Hablando de nada con mi hijo de cuatro años, ayer me dijo:
–Cuando yo nací, hace cuatro mil millones de años…
No pude escuchar nada más. Me puse a mirarle encantada, no sé qué gesto mostraría mi rostro, pero lo que sentía era eso de «has dado con la clave de la vida, me acabas de enamorar, chaval, serás espontaneo y… ¿a que te lleno de besos?».
Qué idea tan torpe tienen los críos de las cosas importantes, ¿no? ¿O es al revés? ¿Son los críos los que tienen claras las cosas importantes y los torpes somos nosotros? Es posible que hasta tenga más razón él sintiendo todos esos millones de años que lleva vivo… Está claro que su sentimiento es de que hace mucho que anda por aquí. Pero, en realidad, ¿qué es mucho y qué es poco? ¿Qué es el tiempo en sí mismo sino una medida que utilizamos para intentar manejar la realidad, alejándonos cada vez más de ella, ya que su verdad dice: soy eterna?
¿Qué es lo lógico: sentirse uno con todo, sentirse un desde siempre o sentirse finito? ¿Qué más sabio: creer que lo que somos y lo que sabemos tiene que ver con el tiempo que hace que salimos del lugar más calentito del mundo o es justo desde entonces desde cuando intentamos recordar?
Porque igual uno nace con todo aprendido y es aquí donde se confunde, en este mundo de matrix y dualidades que definen conceptos a los que no alcanzamos. Igual, mi hijo hace cuatro mil millones de años que nació, ¿por qué no?