Alegoría de la Filosofía, del pintor Francesco de Mura
Muchos son los eslóganes que se lanzan y corean en encuentros reivindicativos para legitimar cualquier aspiración de un grupo (“el mío”), sea religioso, político o deportivo, y que evidencia que lo que hacen “los otros” es ignorar “mis” derechos o “mis” ideas.
Es bueno defender las propias ideas y los propios derechos, siempre que sean razonables, éticos y verdaderos.
Lo de “razonables” lo digo porque se supone que los humanos somos seres pensantes, y que podemos razonar si nos ponemos a ello. Es una fase un poco más avanzada que la del troglodita, que consiste en que tiene razón el que da el garrotazo el primero, o más fuerte (cualquier troglodita que se precie lleva su garrote; puede estar hecho de sólidos materiales o de palabras engañosas, depende). Además nos sirve para entender las razones de los otros, o constatar que no tienen razones.
Como humanos, deberíamos exigirnos, además, un plus ético básico, es decir, que la verdad prevalezca sobre la mentira en nuestros juicios, y no pisotear por deporte los derechos o ideas de los demás. Esa es la base de la convivencia. La tolerancia no consiste en respetar a los que piensan lo mismo que yo (lo cual no tiene mucho mérito, obviamente), sino precisamente a los que piensan distinto. Después vendrá el esfuerzo de construir lazos que permitan que lo diferente de cada uno enriquezca al conjunto. Eso es lo que consiguieron las civilizaciones que legaron algo importante a la posteridad (o sea, a nosotros): leyes, costumbres, monumentos…
Sí, es trabajoso; requiere ponerse a reflexionar un poco sobre las propias convicciones, valorar en qué nos hacen mejores como humanos y como sociedad y en qué pueden cimentar o socavar los fundamentos de un entendimiento entre diversos modos de ver las cosas. También nos hace plantearnos qué estamos dispuestos a ceder de nuestro bien personal en beneficio de un bien mayor general. Destruir es rápido y fácil; construir es otra cosa.
Vivimos en un mundo donde la realidad termina siendo lo que vemos proyectado en imágenes. La posverdad (mentiras de tamaño grandioso repetidas de manera grandiosa) la hemos inventado nosotros, los del siglo XXI, y se ha instalado en nuestra sociedad precisamente porque no nos molestamos en reflexionar y nos dejamos llevar por las emociones. Puede que no sea real, pero es más “emocionante”. Produce más adrenalina el “Yo hago lo que quiero y dime algo, que ya verás…” que el sosegado: “Vale, lo vemos de forma distinta. ¿Habría algún punto en que estemos de acuerdo y empezamos por ahí?”.
Platón (el mayor “dialogador” del que se tiene noticia) lleva más de 2500 años recordándonos cosas interesantes, y conocía bien los tejemanejes de los humanos. Ya adelantó que si las grullas analizaran el mundo, lo dividirían en dos grupos: las grullas y las no grullas. Más o menos lo que hacemos nosotros.
Yo me apunto a una idea que ha sido reivindicada muchas veces en distintas épocas y en diferentes lugares, pero que quiero ejemplificar con unas palabras del filósofo Jorge Ángel Livraga:
“Amenacemos con la paz, amenacemos con la fraternidad, amenacemos con la comprensión que va más allá de todas las banderas, de todos los colores, de todos los horizontes”.
Nosotros optamos por la reflexión. Nosotros somos filósofos.
Un buen artículo, Melinda, nuestro incipiente siglo nace con la tiranía de «lo emocionante» sobre lo «razonable».
«Es bueno defender las propias ideas y los propios derechos, siempre que sean razonables, éticos y verdaderos». Lo razonable, será asociado con ciertas convenciones. Lo ético, con determinados códigos jurídicos y morales. Pero, lo verdadero ya es difícil de contextualizar (y delimitar, es la labor primordial del filosofo o filosofa). ¿Por qué? Pongo el siguiente ejemplo, ¿qué es más cierto: que en una oración, siempre se predica sobre un sustantivo; o que todo objeto lanzado en la tierra, tenderá a caer siempre hacia el centro de la tierra? Ninguna afirmación es más cierta que la otra: ambas operan en sus distintos campos, y así, ninguna afirmación o negación positiva es más cierta que otra, sino que resulta más aplicable y abarcadora que otras afirmaciones o negaciones.
Otra cosa. Me hablas de tolerancia contra los que son distinto, y yo te interrogo, ¿y quién no es distinto el uno del otro? Aunque puedan establecerse semejantes antropológicas y geográficas de cada raza, eso no implica que el Homo sea un conjunto homogéneo; es evidente que todo conjunto social resulta heterogéneo. Así, han habido distintas formas de politica inherentes a cada Estado. Por ello, establecemos que, en la conquista española sobre Latinoamerica, resulta imposible decir que «lo más adecuado» resulta ser tolerante contra lo que es distinto a uno; si precisamente, la Historia demuestra como el hombre ha triunfado sobre otros, precisamente dominando sobre ellos e imponiendose. Algunos, adoptando ciertos códigos propios del territorio dominado; y otros, destruyendolos de tajo.
Otra cosa: sobre eso de grullas y ser o no-ser. Voy a arguir, por qué semejante juicio me parece, ya de por sí, incomprensible. Decimos que el ser existe y que el no-ser no existe. Eso es obvio. Sin embargo, Platón, en el Sofista, ya propuso antes que Sartre, que, en cierta medida, el ser no existe y el no-ser, sí existe. ¿Por qué? Muy fácil. Tu rostro está compuesto de ojos, nariz, boca, orejas, etc. Tanto tu rostro como sus componentes, son «seres». Sin embargo, no son el mismo ser el uno que el otro, aunque sean designados bajo un mismo ser: la palabra «cara». Del mismo modo, las sombras de la Caverna de Platón, son reales en la medida en que son sombras; es decir, aunque no sean lo que realmente son (los objetos de los cuales surge la sombra), sino más bien una representación incompleta de lo mismo, eso no impide que sean algo, aunque sea una mentira.
Nosotros, optamos por el materialismo antes que por el idealismo. Preferimos la verdad, antes que a los amigos. Nosotros, somos los filósofos materialistas.