En este nuevo impulso, en pleno siglo XXI, por elevar a la filosofía como el verdadero arte que es de buscar el conocimiento y los valores duraderos, estamos muchos seres humanos.
Y creo que todos nos encontramos buscando, en cierto modo, un importante equilibrio entre la mentalidad científica y el impulso trascendente religioso.
Hoy, más que nunca, las religiones necesitan abandonar sus facetas más intransigentes e intolerantes, reconocerse como medios y no como fines, medios para despertar y acercar al ser humano a su faceta más espiritual. Esto, no me cabe duda, acercaría también a las religiones unas a otras. Del mismo modo, cuando la ciencia no teme al misterio, puede ser inspiradora de esa intuición trascendente del ser humano si no olvida que no es un fin en sí misma sino un medio para ayudarnos a descubrir las profundas verdades que la vida esconde.
Estoy convencido de que si la filosofía impregna a la ciencia de una vocación de profundidad en la naturaleza trascendente y ética del ser humano, ambas, ciencia y filosofía empezarán a servir el nexo de unidad entre las muchas religiones enfrentadas… aunque siempre habrá fanáticos y adoradores de la ignorancia entre los creyentes y ateos.