponga malito… Son un pelín más fastidiosos a la hora de darles esquinazo, pero bueno, sabemos dónde están y siempre podemos tomar una gran decisión e ir a por ellos.

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¿Qué es la filosofía?

QUE ES FILOSOFIA

¿Qué es la Filosofía?

Aunque hoy existen muchas definiciones, prefiero usar la que se deriva del origen de esta palabra. Filosofía (del griego antiguo φιλο, “filo” o amor; y σοφία, “sofia” o sabiduría) significa literalmente “amor a la sabiduría”. Y filósofo es quien busca la sabiduría.

Aunque algunos la definen como un quehacer intelectual, y por lo tanto restringido a intelectuales, el amor a la sabiduría es una actitud natural en todo ser humano: Tan pronto nos hacemos preguntas sobre el sentido de la vida, sobre quiénes somos, sobre el porqué de las cosas que ocurren a nuestro alrededor, sobre el sentido del mundo y del universo, ha despertado en nosotros el filósofo, el que busca la sabiduría.

Afirma Julián Marías, destacado filósofo español, que la filosofía puede ser entendida de dos formas distintas y complementarias:

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Simbolismo de la primavera

SIMBOLISMO DE LA PRIMAVERA

Los primeros días de la estación verde de la vida renovada están adornados con la belleza de todo lo que se inicia y el mensaje de un nuevo despertar.

Nuestros oídos, habituados al silencio del frío, empiezan a escuchar todas las llamadas que profieren los pájaros que milagrosamente sobreviven en nuestras inhóspitas ciudades.

Y si tenemos la suerte de experimentar este proceso en el campo, entonces nos sentiremos doblemente afortunados de poder ser testigos de un misterio que se repite cada nuevo ciclo, ofreciéndonos todo su precioso significado.

Los artistas del Renacimiento, que tan bien supieron captar ciertos misterios atemporales, siguiendo el espíritu de los clásicos griegos y latinos, encontraron en la primavera la gran metáfora del origen del mundo y de la vida, no solamente manifestada en el esplendor de la naturaleza en flor, animada por el céfiro benigno y templado, sino también, el despertar cíclico del universo y del alma humana, respondiendo a la llamada de la sabiduría espiritual.

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¿Qué pasa antes de nacer?

QUE PASA ANTES DE NACER

 

Una pregunta que ciencia y filosofía se han hecho alguna vez es la de por qué el ser humano piensa en la inmortalidad. Desde un punto de vista absolutamente darwinista, habría que preguntarse por el sentido evolutivo de creer en la vida después de la muerte. Algunos investigadores sostienen que las creencias en el más allá o en la reencarnación obedecen, bien a un proceso de asimilación cultural, bien a una reflexión posterior influida por diversas circunstancias personales.

La cuestión es lo suficientemente interesante como para que un grupo de psicólogos de la Universidad de Boston hayan llevado a cabo un experimento con la intención de descubrir en qué momento aparece la idea de inmortalidad en el hombre.

El estudio, que lleva por nombre “The Development of Children’s Prelife Reasoning: Evidence From Two Cultures”, asegura que la percepción de la inmortalidad en el ser humano responde a patrones universales. Esos patrones universales son prácticamente idénticos en las edades más tempranas de la vida; sin embargo, conforme el niño crece y se sumerge en la cultura de su entrono, esa percepción cambia. Básicamente, da igual las creencias religiosas o circunstancias sociales y culturales de la persona, porque el ser humano nace en todas partes con las mismas ideas acerca de lo que pasa antes de nacer. Es después cuando esas ideas van modificándose.

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Una perla en el camino

UNA PERLA EN EL CAMINO

 

Al ver cotidianamente las noticias del mundo (que hay que hacer ganas…), en cada noticiario encuentro a personajes encargados de velar por los intereses de los ciudadanos que están acusados de corrupción y falta de honestidad. Esto, en muchos sitios, como España, se ha convertido en el pan de cada día.

Después vienen las historias de los muchos desamparados que tienen que preocuparse cada día de mantenerse vivos si es que les tocó nacer en un país que está en guerra, o sin recursos para subsistir, o fagocitado por otros; o de no deprimirse por el vacío de su existencia si les tocó nacer ricos pero sin un sentido para su vida.

Así que uno piensa que vaya un fiasco: los de a pie entendemos la diferencia entre ser honrado y no serlo, entre hacer una labor en favor de los demás o en beneficio propio, y por supuesto, hay de todo en la viña del Señor y ejemplos de las dos cosas. Pero uno parece esperar que los que están más arriba tengan un poco más de vergüenza, un poco más de solidaridad, un poco más de compromiso con las generaciones futuras… En fin: un poco más.

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Elegir para iluminar

ELEGIR PARA ILUMINAREs curioso el fenómeno de la luz…

Hay un momento en La Ilíada de Homero en que a Aquiles se le plantea un dilema: tiene que elegir entre tener una vida corta y gloriosa o disfrutar de una vida larga y placentera sin grandes cosas que reseñar. La cuestión se la formula su madre, que era diosa y había oído algo de una profecía que le concernía (eso era una madre).

Esto me recordó las enseñanzas de un gran filósofo del siglo pasado (J. Á. Livraga) cuando explicaba cómo es inevitable que una vela se consuma para poder dar luz. En su sentido filosófico significa que en la medida en que se ilumina nuestro camino a través del esfuerzo individual por ser mejores y mejorar un poco el mundo, se ilumina también un poco el de aquellos que nos rodean.

