«He llegado a la aterradora conclusión de que yo soy el elemento decisivo. Es mi enfoque personal el que crea el clima. Es mi humor diario el que determina el estado del tiempo. Tengo un gran poder para hacer que mi vida sea triste o alegre…».
Este texto de Goethe me ha recordado que existe la grava y que sé lo que provoca en mi piel rasgada por ella.
¿Quién no se ha sentido alguna vez remando al viento o, más bien, guiado por su antojo, con la sensación de que nuestra barca unas veces avanza, pero otras se aquieta y otras tantas permite que el mar y el aire jueguen con ella, obviando el esfuerzo perenne de nuestros humanos brazos internos? Es entonces cuando recuerdas tu piel rasgada por la grava, manchada en rojo y negro. Aun así, comprendes que continúas flotando, respirando, que debes seguir luchando.
Son momentos, son verdades que hablan de media luz, de soslayos, de zozobras, de sombras, de me toca, de es la vida, de ahora entiendo…, tan reales y tan nuestras como los más sublimes brillos.
Recordar es mi ungüento más fiable para semejantes instantes o eternidades.
Recordar, cachorro, que lo sigues siendo, por puro, por limpio, cuanto más adentro.
Recordar, gran parra, que existe la poda, para no temerla si insiste en su intento… en abril vencerán tus brotes de nuevo.
Recordar que un día no supiste andar, ni hablar, ni correr… el próximo paso: limpiar las heridas de sangre y de grava; aprender a ser».
Y como conclusión final, volvemos adonde empezamos, porque de explicar lo que me transmitía se trataba, de un saber cómo son las cosas:
«He llegado a la aterradora conclusión de que yo soy el elemento decisivo. Es mi enfoque personal el que crea el clima. Es mi humor diario el que determina el estado del tiempo. Tengo un gran poder para hacer que mi vida sea triste o alegre…».