El sentido de la vida

Nos desayunamos frecuentemente con una matanza realizada por un menor de edad. Es algo ya casi habitual. Lo que aún resulta más incomprensible es que suele producirse en países del primer mundo, países considerados como cultos, felices y “de progreso».

Me resultó muy clarificadora la explicación ¿? que dio el autor de una matanza reciente en Alemania, anunciada en internet previamente. Dijo lo siguiente, entre otras cosas:

“Odio la vida”.

Me hizo pensar qué clase de mundo hemos construido en el que un joven puede llegar a albergar dicho sentimiento. Odiar la vida… Odiar la vida…

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Trabajo y valor

Venía del Campito. Se ha convertido en un jardín con muchos habitantes a los que hay que cuidar, y además está el huerto y la casa.

Y en el camino de vuelta recordaba cómo era aquel lugar cuando lo vimos por primera vez. Era un pinar, simplemente, y por medio estaba dibujado un camino que habían tejido las cabras de un rebaño cercano año tras año. ¿Sabéis lo que crece en un bosque de pinos? Solo pinos, y lentisco, a los pies de cada árbol. Solo pinos, la tierra siempre cubierta de pinochas secas y lentisco. Eso era todo.

Y lo que hay ahora no ha crecido espontáneamente, ni lo ha sembrado ni cuidado ningún jardinero. Los seres que allí viven están allí porque nosotros los invitamos a estar, los llevamos como niños en sus cunas, les dimos biberón, curamos sus enfermedades, ahuyentamos a sus enemigos, cuidamos su adolescencia, les dimos de comer y de beber. Solo por eso están ahí. Y estamos contentos de que estén. Y creo que ellos también son felices con su casa, que es tan suya o más que la nuestra. A cambio de lo que les damos, cuidados y amor, ellos nos dan su belleza, su aire puro, sus flores y sus frutos. Su amor. Creo que salimos ganando.

Hay pocas cosas más hermosas que un jardín.

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Catedrales

Querido amigo:

Me ha dado una gran alegría el que me hayas escrito expresándome tus sentimientos y tus pensamientos. Creo que es lo más importante en la convivencia y en la amistad, y que es algo de lo que nos sentimos hoy día faltos. De compartir, no solo nuestros quehaceres, que igualmente es fundamental, sino también lo que las cosas que vivimos o sentimos significan para cada uno. Tú sabes que se pueden vivir las mismas cosas con otras personas y significar cosas muy distintas para cada una. Y cada una sacar conclusiones dispares de las mismas experiencias. Por eso creo que no solo consiste en vivir juntos en lo exterior, sino también vivir juntos en lo interior.

Esto que he citado se ha olvidado mucho en los últimos tiempos, lo que ha llevado a situaciones sin sentido, en las cuales muchas personas colaboraban en las mismas cosas, existiendo una cierta unión en la acción, pero escarbando un poco se descubría que no existía la misma unidad interior. Porque toda acción creo que ha de tener un sentido interior que la promueva y anime, y este sentido es lo más importante, porque es el motor y el corazón de lo que se hace. Supongo que te será fácil encontrar ejemplos para el caso, como a mí se me ocurren muchos.

No solo, por tanto, es importante la acción externa, es mucho más importante el sentido interno de la misma, o acción interna.

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Reflejos

Era temprano y estaba en casa. Escuchaba el tañido de bronce de las campanas de alguna iglesia. Siempre resuenan con alguna remembranza dentro de algún lugar de mi interior, pero aún no sé el porqué.

Trataba de adivinar en qué iglesia estaban encaramadas, cerca del cielo. Cádiz es ciudad de muchas iglesias, de muchas campanas. ¿San Lorenzo? ¿San Antonio? ¿La pastora? ¿San Felipe? A saber…

Pensé que sería casi imposible adivinarlo. Los sonidos se reflejan, tanto que, en la montaña, parece que el eco nos contesta desde cualquier lado. El sonido, una vez puesto en marcha, viaja por el aire, golpea los obstáculos en diferentes ángulos, se pone en marcha otra vez, pero en otra dirección, vuelve a reflejarse… Al fin parece que nos envuelve con su vibración.

La palabra vive igual. Suena la mente y el corazón, y resuena una y mil veces, impregna los espacios, reproduciéndose en muchas otras mentes y en otros muchos corazones.

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Loros

Los loros son unos animales muy simpáticos que a todos nos hacen mucha gracia. Se dice de ellos que son los únicos animales que saben hablar. Es cierto, dicen multitud de palabras, pero con una única condición: que antes las hayan escuchado muchas, muchas veces, de las voces de las personas que con ellos conviven.

Así pues, y dotado de un órgano fonador muy versátil, aunque no tanto, por supuesto, como el humano, es capaz de articular palabras que son perfectamente entendibles por cualquier persona.

A mi cuñado se le murió hace unos años un loro que convivía con su familia desde hacía mucho tiempo. Según él murió de repente, y contaba que, en su opinión, se le había atragantado una pipa de girasol, lo que probablemente le llevó a la muerte, dada su ya avanzada vejez. De todas maneras no comprendía cómo había muerto de la noche a la mañana, porque –según contaba– el día anterior había estado charlando con él tan normal, como siempre. Charlando un poco de todo. Además, no fumaba ni bebía nada con alcohol.

Pues sí, los loros hablan. Lo que ya no estamos tan seguros es de que comprendan lo que dicen, ni que entiendan lo que se les dice a ellos. En muchas ocasiones no va parejo en absoluto la articulación de palabras, frases e incluso discursos, con la comprensión que tiene de ello el propietario de la boca. En muchas ocasiones basta haber escuchado las mismas palabras muchas veces para luego repetirlas con la mayor desfachatez –como el loro– sin tener la menor idea de lo que se está diciendo.