Ahora es poco probable que nuestra madre nos presente una elección tan bestia como la de Aquiles, pero en cada recodo de la vida, una voz al oído, como si fuera un geniecillo al que le resulta difícil estar callado, nos sigue preguntando: ¿quieres ser luz que ilumina o vela de cera sin estrenar?  O, según el día que tenga el geniecillo: ¿qué prefieres? ¿Una vida dedicada a obtener el reconocimiento de los demás y el beneficio propio, o una vida ceñida a unos principios éticos aunque eso te cueste ser menos rico o incluso que te tachen de tonto o te ignoren?

Dado que vivimos tiempos más bien oscuros (y no lo digo precisamente por que hayan bajado la iluminación de algunas ciudades por la contaminación lumínica y por la crisis), no vendrían mal algunas velas más. Si habéis hecho la prueba en algún sitio poco transitado o en algún lugar del campo, habréis comprobado que la luz de una vela en la oscuridad absoluta se ve desde muy lejos. Y no solo ilumina al que la lleva en la mano, sino a cualquier otro que se arrime a su vera. Vamos, que podemos animarnos a encenderla por nosotros o por los demás, lo que más nos motive.

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Buen comienzo

BUEN COMIENZO

Hay momentos en el año especialmente dotados para hacernos sentir que comenzamos, que tras el desgaste de las rutinas y los cansancios podemos empezar una nueva página en blanco del libro de nuestra vida, y este, del año nuevo es uno de los más privilegiados. Por algo, en su propio nombre, enero, lleva el significado de una puerta que se abre, de un inicio, una expectativa hacia el futuro.

El tiempo circular, que rige de alguna manera nuestras experiencias, impone este régimen gobernado por la imaginación y los símbolos que nos permite instalarnos en una realidad psíquica, elevar nuestra conciencia y probar a volar con las alas del alma.

Imaginar que comenzamos un nuevo capítulo de nuestra historia nos libera del lastre de los fracasos y las decepciones, podemos volver a mirar a nuestras aspiraciones, a revisar los viejos proyectos.

No sería eficaz esa especie de renovación de intenciones sin un examen previo, sin un balance hecho aprovechando el final de un ciclo que se va con el año que termina. Antes de lanzarnos a emprender los desafíos y los retos haremos bien en revisar si hemos cumplido con las expectativas que nos habíamos hecho, si hemos cargado nuestros días de esfuerzos para alcanzar nuestras metas, o si, por el contrario, el tiempo nos pasó por encima y nos encontramos al acabar un ciclo, derrotados.

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Aprender y recordar

APRENDER Y RECORDAR

 

Decía Platón que en realidad, aprender, lo que se dice aprender, no podemos aprender gran cosa. Que lo que de verdad hacemos, es recordar. Es en el Fedón, mientras Sócrates explica a sus discípulos por qué no tiene el más mínimo temor a la muerte, instantes antes de cumplirse la sentencia de muerte a la que la ciudad de Atenas le ha condenado. Sócrates no teme. Sócrates cree que el alma es inmortal. Cree también que desde antes de nacer, el ser humano está en contacto con las esencias, ideas o arquetipos de todas las cosas: la idea de mesa, la idea de perro, la idea de rosa, la idea de casa, la idea de la generosidad, la idea del valor y, por supuesto, esa idea inmensa de lo bueno. Desde ese punto de vista, el ser humano, al nacer, antes de que su toma de contacto con el entorno cultural y de que este le introduzca los conceptos de lo que es correcto y lo que no es correcto, antes de eso, ya sabría qué está bien y qué no está bien. Y lo sabría porque antes de nacer su alma estuvo junto a la idea de lo bueno en ese mundo platónico de las ideas.

Platón lo explica mucho mejor, desde luego. Sin embargo, un reciente experimento realizado por investigadores de la Universidad de la Columbia Británica en Vancouver, dirigido por la profesora Kiley Hamlin, parece demostrar que los bebés ya tienen nociones acerca del bien y del mal, y son capaces de reconocerlos. El experimento, muy sencillo y, a la vez, extremadamente interesante, se realizó con bebés de entre seis y diez meses. Lo que hicieron fue ir mostrándoles unas secuencias animadas en las que unas figuras geométricas, con ojitos y bracitos para personalizarlas, realizaban unas acciones. En la primera, un círculo trata de subir una pendiente empinada pero no puede hacerlo solo. En la segunda, un cuadrado azul le ayuda a subir. En la tercera y última, un triángulo amarillo empuja al círculo, que se precipita hacia el fondo de la pendiente. Después de repetir varias veces las secuencias para asegurarse de que los bebés las habían entendido, pasaron a la segunda parte. Frente a los niños, ponen las dos figuras decisivas: el cuadrado azul y el triángulo amarillo. El 87% cogió el cuadrado y, lo más curioso, el 100% de los niños más pequeños, los de seis meses, ignoraron por completo el triángulo.

La conclusión de los científicos es que, de alguna manera, no solo los bebés de corta edad distinguen y reconocen los comportamientos correctos y los incorrectos, sino que, además, prefieren los correctos y comprenden el castigo de los que están mal. Los investigadores están investigando el mismo comportamiento en niños de hasta tres meses, y los resultados no son muy diferentes. Así que, a la luz de estas cosas, no vendría mal darle otra lectura al Fedón.