El Principito en el planeta del adicto a los móviles

El PrincipitoEl quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos, pues apenas cabían en él un teléfono móvil y el hombre que lo manejaba. El principito no lograba explicarse para qué servirían allí, en el cielo, en un planeta sin wifi y sin población, un móvil y un hombre. Sin embargo, se dijo a sí mismo:

«Este hombre, quizás, es absurdo. Sin embargo, es menos absurdo que el rey, el vanidoso, el hombre de negocios y el bebedor. Su trabajo, al menos, tiene sentido. Cuando enciende su móvil, es igual que si estableciera comunicación con algún ser querido. Es una ocupación muy bonita y por ser bonita es verdaderamente útil».

Cuando llegó al planeta saludó respetuosamente al hombre:

—¡Buenos días! ¿Por qué acabas de poner a cargar tu móvil?

—Es la consigna —respondió el adicto al móvil—. ¡Buenos días!

—¿Y qué es la consigna?

—Cargar mi móvil. ¡Buenas noches! Y encendió el móvil.

—¿Y por qué acabas de volver a encenderlo?

—Es la consigna.

—No lo comprendo —dijo el principito.

—No hay nada que comprender —dijo el hombre—. La consigna es la consigna. ¡Buenos días!

Y recargó su móvil.

Luego se enjugó la frente con un pañuelo de cuadros rojos.

—Mi trabajo es algo terrible. En otros tiempos era razonable; cargaba el móvil por la mañana y lo tenía listo por la tarde. Tenía el resto del día para reposar y el resto de la noche para dormir.

—¿Y luego cambiaron la consigna?

—Ese es el drama, que la consigna no ha cambiado —dijo el hombre—. El móvil se descarga cada vez más deprisa de año en año y la consigna sigue siendo la misma.

—¿Y entonces? —dijo el principito.

—Como el móvil se descarga ahora cada minuto, yo no tengo un segundo de reposo. Lo enchufo y cargo una vez por minuto.

—¡Eso es raro! ¡La batería de los móviles sólo dura en tu tierra un minuto!

—Esto no tiene nada de divertido —dijo el hombre—. Desde que estamos hablando ya he cargado treinta veces el móvil.

—¿Treinta veces?

—Sí, treinta veces. ¡Buenas noches!

Y volvió a poner a cargar su móvil.

El principito lo miró y le gustó este hombre que tan fielmente cumplía la consigna. Recordó cómo podía hablar con su rosa sin necesidad de encender el móvil. Quiso ayudarle a su amigo.

—¿Sabes? Yo conozco un medio para que descanses cuando quieras…

—Yo quiero descansar siempre —dijo el adicto al móvil.

Se puede ser a la vez fiel y perezoso.

El principito prosiguió:

—Tu planeta es tan pequeño que puedes hablar con cualquier sin necesidad de usar el móvil. No tienes que hacer más que levantar un poco la voz y te oirán desde el otro lado del planeta. Cuando quieras comunicarte con alguien lo harás… y sin necesidad de usar el móvil.

—Con eso no adelanto gran cosa —dijo el hombre—, en este planeta no vive nadie y debo tener siempre el móvil cargado por si me llaman.

—No es una suerte —dijo el principito.

—No, no es una suerte —replicó el adicto—. ¡Buenos días!

Y conectó su móvil.

Mientras el principito proseguía su viaje, se iba diciendo para sí: «Este sería despreciado por los otros, por el rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Y, sin embargo, es el único que no me parece ridículo, quizás porque se ocupa de otra cosa y no de sí mismo. Lanzó un suspiro de pena y continuó diciéndose:

«Es el único de quien pude haberme hecho amigo. Pero su planeta es demasiado pequeño y no hay lugar para dos…»

Lo que el principito no se atrevía a confesarse, era que la causa por la cual lamentaba no quedarse en este bendito planeta se debía a la posibilidad de hablar con cualquiera del universo desde su planeta.

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