Guerra

Se fueron todos. De repente, todo se quedó vacío y la otrora gran explanada me pareció ahora enorme y desolada. Solo un polvo fino y un amarillo quemado bajo el sol del mediodía. Y en aquella soledad inmensa sólo estaba yo, pequeño y temeroso, asustado, insignificante. Todos se habían retirado. Estaban a salvo. No era su lucha, no era su asunto. Sentía sus risas, sus miradas irónicas, su pequeño desprecio recubierto de superioridad. ¡Pobre! No sabe que este mundo es así. ¿Qué pensará, que pájaros tendrá en su cabeza? ¿Adónde querrá ir, si no hay dónde ir? Alguien le habrá metido vanas ideas en su alma cándida. En el fondo es un inocente, qué vamos a decir…, es un pobre hombre. Pero le queremos, porque en el fondo es bueno. Solo que esta vida le viene ancha.

Los fantasmas aparecieron. Algunos cabalgando enormes monturas. Otros de negro, con vestiduras horrendas. Caras horribles, manos huesudas, portando pequeños espejos en los que mi figura aparecía diminuta, triste y abatida, ridícula, deforme. Unos reían, otros me hablaban parodiando mis palabras, haciéndolas estúpidas, pretenciosas y vacías.

Yo estaba solo y pequeño frente a ellos, como el pequeño David frente a los filisteos. Mi ejército no estaba. No tenía ejército. Sabía imposible la lucha. Y yo estaba solo, como el nacido, como el loco, como el náufrago, como el indigente. Y un enorme terror se apoderó de mí.

Pensé muchas cosas. Pero ninguna era ya posible. No había sitio ya para mí. En un momento de claridad, entendí. Aquella era mi guerra. Y no importaba a nadie. Solo era mi trance, mi precipicio, mi naufragio. Mis enemigos eran sólo míos y los fantasmas vivían en mi casa, sólo en mi casa.

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Ruidos

Sorprendentemente, todos vivimos inmersos en el ruido. ¿Es que nos gusta? ¿O es que lo necesitamos?

Seguramente es lo segundo. El ruido es muy eficaz para impedirnos escuchar. Escucharnos. Por eso nunca escuchamos lo importante. Por eso nunca escuchamos lo que en verdad nos importa. Porque nuestro hablante es silencioso, y más que hablar, susurra. Y no se puede escuchar un susurro en medio del ruido.

Y porque tememos el silencio buscamos el ruido. De un motor, de un televisor, de una multitud, de un partido de fútbol, de una fiesta, de una reunión, de una radio, de lo que haga falta… con tal de esquivar la inseguridad del silencio.

Y, poco a poco, el hablante se cansa, y ya no dice nada. ¿Para qué? No estamos dispuestos a escucharle, no nos interesa lo que nos dice, nos incomoda, puede plantearnos cosas difíciles, puede pedirnos explicaciones, puede acuciarnos a tomar senderos complicados y escarpados… en fin, puede poner en peligro nuestra “comodidad”.

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Palabras

Estaba hablando hace unos días con un amigo, maestro toda su vida de las hermosas lenguas de nuestros antepasados inmediatos, el latín y el griego. Tan versado es en ellas que me contó una vez que, paseando con su familia por el puerto, se toparon con un barco polaco de pasajeros que a todos llamó la atención por su belleza y que enseguida quisieron visitar si ello fuera posible.

Cuando abordaron el navío, intentaron dar a conocer su deseo al oficial que les atendió, pero todo fue en vano. Nadie en el barco sabía una palabra de español. Así que estuvieron a punto de desechar la idea de la visita, no sin sufrir una gran decepción, cuando a mi amigo se le ocurrió una idea genial. Con gestos como santiguarse o unir sus manos en oración consiguió que el oficial entendiera que deseaban hablar con el sacerdote del barco, y una vez que fue este avisado y se presentó ante ellos, con enorme sorpresa para todos los presentes comenzó una fluida conversación con él… ¡en latín!

Por supuesto, visitaron el barco, siendo el sacerdote su singular guía, y mi amigo el intérprete para su familia.

Y, como antes contaba, hablábamos sobre diccionarios, de latín y griego, y los más queridos por mí, los diccionarios etimológicos. Le contaba que para mí era fascinante, y casi siempre imprescindible, acudir a mi diccionario etimológico en desesperada ayuda para descifrar el contenido primigenio de las palabras. Nunca encontré mejor manera de penetrar el alma de las palabras que conocer su nacimiento. Los romanos, los griegos, los árabes; ellos fueron los que dieron alma a las palabras que hoy usamos.

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Ejemplos

Hay cosas que se tienen en la cabeza, otras en el corazón, pero algunas veces esas cosas llegan a mover las manos y los pies. Estas veces son las que cuentan. Estas veces son las que mueven las almas que le rodean a uno.

