Sobre la nada

¿Es esto nada?
¿Por qué entonces, el mundo?
¿Y todo lo que es no es nada?
Mi esposa es nada: ni nada tiene estas nadas
si esto fuera nada.

William Shakespeare, El cuento de invierno.

Cuando observamos una foto del universo, especialmente las tomadas por el telescopio espacial Hubble, que son las más nítidas fotos que podemos ver del universo: cometas, estrellas y galaxias radiantes a millones de años luz, todos nos quedamos sorprendidos por lo que vemos. Yo, confieso, me quedo sorprendido por lo que no veo, a mí me apasiona la nada, el espacio vacío e infinito.

Mi atención se siente atraída por la Nada, trata de imaginarla, de atraparla, pero cada vez que intento acercarme siento vértigo, la mente tiembla y relincha como un caballo frente a un precipicio sin fondo, se niega a avanzar y corre cobardemente a buscar refugio en lo que llamamos algo. Aunque ustedes no lo crean, mi afición por el espacio vacío, por la nada, no es un caso extraño. El ser humano ha estado fascinado con la idea de la nada desde hace milenios. ¿Qué es la nada? ¿Existe, podemos crearla, manejarla, mirarla, sentirla…?

Lo cierto es que, detrás de tantas investigaciones por parte de filósofos, físicos, matemáticos, etc., la mayoría de nosotros no le damos mucha importancia ni valor, y nadie está dispuesto a pagar ni un céntimo por un trozo de espacio vacío. Y todo eso a pesar de que de la mayoría de los objetos que compramos la parte más importante es la parte vacía, porque francamente, ¿compraría usted una taza sin su correspondiente espacio vacío, o un plato, o un coche, o una casa? Lo cierto es que es el vacío lo que le da valor a todas estas cosas. Sin sus correspondientes espacios vacíos todos estos objetos serían inservibles. Hay un poema de Lao-Tsé que expresa de forma bella y precisa este asunto. Dice así:

Treinta radios comparten el cubo de una rueda;
mas solo la rueda le da su utilidad.
Moldea una jarra con arcilla;
el hueco interior le da su utilidad.
Corta puertas y ventanas para la estancia;
solo estos vanos le dan su utilidad.
Se obtiene beneficio de lo que hay;
la utilidad la da lo que no hay.

Aunque, como hemos visto, el análisis y la representación de la Nada se ha intentado desde todos los ángulos, es la aproximación artística la que hoy llama mi atención. Fueron muchos los artistas que en la Antigüedad intentaron plasmar la nada, al menos de forma simbólica. Especialmente los artistas japoneses, que lo hicieron con jardines, pinturas y poemas dedicados a representar la Nada. Los más conocidos y los más logrados son los jardines zen con sus piedrecitas blancas y perfectamente simétricas representando el espacio vacío, y las grandes rocas, las galaxias y las estrellas en el espacio.

Más recientemente, hubo artistas que intentaron un acercamiento a este espinoso problema. Entre los escritores, el intento más conocido lo realizó Elbert Hubbard, quien escribió, quiero decir publicó, un libro lujosamente encuadernado titulado Essay on Silence, impreso por primera vez en 1905 con todas las páginas en blanco. Otro libro famoso publicado con todas las páginas en blanco fue “Todo lo que sé de las mujeres”, cuyo autor no se atrevió a dar la cara y fue publicado de forma anónima. Cuentan que ambos libros han sido traducidos a varios idiomas. Creo que incluso hubo una demanda por plagio, en la que supongo que el juez no tuvo que leer mucho para dictar sentencia.

En música, tenemos a John Cage, que es una figura importante del arte contemporáneo, y que fue músico, escritor y filósofo. John C. fue un músico muy original que, en su afán por atrapar la nada, compuso una obra titulada «Cuatro minutos y treinta y tres segundos», cuya partitura no especifica sonido alguno que deba ser producido durante los 4 minutos y 33 segundos que dura la obra. Se puede escuchar (ver) en YouTube. La primera interpretación de la misma, si se puede llamar así, fue a cargo del pianista David Tudor. Después de la interpretación, algunas de las personas comentaron, no sé si con buenas o malas intenciones, que sin duda esta era la mejor composición de John. Aquí la pueden disfrutar:

En pintura han habido varios intentos de representar la Nada. Tenemos a Ad Reinhardt, que estudió historia del arte en la Universidad de Columbia. Comenzó reduciendo la paleta cromática hasta dejar el lienzo en un solo color, todo rojo, todo azul. Se inicia así lo que se denomina pintura «hard-edge» o pintura del borde duro. Cuando presentó en una exposición un lienzo completamente en blanco, algunos, supongo que amigos, dijeron que Ad había por fin llegado a la pureza estética.

Más recientemente, hasta el 23 de marzo de 2009, se pudo visitar en París, en el Centro Pompidou, una retrospectiva sobre la nada: “Nueve salas consagradas a la nada», las nueve salas vacías y con las paredes en blanco. Los artistas pretenden hacer que la gente utilice todos sus sentidos. Para la exposición se preparó un catálogo con 540 páginas. ¿Su precio? 49 dólares. Este debe de ser el segundo gran milagro en la historia, la transformación de la nada en algo: en dinero.

Platón termina Hipias Mayor con estas palabras: «Lo bello es difícil». Estos libros, músicas y exposiciones no son difíciles ni bellos; son nada, lo que desde luego es todo un logro nunca antes conseguido.

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