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¡Dinero… dinero!

¿Puede alguien hoy llegar a pensar que algún hombre puede hacer alguna cosa que no sea, de alguna forma, por dinero?

Es una pregunta que hoy quiero dejar en el aire.

Me ha surgido la cuestión porque, tomando esta mañana café en el bar, la tele daba una reseña del desfile militar que tuvo lugar ayer con motivo del Día de la Hispanidad. Y los parroquianos comentaban:

–Fíjate el Rey, qué cantidad de medallas de chorizo que le cuelgan del uniforme. Seguro que hoy se ganará dos millones a costa nuestra con este desfile.

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Pasado, presente y futuro

Creo que a todos nos preocupa nuestro pasado.

A todos nos inquieta, sobre todo cuando pesamos en la balanza de los valores los diferentes aspectos del tiempo. Hay unos que dicen que el pasado no les importa, que solo les interesa el presente; otros, que el futuro es lo más decisivo, y en él solo hay que pensar y poner todas nuestras energías. Otros dicen que el pasado tiene mucha fuerza y que nos condiciona el presente y el futuro.

Creo que el pasado tiene mucho que ver con la memoria, y todos queremos mantener buena memoria del pasado. Nietzsche, en cambio, agradecía a la vida su falta de memoria, pues así cualquier experiencia era nueva para él y el conocimiento tenía siempre la frescura de la primera vez.

Creo que lo grave de nuestro pasado es que lo consideramos inmutable e intocable, y nos suele pesar y condicionar como una losa. Pero he llegado a comprobar que no lo es. No es fijo, ya que, compuesto, como está, de tejidos psicológicos productos de vivencias anteriores, si cambian los significados de aquellas experiencias, algo ocurre que modifica sustancialmente (o radicalmente) nuestro pasado.

Me ha dado mucho que pensar lo incierto del tiempo. Siempre hemos creído en la ilusión de que el pasado era fijo, el futuro inexistente y el presente fugitivo. Pienso ahora que nada está más lejos de la realidad. Nada más movedizo que el pasado, ni más cambiante que el futuro. El pasado lo cambia la comprensión. Nuestras experiencias pasadas cambian su significado (o lo matizan), a medida que cambia nuestro nivel de comprensión. Solo el que tiene una apreciación de la vida que no cambia nunca tiene un pasado fijo e inamovible y siempre significa lo mismo para él. Generalmente, siempre lo recuerda muy bien y qué significó para él cada una de las cosas que le pasaron. No puede cambiar su pasado, como no puede cambiar su futuro, porque lo que le pase, o lo que viva, siempre tendrá un significado predeterminado, debido a su manera cristalizada de afrontar las experiencias.

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Músicos y poetas

Hoy vino a comer a casa una amiga, y cuando llegó, acababa yo de terminar de imprimir la partitura del concierto para piano número 3 de los de Beethoven. Y como ella estudió música en su día, y además le encanta, le puse el disco para que los dos la fuéramos siguiendo en la partitura. Debo confesar que nos perdimos enseguida.

Después de escuchar un rato, me dijo, pensativa:

–A los músicos yo creo que les pasa lo mismo que a los poetas. Que sufren… están tristes… Quiero decir, lo pasan mal en sus vidas. Todos tienen unas vidas atormentadas. Siempre los he visto propensos a la melancolía. Yo creo que para vivir más o menos feliz se necesita ser un poco más insensible a las cosas… Estar a esos niveles parece que te lleva al sufrimiento.

Yo me quedé un rato perplejo, quizá porque me sonaba que yo había tenido esa impresión en muchas ocasiones a lo largo de mi vida, y cuando escuché sus palabras, me puse a bucear en mi interior tratando de hallar impresiones, explicaciones, símbolos y… respuestas.

Seguramente el motivo es la sensibilidad. El que es sensible puede sufrir más, aunque también puede conocer más dicha. A mí me parece que es como la cuestión de la piel. Hay gente que la tiene más dura… más curtida, quizá por su trabajo… o por su forma de vida… Y también hay otras, por el contrario, que tienen la piel muy fina y delicada.

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Trabajos

Me explicaba un día mi hermano mayor (me lleva diez años), que en la vida solo hay dos clases de trabajo, el trabajo en el que te lavas las manos antes de ir al baño y el trabajo en el que te lavas las manos al salir del baño. Me impresionó mucho. Y nunca se me olvidó.

Muchos, muchos años después, descubrí que también existen dos clases de seres humanos que se reparten mutuamente el trabajo: los que hacen la comida y los que se la comen, los que hacen el vino y los que se lo beben, los que hacen la cama y los que duermen en ella, los que cultivan los melones y los que disfrutan de su excelente sabor y alimento, los que escriben libros y los que los leen, los que hacen películas y los que se sientan a verlas, los que ensucian y los que limpian la suciedad, los que aman y los que quieren se amados, los que trabajan por el mundo y la humanidad y los que disfrutan de ello.

Por supuesto, todos estamos en ambos bandos, pero creo que existe una gran diferencia en el propósito vital en cada caso. Quizá alguien piense que lo mejor es estar en el bando de los que disfrutan del fruto del trabajo de los otros. Pero yo, aunque he tardado, he llegado a darme cuenta de que es mucho mejor estar en el caso de los que trabajan por conseguir buenas cosas, para ellos mismos y para los demás.

En el primer caso nos comportamos como parásitos, ya sabéis, como los odiosos mosquitos (aunque también son hijos de Dios), que se aprovechan de la sangre que generamos con nuestro alimento y nuestro trabajo, para tratar de no dar un golpe en su vida.

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