Un paso atrás

Hoy hay muchas cosas que podría contaros, y cuando me ocurre esto, me dan ganas de hablaros de todo ello como si, de modo similar a aquella entropía que mostraba Cyrano, ellas solas encontrasen su unión coherente.

Por ejemplo, y por comenzar por algo, escribía hoy a un buen amigo que cada uno debe encontrar sus colores en la vida, que después de mucho rebuscar entre brillos y sombras, seleccionar el trigo de la paja, he llegado a saber que mis propios colores son el sentido profundo y la solidaridad. Son colores que me llenan, que no me cuesta echar fuera para que sirvan a otros. Creo que cada cual debe buscar los suyos para pintar con ellos el mundo. Entre todos saldrá el cuadro perfecto, el más real, el hecho por hombres que se conocen a sí mismos y se expresan como son.

Se lo contaba a cuento de un paso atrás dado por alguien cercano, un cambio de rumbo, un standby de esos que, en el fondo, nos hace estar más próximos a lo que somos.

No llego a comprender por qué rectificar suele considerarse algo malo. Es posible que se asocie a la idea de que has perdido el tiempo mientras hacías aquello que hoy has dejado. Sin embargo, todo lo que nos ocurre nos da cierta forma, bien en el costado derecho, bien en el izquierdo, bien nos pone un poco de arcilla, hoy sin sentido, que con el tiempo será un bonito adorno o una útil asa en el jarrón que cada uno somos. Todo sirve, todo suma.

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Trastos viejos

Alguna vez he oído de este blog que le falta argumentación teórica o que le sobra contemplación. Bueno… es posible que la cuestión esté en que lo que pretende es hacer sencilla la filosofía y asequible; por eso sus ejemplos son cotidianos, sus herramientas el modo de mirar y, en consecuencia, sus aplicaciones muy plurales.

Hablando hoy, como es costumbre, con uno de mis peques, me ha hecho sentir imbuida en un cuadro de Escher.

Sí, ese genial dibujante capaz de crear escenas imposibles, laberínticas y geniales, en las que comienzas subiendo por las calles de una ciudad medieval y, de repente, te encuentras bajando por ellas debido a un extraño cambio de perspectiva.

Pues la cosa ha sido que andaba yo entretenida entre cacerolas cuando aparece un metro diez de mirada penetrante tirando de una caja de su misma altura. Inmediatamente mi pensamiento ha empezado a subir por esas calles de Escher con un «ni de broma me la metes en casa».

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¿Para qué fantasear con una vida distinta?

No un mundo distinto por el que ya se supone luchan muchos pequeños contra unos pocos manipuladores gigantes y poderosos, sino una vida propia que nos identifique, la de cada uno de nosotros; una vida distinta.

Solo puedo aportar a esa pregunta de un buen amigo, que yo era distinta. Y sin duda, mucho tiempo pensé que la vida es quien me gobierna y no yo a ella, pero hoy tengo bien comprobado que sí se puede elegir una vida o, al menos, una forma de vivirla, una forma de mirar, de andar por nuestras situaciones, de aprender de todo, hasta de nosotros mismos.

Posiblemente este sea el gran tema del filósofo, del cotidiano y del gran pensador. ¿Qué sentido tendría saber todas las verdades si no pudiésemos aplicarlo a nuestro modo de vivir? Cada respuesta que encontramos nos modifica irremediablemente, ya sea esta «que todo está determinado» (puede que gastásemos cada segundo con desenfreno o nos volviésemos depresivos) como «que todos somos una sola cosa» (igual nos volvíamos más solidarios).

Ya que todo conocimiento nos afecta, la clave puede estar en saberlo. Para ser dueños de nuestra vida conozcamos primero cómo somos, qué nos mueve, qué queremos, qué soñamos, qué nos compone. Seamos además conscientes de que tenemos inteligencia para manejar no solo nuestro entorno, sino también nuestro interior. Finalmente, vayamos hacia nosotros mismos, despacio pero certeros. Y si no sabemos dónde esta ese «nosotros mismos» aún, habrá que parar un rato porque todo ser sabe lo que quiere; otra cosa es que esté acostumbrado a no escucharse o que se haya respondido demasiadas veces «no es posible».

