En cierta ocasión un discípulo preguntó a Confucio qué sería lo primero que haría en el caso de que un rey le confiase el gobierno de un territorio, a lo que Confucio, sin dudarlo, respondió: “Mi primera tarea sería, sin duda, rectificar los nombres”. El discípulo, confundido, le preguntó a su maestro si estaba de broma. Confucio aclaró: “Si los nombres no son correctos, si no están a la altura de las realidades, el lenguaje no tiene objeto. Si el lenguaje no tiene objeto, la acción se vuelve imposible y, por ello, todos los asuntos humanos se desintegran y su gobierno se vuelve sin sentido e imposible. De aquí que la primera tarea de un verdadero estadista sea rectificar los nombres”.
Reconozco que esta anécdota de Confucio ha hecho que me pregunte, por mucho tiempo, lo mismo que su discípulo: ¿estaría de broma?, ¿realmente eso serviría para algo? No hace mucho me di cuenta de por qué decía eso y hasta qué punto era importante.
Hay una empresa estadounidense (no será la única seguramente) que vende sus productos bajo el eslogan “¿Cuánto sabes de ti mismo?”. Pero no vendía nada relacionado con la filosofía o la psicología, sino genotipos. Por 99 dólares y una muestra de sangre te entregaban un sobre con toda la información que eran capaces de extraer, mediante su sofisticada tecnología, de tus genes.
En la televisión, una mujer guapa y delgada demuestra que un laxante te puede hacer sentir mejor, más activa, más vital y hasta más feliz. También hay galletas, compresas, cremas faciales y mahonesas con las mismas propiedades. La vida, la alegría, la solidaridad, el entusiasmo, la superación, el valor y la identidad se venden en latas de Coca-Cola.
El sistema educativo se ampara en los libros de texto, el judicial en las leyes y las políticas de igualdad en la discriminación positiva. Sin embargo, la educación nunca se podrá enseñar con un libro de texto, sino con el ejemplo personal. Y tener más leyes no supone mayor justicia. Curiosamente el mismo Confucio desconfiaba de las leyes, porque pensaba que las leyes alejaban al hombre de la Justicia y le acercaban más a la búsqueda de la trampa. La sola idea de la discriminación habla de un valor negativo. Por mucho que se le ponga detrás la palabra “positiva”, ¿cómo va a ser posible construir la igualdad discriminando?
Realmente los nombres son importantes. Un nombre representa una idea. La idea que se identifica con ese nombre. Cuando se llama algo por el nombre que le corresponde se evoca la idea que encarna. Cuando se llama a algo por un nombre que no le corresponde, las identidades se confunden, y vamos en pos de una cosa, pero nos encontramos con otra. Frustración, desencanto, tristeza… ¿qué otra cosa se puede encontrar cuando se asocia la felicidad con una bebida, una marca de ropa o un centro comercial?
La vitalidad se asocia a unas galletas, la tranquilidad a una compañía de seguros, los bancos tratan de asociarse a valores como la confianza o la veracidad, y si pensamos en felicidad, nos vendrá a la mente que es posible destaparla en una botella de refresco de cola. Una vida de éxito es ir a la Universidad, conseguir un buen trabajo, ganar mucho dinero, casarse, tener hijos, ascender profesionalmente, comprarse un piso en la ciudad, veranear en la playa, esquiar en la sierra, tener al menos dos coches y tener asistenta en casa.
Pero eso no es así, de hecho sabemos que no es así, sabemos que la felicidad, el éxito, la tranquilidad o la justicia no son eso, pero al no corresponder la palabra con la idea, estamos un poco perdidos. Es como si vas al bote de la sal, donde pone sal, pero lo que encuentras es cacao. Y vas al bote donde pone azúcar y hay harina. Si eso no se corrige, si no se mete dentro de cada bote lo que realmente debe haber, acabaremos acostumbrándonos a encontrar harina en el bote del azúcar y cacao en el de la sal, y cuando nos pidan sal daremos cacao y harina cuando nos pidan azúcar.
De ahí la importancia de los nombres adecuados. No podemos llamar educación a la enseñanza intelectual. La enseñanza intelectual es enseñanza intelectual, no educación. Ni podemos llamar justicia a los legalismos, o amistad a los “Me gusta” de Facebook. Si empezamos a llamar a las cosas por su nombre, por su verdadero nombre, estaremos haciendo algo fundamental: ver las cosas como realmente son. Cuando vemos las cosas como son en verdad y no como nos dicen que son, entonces, y solo entonces, podemos llegar a ese punto del que hablaba Confucio: lograr la acción que nos permite hacer un mundo mejor, identificar cuáles son los asuntos humanos, los que de verdad importan al ser humano, y caminar hacia ellos. No están fuera, no se venden en el supermercado, no los regala un banco con la apertura de una nueva cuenta… Están, como siempre, dentro de nosotros mismos. Solo hay que saber llegar hasta ellos.
Mi enhorabuena, Fátima, por este artículo. Creo que aclara uno de los motivos de la confusión actual y de la consecuente incomunicación que nos lleva a no entendernos unos con otros, como en una nueva Torre de Babel. Sabio Confucio…
Un abrazo.
Hola. Gracias por el articulo, esta muy claro.