Las buenas ideas son buenas. Los buenos sentimientos son buenos. Pero si no se convierten en actos buenos no son nada, no mueven nada en el universo.

Mozart seguramente tuvo buenas ideas y buenos sentimientos, pero si no hubiera escrito el Ave Verum Corpus, ¿qué hubiera dejado a la humanidad, a sus hermanos? Sus ideas y sus sentimientos sí le hicieron mover la mano sobre la partitura vacía y eso sí que fue bueno. Buenísimo. Para muchas, muchísimas almas durante cientos de años. Esto es lo válido.

Oí decir que la verdadera enseñanza, la que auténticamente queda marcada a fuego, es la enseñanza del ejemplo. Quizá de ahí venga la estrecha relación vital entre maestros y discípulos que existiera en los casos en que verdaderamente el maestro era maestro y el discípulo era discípulo.

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Energía y vida

The field is the sole governing agency of the particle.

El campo es el único agente que gobierna a la partícula.

Albert Einstein

Una amiga me ha enviado el enlace a un vídeo en el que se extracta el contenido de una película, en español “La matriz de la vida”. Y me ha sorprendido cómo la ciencia, apartándose del anquilosamiento del materialismo, hasta ahora imperante, comienza a penetrar agudamente en los misterios de la vida.

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Colores

Todo es según el color del cristal con que se mir.

El mundo es luminoso, y si no lo vemos luminoso no es que no lo sea, sino que nuestra visión está empañada. Por eso solemos decir: Este lo ve todo negro, o Este otro lo ve todo color de rosa.

Sabemos que hay gente que ve el mundo gris, pero también hay gente que lo ve de colores vivos, de colores brillantes, hermoso y radiante. Este es el caso de los genios.

Y lo que se ve es lo que se vive, y lo que ve es lo que se expresa, y lo que se transmite, y lo que se enseña. Probablemente, el mundo exterior es solo un reflejo de nuestro mundo interior.

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«Música»

Escucho frecuentemente, sobre todo en mis viajes en coche, la emisora de radio RNE 3, también llamada “radio clásica”. En muchas ocasiones disfruto con excelentes conciertos, por lo general emitidos en directo, de músicas clásicas de toda época.

Pero… a veces también se me presenta de sopetón la llamada “música clásica contemporánea”, que puede que sea contemporánea, pero música, y además clásica… bueno, sería motivo de un amplio análisis.

La escucho también, solo durante un rato, claro (no soy de piedra, ni estoy sordo), para comprobar hasta dónde puede llegar la estupidez humana, la que, según Einstein era más infinita que la infinitud del universo.

Pero lo que mejor tiene esta música para mí es la excelente elección de sus títulos. Casi en todas las ocasiones su ingeniosidad supera con mucho la “música” que anuncia.

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No me digas palabras bonitas

No me digas palabras bonitas,
bellos sonidos y tiernos olores,
no me digas palabras bonitas,
que eso ya lo hacen los grandes cantores.

Mi alma se duerme, marchitan mis flores,
en cuna se mece y morir parece
mi ser guerrero que guerras ansía
y en ellas ganar el fin que merece.

Dime mejor palabras de fuerza,
arengas tronantes de voz imperiosa
luz cegadora de fuerza divina
certezas directas con sangre de rosas.

No me digas palabras bonitas,
Dime mejor palabras de fuerza…

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Homo naturis lupus

Existe hoy una corriente de pensamiento que considera que cualquier intervención del ser humano en su entorno es necesariamente dañina, ya que lleva inevitablemente a trastornar el natural desenvolvimiento del resto de los seres vivientes del planeta. El hombre es considerado el factor principal, y único, de la rotura del perfecto equilibrio en los ecosistemas, de forma que, si no existiera la humanidad, la Naturaleza viviría en una paz angélica, igual a la que disfrutaba en su estado primigenio.

Esto es hoy así, según los defensores de esta teoría, debido a la maldad intrínseca e inevitable de los seres humanos, a los que el desarrollo de su capacidad y competencia como animal racional les ha dado el poder suficiente, que nunca antes tuvo, para influir de manera decisiva en la vida del resto de los seres vivos que conviven (más bien malviven) junto a ellos. Esta teoría, por lo tanto, basa su veracidad en la maldad y el egoísmo insalvable e incorregible de la raza humana. El viejo “homo hominis lupus” se ha convertido ahora en “homo naturis lupus”.

Creo que este planteamiento, con lo mucho de cierto que contiene, matizando, eso sí, quiénes son los seres humanos crueles, egoístas y desalmados, que por supuesto son unos pocos, este planteamiento, digo, esconde, dentro de su verdad, una falsedad.

La falsedad consiste en negarle al ser humano el derecho a intervenir en el orden, belleza y equilibrio de la naturaleza, a la que pertenece por derecho propio, y no otorgado por nadie ni por nada.

Recuerdo que en el Génesis se dice:

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