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La sombra del camello

He visto hoy una foto que me ha hecho pensar. Es un grupo de camellos generando cada uno una enorme y preciosa sombra sobre el suelo arenoso, mucho más allá del verdadero tamaño del animal (son la línea blanca bajo cada sombra).

Es interesante comprobar cómo eso mismo ocurre tantas veces con los fantasmas que nos asustan o los ídolos que nos embelesan, generados por realidades pasajeras, diminutas o banales.

Un pensamiento equivocado y redundante puede fácilmente desembocar en una convicción enraizada de que algo es como no es. Una mala interpretación, un miedo encubierto, un deseo insatisfecho, todos ellos pueden llevarnos a creer en verdades inexistentes que nosotros vemos claramente como ciertas.

Estoy convencida de que es de ahí de donde parten los grandes males del micro y macromundo; del modo de ver. ¿Acaso hay alguien que actúe desde su propia mentira consciente? No, todos creemos en lo que hacemos. No nos sabemos engañados por nosotros mismos, por razonamientos, emociones o deseos puestos como pilotos inexpertos de toda una persona.

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De absoluta actualidad

Algunos mágicos y serenos momentos el trigo acaricia nuestras rodillas, aire con la temperatura perfecta repasa nuestro rostro y nuestra ropa, los pulmones crecen todo lo que pueden a la par que la sonrisa, guiados por la alegría interior que nos genera sentirnos en armonía.

A veces nos sentamos en el suelo para seguir siendo, observar tranquilos lo que es con nosotros y apoyar nuestra espalda en un tronco grueso, fuerte en sí mismo. Un árbol que pasa inadvertido, pues no se mueve demasiado, nos da el respaldo que precisamos sin queja, reclamo ni inconstancia.

Ese árbol, que parece inerte al lado del ruidoso río, tiene un alma tan vieja como la mía, mas su sabiduría le hace no precisar de muestras excesivas. Se expresa, sabe, sólo hay que hacer silencio y comenzaremos a oír sus palabras, de las más sutiles y más sabias, las que se escapan al ser.

Cada día, cada noche disfrutamos el momento en que nuestro lecho nos acoge. En ocasiones, ese lecho tiene brazos serenos, otras, manos ligeras en su movimiento o profundas en sus intenciones. Nos cuenta: «estoy aquí, déjate caer, no darás contra suelo duro ni sábana fría, yo limpio de dificultad tu descanso para que tus sueños sean reconfortantes».

Una madre nos cuida cuando ya no está madre, se levanta en la noche por nosotros, trabaja para los nuestros, guía en las tormentas hacia mí misma, sabe esperar más de lo que yo nunca seré capaz, es la roca más alta sin la cual el halcón no sería el ave con la mejor situación, sombra si el sol amenaza, manta si el frío acecha, piernas si el cansancio vence, termómetro de mi ánimo.

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El transmisor de ideas

Es ahora una mesa lo que habito cada mañana. Una redonda, cubierta de melamina gris, silenciosa y compañera. Es la última de una hilera de ellas, la que está más arrinconada, más íntima, casi escondida entre la extensa población de libros apoyados uno tras otro, estante sobre estante.

El multitudinario silencio llena este lugar en que la palabra demuestra su poder, una biblioteca de barrio, actual y con sabor. Curiosa mezcla de irresistible atractivo.

En cada descanso tras un par de horas trabajando, doy un paseo que resulta necesario y reconfortante. Leo títulos al azar y me detengo ante algunos con buen sonido: «El juego de la vida», «La felicidad según Séneca», «Reflejos del cosmos», «El arte de la impermanencia», «La obra poética de Luis Cernuda», «Cordura y locura en Cervantes»…

En cada uno una ojeada, un momento de intriga y enseguida otro de decepción o, si hay suerte, de disfrute que lo hace recomendable bien para la sección de reseñas, bien para deleite propio.

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Los lobos

Pues la semana va de historias escuchadas y preciosas, que tienen algo que enseñar…

Hace tiempo que quería contar cómo en uno de esos días de niebla interior y confusión, de decepción sobre las personas, me habló un amigo. Lo que me dijo fue tan sincero y tan cierto que lo aprendí al instante y jamás lo he vuelto a olvidar.

