Escrito por Diego Sánchez R.
Dicen que las crisis son oportunidades para el cambio. Pero ¿cambio hacia dónde? ¿Qué quiero cambiar y por qué? Estas son preguntas muy personales, pero leyendo a los sabios, he llegado a la conclusión de que, si vamos a movernos, lo mejor es ir hacia el justo medio. Sin embargo, lo que yo considero mi punto de equilibrio puede distar mucho de lo que otro considere el suyo, y así de persona en persona; por lo tanto, siguiendo las normas del método científico, si existe demasiada variabilidad, la hipótesis no es aceptable y el resultado final no será fiable.
La filosofía considera lo más auténtico, lo más real, aquello que supera la prueba del tiempo y es universal. Así, aquel punto donde nos encontraríamos y acordaríamos todos los seres humanos tendría que ser el mismo para todos. ¿Y qué es lo que tenemos todos en común? Todos tenemos una mente curiosa que cuestiona, unas emociones que desean expresarse y sentir, una energía que busca moverse y un cuerpo que busca placer. Partes tan diferentes comparten una cualidad: necesitan descanso, necesitan parar por un momento. Para conseguir esto nos podemos valer de un espacio para la introspección que nos lleve a la reflexión. Esta pausa de nuestra personalidad es vital para las personas, pues nos unifica, y es en esta unión como nos aclaramos y encontramos como familia humana.
Un segundo punto que tenemos en común sería que todos poseemos cualidades y defectos. Y si partimos de la base de que todo en la creación es bueno por naturaleza y cumple una función, lo correcto sería dar espacio a ambos. Sin embargo, ¿en qué punto se encuentra ese justo medio que nos equilibre? Aristóteles decía que la felicidad se descubre en la práctica de la virtud, por lo que, si el primer paso para obtener paz está en aceptarme como soy, el segundo sería no conformarme con ello y valerme de mis virtudes o cualidades para seguir caminando hacia lo que quiero ser. Mi estabilidad no se fundamenta solamente en mi situación presente, sino, también, en mi satisfacción interior de estar luchando por mejorarme sin juzgarme por los posibles fracasos.