Me contó cómo en la vida puedes tomar el camino del rencor, el odio, la incomprensión y el encierro; inevitablemente ese camino tiene sabor amargo. Luego hay otro camino, el de la confianza, el entender, el querer y el avanzar, que de modo seguro lleva a la alegría.

Se trata de creer, primero en nosotros y luego en los demás. Creer en que son más los errores que la malicia, las prisas que los olvidos, la falta de comunicación que la falta de sentimientos. Y desde ahí, comprender, tendiendo los puentes que faltan, facilitando la salida al exterior de aquello que está dentro de todos nosotros. Increíblemente, funciona. Es sencillo y gratificante. Se llama CONFIANZA.

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Niños magos

Dicen que los niños y los borrachos cuentan siempre la verdad. Y bueno, tengo bien constatado que eso no es cierto, ya que incluso los niños tienen «su» propia verdad de lo que ocurre. Sin embargo, lo que sí hacen es no tener pelos en la lengua. Quizás a eso se refiera el dicho.

Así pues (y bajo riesgo de que me llamen Miss children… por lo mucho que los menciono), contaré que charlaba con un enano de cinco años sobre la Navidad cuando me preguntó sin más ni más:

–¿Y tú crees que los Reyes Magos habrán sido niños alguna vez?

Prometo que tuve que pensar un rato la respuesta. Rato que aproveché para soltar carcajadas tanto externas como internas, provocadas por la audacia de la curiosidad infantil.

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Otra soledad

Paseando por uno de los múltiples senderos que salen entre los picos de Navacerrada, entrañablemente agarrada del hombro de mi hijo, iba dejando pasar sin descuido árbol tras árbol del bosque que nos abrigaba.

El cielo era únicamente azul, ni movimiento ni sonido ni mancha, solo azul. Eso sí, era un azul estrecho, de la medida exacta que cabía entre las esbeltas copas de los árboles.

De repente, un ave de la zona, llamémosle águila, mostró serenamente su envidiable capacidad, planeando a una altura inalcanzable durante minutos. Mi primer pensamiento al salir del ensimismamiento sufrido por aquella visión, se basó en la soledad que debía de sufrir aquel alado al que momentos antes estaba envidiando boquiabierta. Cosas tan grandes como la que él es capaz de vivir deberían poder ser compartidas. Tan grande y tan solo…

Y andando, andando, observando y nutriéndome, conectando con todo, sintiendo unidad, toqué, como se toca el fuego cuando vivimos pasión, con uno solo de mis dedos, un sentimiento de totalidad. Ahora no precisaba nada porque sin llevar conmigo en ese momento cosa alguna, ya las tenía todas. No añoraba nada porque todo estaba ahí. Todo sabido sin aprender, todo entendido sin buscar. Cómo te explicaría yo que Todo está ahí, en la tierra del camino, en la corteza del tronco, en el hielo, en tus ojos, en tus ganas.

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Señores, es Navidad

Este concepto que tantas emociones y reacciones genera en nuestro entorno y nuestro fuero es tan susceptible de inquieta lupa como todo lo demás.

Me sorprende agradablemente comprobar cómo la gente es capaz de ponerse de acuerdo, simplemente por tradición, y adornar todos a la vez sus negocios y casas, juntarse con los cercanos, comer mucho más de lo que pueden y apostar al unísono por un número cualquiera, justo a finales de diciembre.

Bueno, luego tenemos a otros viscerales, los menos, que no soportan estos días, aunque no saben muy bien por qué; el motivo más popular: «es solo cuestión de marketing». Dejaremos aparte a todos aquellos a los que realmente no les apetece celebrar por tristezas varias.

¿Y si no fuese solo cuestión de marketing…? A mí esa frase me suena como lo de que el mundo y todos sus seres no son más que una casualidad. Me suena a simplificar, a enfriar, a minimizar. Gusta tanto el nihilismo, el minimalismo, que ha dominado el mundo interior, o incluso el pensamiento popular: «si no lo entiendo, será que no existe»; fin del problema.

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